Siguiendo con la entrada de ayer, comparto la homilía que he preparado para hoy.
24 de julio, Mt 12, 46-50
En aquel tiempo, estaba
Jesús hablando a la gente cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar
contigo». Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, señalando con
la mano a los discípulos dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que
cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi
madre».
“Quien cumple la
voluntad de mi Padre del cielo es mi hermano, mi hermana y mi madre”
Este texto me interpela mucho. Como madre siento la dureza
de la pregunta… ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? En un primer momento puede
resultar una pregunta desgarradora. En la tradición judía la familia siempre ha
sido considerada la base de la sociedad. Y una pregunta como esa, que podía
resonar como desprecio, podía resultar escandalosa. Hoy en día que hay
realidades muy diferentes, que no hay un único modelo de familia, que hay
muchas personas solas que establecen vínculos muy sólidos con personas a las
que no les unen lazos de sangre… quizá sea especialmente pertinente preguntarse
qué es la familia, quiénes forman mi familia.
¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Veamos la pregunta
desde otra perspectiva. En este texto Jesús nos habla de la familia espiritual.
Nos recuerda que todos formamos parte de la gran familia de Dios, que todos
recibimos la llamada a ser hijos e hijas suyos. Jesús, lejos de despreciar a su
madre y sus hermanos, les reconoce como parte de esa gran familia que
trasciende los lazos de sangre. En el evangelio de ayer se nos invitaba a
permanecer en el amor de Dios y dar frutos. Quienes responden a la invitación
se unen a esa familia espiritual cuya unión es más honda y duradera que la de
la sangre, la del origen.
Al comienzo de los Ejercicios Espirituales, que son un
camino personal para conocer la voluntad de Dios en mi vida, San Ignacio propuso el Principio y Fundamento
que dice: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios
nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima…” [EE 23]. Yo soy hija de Dios.
Me ha llamado a la vida porque me ama y espera que, libremente, le corresponda
amándole a él y a las demás personas. Toda la creación es fruto del amor de
Dios. Soy invitada a desear y elegir aquello que me conduce al fin para el que
he sido creada. Cada uno de nosotros estamos llamados a lo mismo. Sin embargo… ¡Cuántas
veces nos olvidamos de esto y elegimos mal! ¡Cuántas veces nos dejamos llevar
por lo que es más cómodo o fácil! ¡Cuántas veces nos dejamos influir por lo que
hacen o piensan los demás! En clase suelo repetir muchas veces que cuando
decimos frases como… “¡Total! No hace daño a nadie…” nos solemos olvidar de la
persona más importante en nuestra vida… que es la que nos mira en el espejo cada
día. Muchas veces tomamos decisiones que nos alejan de la persona que queremos
ser, de la persona que estamos llamados a ser. Y lo hacemos en decisiones
grandes y también en pequeñas elecciones.
Para mí, uno de los grandes problemas de nuestro modo de
vida y de nuestro ritmo de vida es que vivimos anestesiados, que hemos dejado
de hacernos preguntas. Que no confrontamos la realidad o los hechos. Que no nos
preguntamos por lo que está bien o mal. Que confundimos lo que es con lo que
debe de ser. Que no nos cuestionamos cuál es la voluntad de Dios en nuestra
vida. Que vivimos de espaldas a Dios y, muchas veces, también de espaldas a los
demás. Preguntar y preguntarnos es lo que permite que desarrollemos nuestro
espíritu crítico, es lo que nos permite avanzar, es lo que nos hace desarrollar
nuestra creatividad. No toda pregunta tiene respuesta, pero las preguntas abren
posibilidades y permiten que se den los cambios. Para mí, el texto de hoy es
una invitación a hacernos preguntas, a cuestionar nuestras acciones y las de
los demás. ¿Qué pasaría si hoy me
encontrara con Jesús y me preguntara eres tú mi madre, mi hermana?
Al final de los Ejercicios Espirituales, en la “Contemplación
para alcanzar amor”, San Ignacio propone esta bella oración, que se parece
mucho a la respuesta que dio María, la criatura modelo del cumplimiento de la
voluntad de Dios:
Tomad, Señor y recibid
toda mi libertad
mi memoria, mi entendimiento
y toda mi voluntad
Todo mi haber y mi poseer
vos me lo disteis
a vos Señor lo torno
Todo es vuestro
disponed a toda vuestra voluntad
Dadme vuestro amor y gracia
que ésta me basta
Os animo y me animo a que cumplamos la voluntad de Dios,
nuestro Padre-Madre, que no es otra que ser amor como él lo es. Pongámonos
confiadamente en sus manos, como María. Que así sea.