[He publicado esta entrada el 04.05.2015
en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb-desaparecido
el 01.07.2024]
Hoy hace una semana, media hora antes de entrar en clase,
leí un correo en el que informaban sobre el fallecimiento de una de las alumnas
de dicha clase. Por primera vez imparto una asignatura, junto con Rogelio
Fernández, en el Titulado Universitario en Cultura y Solidaridad del Instituto de Ocio de la
Universidad de Deusto. El alumnado es algo diferente al que suelo estar
acostumbrada. Son personas de más edad (la mayoría jubiladas o prejubiladas) y
tienen una dilatada experiencia personal y profesional. Nunca me había sucedido que se me muriera una alumna. Lo más
parecido que había vivido es cuando murió repentinamente un compañero y amigo
del campus de San Sebastián, Iñaki Beti, y tuve que asumir sus clases de
Comunicación en las Organizaciones. Recuerdo lo dura que fue la primera clase…
Ellos habían perdido a un profesor… Yo había perdido a un amigo…
Sabía por experiencia
que en el aula iba a haber una emocionalidad muy intensa. En cuanto leí el
correo le llamé a Rogelio, que ese día no iba a venir a clase conmigo. Acordamos que empezaríamos con un minuto de
silencio y que luego actuaría según el estado de la clase. Al llegar al
aula le hice salir un momento a una alumna, muy amiga de la fallecida. Esta
alumna un par de semanas antes nos había comentado a ver si podían hacer juntas
el trabajo de la asignatura porque la otra no iba a poder hacerlo y no
quería perder el curso. Es más, para cuando se enteró de la noticia ya tenía
impreso y encuadernado el trabajo con el nombre de ambas. Estaba muy afectada… Y yo, que también estaba
impactada, me contagié absolutamente.
Tenía un nudo en la garganta y unas ganas de llorar difícilmente controlables.
Al entrar en clase la escena era curiosa. Estaban comiendo
un pastel casero, celebrando el cumpleaños de una de las compañeras… Hicimos silencio
y después invité a la clase a expresar sus sentimientos. La comunicación fue serena, profunda, el silencio hablaba en algunos
momentos, la escucha muy activa… Como les dije, estábamos haciendo una
‘clase’ muy práctica (nuestra asignatura es “La comunicación humana”). Decidimos seguir con lo que teníamos
programado, una presentación de cinco minutos de tres de los alumnos. Después
de eso les dije que me gustaría dar algunas breves notas sobre el duelo.
La vida y la muerte
son las dos caras de la misma moneda, por mucho que en occidente nos
empeñemos en ganarle terreno a la muerte y la enfermedad. Constantemente
estamos viviendo duelos. Cada pérdida supone cambios, que normalmente están
acompañados de dolor, y exige que elaboremos el duelo. Y decimos elaborar
porque se trata de un proceso y no de un
estado en el que tenemos que reconstruir nuestro mundo sin aquello que
hemos perdido (ya sea una persona, un objeto, un derecho, etc.). A lo largo del
proceso hay toda una serie de manifestaciones
corrientes (modificado de Worden, 1991, en Fernández Liria y Rodríguez Vega, 2002, p.103):
“Sentimientos: Tristeza,
rabia (incluye rabia contra sí mismo e ideas de suicidio), irritabilidad, culpa
y autorreproches, ansiedad, sentimientos de soledad, cansancio, indefensión,
shock, anhelo, alivio, anestesia emocional...
Sensaciones Físicas:
Molestias gástricas, dificultades para tragar o articular, opresión precordial,
hipersensibilidad al ruido, despersonalización, sensación de falta de aire,
debilidad muscular, pérdida de energía, sequedad de boca, trastornos del
sueño...
Cogniciones:
Incredulidad, confusión, dificultades de memoria, atención y concentración,
preocupaciones, rumiaciones, pensamientos obsesivoides, pensamientos intrusivos
con imágenes del muerto...
Alteraciones Perceptivas:
Ilusiones, alucinaciones auditivas y visuales, generalmente transitorias y
seguidas de crítica, fenómenos de presencia...
Conductas: Hiperfagia o anorexia,
alteraciones del sueño, sueños con el fallecido o la situación, distracciones,
abandono de las relaciones sociales, evitación de lugares y situaciones,
conducta de búsqueda o llamada del fallecido, suspiros, inquietud, hiperalerta,
llanto, visita de lugares significativos, atesoramiento de objetos relacionados
con el desaparecido…”.
También se suele pasar por una serie de fases,
en las que se puede ir tanto hacia adelante como hacia atrás, tal y como
señalaba Elisabeth Kübler-Ross:
negación; ira, enfado; pacto; depresión; y finalmente aceptación. Con la
elaboración del duelo vamos desarrollando nuestra resiliencia,
que es la “capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el
futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida
difíciles y de traumas a veces graves” (Cortés Recaball, 2010).
Uno de los alumnos nos comentó que se había quedado viudo
catorce meses atrás y que lo que a él había aprendido al elaborar su duelo era
que hay que centrarse en el presente, que el mañana no existe. La locución
latina Carpe Diem (aprovecha el
momento) nos recuerda eso, que no quiere decir que uno haga lo que se le ocurra
o le apetezca sin mirar más allá ni pensar en las consecuencias. Se trata de
vivir intensamente el momento presente, tomar lo que nos ofrece y disfrutarlo.
Fue una clase dura
pero muy intensa e interesante… ¡Carpe Diem!
Bibliografía
- Fernández Liria, Alberto y Rodríguez Vega, Beatriz (2003): “Intervenciones sobre problemas relacionados con el duelo en situaciones de catástrofe, guerra o violencia política”, Revista de psicoterapia, Vol. XII, N.48, pp-95-122.
- Cortés Recaball, Juana Elena (2010). La resiliencia: una mirada desde la enfermería. Cienc. enferm. [online]. Vol.16, N.3, pp.27-32. http://dx.doi.org/10.4067/S0717-95532010000300004.