[Entrada
publicada originalmente el 29.06.2009 en el Blog de Inteligencia Emocional de
EITB, desaparecido el 01.07.2024]
A lo largo de la vida me he encontrado tanto con personas que decían tener buena suerte como con otras que permanentemente se quejaban de su mala suerte y de lo mal que les ha tratado la vida, a la par que negaban cualquier responsabilidad por su parte (aunque no fuera de forma explícita). Yo, ciertamente, me encuentro en el primer grupo. Soy feliz con la vida que tengo, que en parte me la he labrado y en parte ha estado condicionada por múltiples factores, uno de ellos la suerte.
Acabo de leer el libro El mito de la diosa fortuna de Jorge Bucay (Barcelona, RBA, 2006) y me ha gustado mucho el enfoque que hace del tema de la suerte. “En principio, hablamos de suerte cuando alguien se ve afectado significativamente por un acontecimiento inesperado” (p. 30). Ante este tema se pueden encontrar tres posturas que se basan en las tres ideas que presento a continuación:
- La suerte no existe, postura de los cientificistas que afirman que todo tiene una causa, una razón de ser;
- La suerte existe y no depende ni de nuestros deseos ni de nuestras acciones, esta postura está emparentada con supersticiones o antiguas costumbres de origen incierto cuyo objetivo es explicar por qué ocurren las cosas;
- La suerte existe y nos afecta pero se puede incidir sobre ella. Yo me inclino por la última, reconociendo que no basta con una buena actitud y un cúmulo de méritos y virtudes para que la suerte nos sonría.
Como dice Bucay (2006, p. 38): “El azar, por supuesto, no es ecuánime ni ético ni razonable... Y mucho menos justo. Lo sospechamos y confirmamos cuando la buena suerte beneficia a quienes nosotros sabemos que no se lo merecen o cuando la mala suerte golpea a los inocentes o desprotegidos”.
Bucay (2006, pp.54-56) señala que para calcular si habrá suerte, suponiendo que se pudiera, deberíamos sumar nuestra Fortuna, más el Destino, más el Azar. Nuestra fortuna estaría constituida por todos los recursos con los que contamos, tanto internos como externos. El destino sería aquello que está predeterminado. Y el azar sería esa cuota de lo impredecible que siempre existe y que, como él señala más adelante, forma parte del atractivo de la vida; el hecho de no saber a ciencia cierta el resultado de nuestras acciones evita que nos aburramos. Pero aún falta añadir lo adecuado y efectivo (o no) de nuestra acción más comprometida. Nuestras acciones están necesariamente relacionadas con nuestras decisiones y en estas influye lo que podríamos llamar nuestro talento. “Soy, si no el único causante, al menos un cómplice necesario de todo lo que me ocurre” (Bucay, 2006, p. 56).
Acabo, la negrita es mía, con el texto del epílogo del libro (Bucay, 2006, p. 158):
Recuerda...
Deberás estar atento, con los ojos bien abiertos y la mirada curiosa.
Deberás cambiar de lugar en vez de esperarla siempre en el mismo sitio, porque bien podría ser que ya haya pasado por allí y nunca repita su paso.
Deberás verla, reconocerla.
Tendrás que acercarte cuando pase por tu lado: si te distraes no la podrás agarrar ni de la trenza porque esta cuelga hacia delante.
Si se te escapa no la persigas, porque corre mucho más rápido que tú.
Sólo aprende y permanece alerta
para la próxima vez que te cruces con ella.
Me preguntarás: ¿qué pasa si nunca más te la encuentras...?
No me preguntes ni me preguntes cómo lo sé...
Pero, si te mantienes en movimiento, te la volverás a encontrar... No
lo dudes.
¿Y tú cómo te relacionas con la suerte?
Bibliografía:
- Bucay, Jorge (2006): El mito de la diosa fortuna. Barcelona: RBA
- Rovira Celma, Alex y Tríaas de Bés, Fernando (2004): La buena suerte. Barcelona. Empresa activa.
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