[Entrada publicada originalmente el 27.04.2009 en el Blog de Inteligencia Emocional de EITB, desaparecido el 01.07.2024]
Creo que en la vida no hay apenas certezas, salvo la de que igual que nacemos, un día moriremos, nuestro paso por la vida tiene fecha de caducidad. Y si esto es así ¿por qué tenemos una relación tan mala con el dolor y la muerte? Está claro que nadie quiere sufrir (todos funcionamos con la máxima de “buscar el placer y evitar el dolor”) y que pensar en la muerte asusta porque no sabemos qué nos espera (aunque en esto quienes tienen fe llevan ventaja).
Acabo de vivir la agonía de mi tío Antonio, enfermo de cáncer que ha luchado contra distintos ‘brotes’ durante más de treinta años. A pesar de una vida superando el dolor y la incertidumbre siempre le han acompañado un arrojo y fortaleza envidiables (y también bastante genio, para ser fiel a la verdad). Por eso, los últimos momentos en los que la enfermedad, literalmente, le ha consumido han sido muy duros. Costaba reconocerle en esa imagen distorsionada postrada en una cama de hospital. Durante todos estos años, tuvo el primer ‘brote’ cuando llevaban pocos años de casados, le ha acompañado mi tía Montse (hermana de mi padre). Mi tía pertenece a la misma generación que mi madre [post Mujeres en Huelga], el de esas mujeres que no han trabajado mucho de forma remunerada, que nunca cobran una pensión, pero que han hecho del cuidado una profesión/vocación y un ejemplo. Había que verle en el hospital atendiendo a mi tío en todo momento y hasta el último suspiro. Sin reproches y con constantes gestos amables y de cariño. El personal sanitario le decía que no estaban acostumbrados a ver lo que ella hacía, que normalmente la gente quiere tener al enfermo o enferma fuera de casa. Si mi tía no se llevó a mi tío a casa fue porque los médicos se lo desaconsejaron debido al gran deterioro que tenía y para asegurarle un final sin dolor, que era lo que más temía.
Estos días he observado mucho y he pensado mucho. Las personas nos ‘retratamos’ ante el dolor y la muerte, lo que decimos, lo que hacemos, cómo nos dirigimos al enfermo y a su entorno... Alrededor de la cama de mi tío se podían observar actitudes muy diferentes. Había quienes lo vivían en la lejanía, bien porque su relación no era muy estrecha o porque no veían a la muerte cara a cara. También había quien observaba con el miedo y la súplica del que sabe que su final no está muy lejano, y día a día firma una prórroga. El personal sanitario (desde el primer al último escalafón) le ha dispensado a él, y a los demás, un trato exquisito y atento, más allá de su deber profesional. También está la actitud de mi tía que ha llevado hasta las últimas consecuencias lo que en su día le prometió, “fidelidad... hasta que la muerte nos separe”. Hay quienes lloran, hay quienes no; hay quienes se quedan mudos y quienes se ven impelidos a una verborrea sin fin; hay quienes buscan el contacto con el enfermo y quienes lo evitan (no se sabe si por respeto, por miedo o por qué), etc.
¿Y cómo lo he afrontado yo? Ya he vivido varios procesos de enfermedad y muertes muy cercanas, y algunas muy recientes. En poco más de un año se ha muerto mi padre, mi mentor [post Un deber de gratitud], el bebé de unos amigos [post Acompañar en la muerte de un hijo] y ahora mi tío. Tengo la sensación de que en cada muerte se reviven todas las anteriores, lloras por todos tus muertos. Además, veo como poco a poco van ‘desapareciendo’ mis mayores, mis conexiones al pasado, a la infancia. Es ley de vida pero no por ello deja de ser duro. Y también me hace ver más cerca la enfermedad y la muerte, algo que cuando eres joven ni te planteas. Me hace enfrentarme al deterioro del cuerpo, a la pérdida de vitalidad, que cada vez viviré más en primera persona, y que cuesta asumir.
Pero no quiero acabar en un tono pesimista porque la muerte es la otra cara de la vida. Y creo que mi tío ha tenido una vida muy plena y con sentido a pesar de las dificultades. ¡Ha sido una suerte haberte conocido!
¿Cómo te relacionas tú con la enfermedad y la muerte?
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