martes, 27 de julio de 2021

¿Es posible un gobierno sin corrupción?

 

[Elaborado a partir de la intervención en el debate con el mismo título organizado por el Centro de Pensamiento Verde (Colombia) el 17 de junio de 2021. Publicado previamente aquí]


En primer lugar voy a clarificar el lugar desde el que voy a hacer mi intervención. Voy a hablar  desde la experiencia como docente durante más de veinte años de la asignatura “Ética cívica y  profesional”,  presente  en  todos  los  grados  de  la  Universidad  de  Deusto,  universidad  jesuita  fundada en 1886 en Bilbao (ciudad del País Vasco, en el Norte de España).

Una primera idea que suelo trasladar al alumnado es que para actuar éticamente en primer lugar  hay que distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Pero eso solo no basta. Hay que  elegir hacer lo que está bien. En muchas ocasiones realizamos acciones que sabemos que están mal, que  no  son correctas y  somos conscientes  de las consecuencias que  pueden  tener, que  pueden ser incluso de tipo penal. Como señala la filósofa Victoria Camps “¿Por qué es tan difícil  que la ley moral dirija efectivamente nuestras vidas? ¿Por qué, entre las numerosas razones que condicionan  la  conducta,  las  razones  éticas  cuentan  tan  poco?  Hay  una  respuesta  sencilla  y  rápida a estas preguntas y es la siguiente: no basta conocer el bien, hay que desearlo; no basta  conocer el mal, hay que despreciarlo. Si la respuesta no es equivocada, de ella se deduce que el  deseo  y  el  desprecio,  el  gusto  y  el  disgusto  son  tan  esenciales  para  la  formación  de  la  personalidad moral corno lo es la destreza en el razonamiento” (Camps, 2011, p. 13). Como bien  señala  el  Dr.  Jonatan  Caro  hay  mucha  diferencia  entre  ser  ético,  parecerlo  y  sentirlo (Universidad de Deusto, 2020). [Animo también a ver el vídeo de la Dra. Begoña Arrieta en el que se  explican dos conceptos diferentes, pero relacionados: ética y moral (Universidad de Deusto, 2021)].

Otro elemento importante a tener en cuenta es que cuando hablamos de ética, hablamos no de  cómo las cosas son, sino de cómo deberían ser. Es evidente que vemos muchas situaciones que  van en contra de la ética, muchas personas que no cumplen las normas, pero eso no justifica  que actuemos mal. Hace muchos años en una conferencia escuché una frase que he convertido  en un lema de vida: “El bien es bien, aunque nadie lo practique; el mal es mal, aunque todos lo  hagan”. Además, siempre nos movemos en dos, por así decirlo, niveles: 1. Ética objetiva, los  principios generales, universales, válidos para  todas las personas que habrá que aplicar a las  situaciones concretas; 2. Ética subjetiva. Los principios los tienen que aplicar las personas (por  eso  subjetiva,  de  sujeto).  Desde  este  punto  de  vista  la  conciencia  es  la  instancia  última  de  moralidad. Lo que determina que actuemos bien es que actuemos conforme el juicio de nuestra  conciencia. Si hacemos lo que nuestra conciencia nos dice estamos actuando bien, y si vamos en  contra estamos actuando mal. Por eso es fundamental formar y fundamentar nuestra conciencia  para integrar los principios y normas de la ética objetiva.  

Arantza Echaniz Barrondo es profesora en materias de Economía, Empresa, Ética y Comunicación, entre otras, en la Universidad de Deusto (España). Asimismo, es Coordinadora del Grado en Turismo y Coordinadora de Innovación Docente de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas.. Pertenece al equipo de investigación EDISPe (Desarrollo Social, Economía e Innovación para las personas). Colabora habitualmente en las tertulias de Radio Popular, es coordinadora y coautora del Blog de Inteligencia Emocional de Eitb (Radio Televisión Vasca) y es Asesora externa de la Comisión de Ética y Buen Gobierno del Ayuntamiento de Bilbao.

Con todo lo anterior quiero insistir en la importancia de la formación ética ya que la ciudadanía  elige a sus gobernantes y estos influyen en la ciudadanía y son modelo de actuación. Como  2  señalan (Benedicto y Morán, 2002, p.6): “el funcionamiento de la ciudadanía no es una cuestión  que  solo interesa a intelectuales y especialistas en la materia,  sino que  debe incorporarse al  debate político, dada su trascendencia en múltiples aspectos de la vida social y la disparidad de  enfoques que existen sobre el mismo”. La corrupción deteriora las instituciones y las sociedades  y sus efectos son malos para la ciudadanía y muy difíciles de revertir. Cabría preguntarse por  qué,  entonces,  la  ciudadanía  no  siempre  sanciona  la  corrupción. Parece  que  hay  diversas  razones: 1) desconocimiento de dicha corrupción; 2) sesgo político del votante (doble rasero de  medida entre lo que hacen los “míos” y los “otros”); 3) consideración de la misma como un mal  menor  (hay  corrupción,  pero  al  menos  se  hacen  cosas  por  la  sociedad);  4)  clientelismo,  amiguismo, es decir, compra/venta de favores indebidos (Jiménez González y García Galindo,  2020). 

Un pequeño apunte sobre la corrupción. Cuando se habla de ética de las profesiones se hace  una  distinción  entre  bien  interno  y  bienes  externos.  “Las  categorías  de  bien  interno  y  bien  externo se las debemos a MacIntyre. El contexto de dicha distinción se sitúa dentro de lo que él  llama  “práctica”  (“cualquier  forma  coherente  y  compleja  de  actividad  humana  cooperativa,  establecida socialmente, mediante la cual se realizan los bienes inherentes a la misma mientras  se intenta lograr los modelos de excelencia que le son apropiados a esa forma de actividad”).  Bien interno hace referencia a la realización del bien intrínseco de la profesión: hacer el bien.  Bienes  externos  son  aquellos  beneficios  extrínsecos  y  adicionales  de  la  profesión (enriquecimiento,  reconocimiento, etc.).  Cuando  prima el  segundo  sobre el  primero  se  da la  corrupción. Existe la tentación permanente de dar prioridad a los bienes externos. Cuando esto  ocurre se desvirtúa el ejercicio profesional” (Echaniz y Pagola, 2004, p. 77). El bien interno de  una  profesión  es  aquello  único,  esencial,  valioso  que  legitima  la  profesión  y  le  da  sentido.  Podríamos decir que el bien interno de la profesión política, de forma genérica, es la gestión  de  lo  público  y  del  bien  común  atendiendo  al  principio  de  justicia.  “La  corrupción  política,  entendida  como  utilización  espuria,  por  parte  del  gobernante,  de  potestades  públicas,  en  beneficio propio o de terceros afines y en perjuicio del interés general, es un mal canceroso que vive en simbiosis con el sistema democrático, a pesar de ser teóricamente incompatible con el  mismo,  y  que  debe  preocupar  muy  seriamente  a  todos  los  demócratas,  ya  que  corroe  los  cimientos de la democracia, en tanto que elimina la obligada distinción entre bien público y bien  privado,  característica  de  cualquier  régimen  liberal  y  democrático”  (Urquiza,  José  Manuel,  2018). Es importante señalar que existe corrupción en todos los ámbitos de la vida y en todos  los niveles. Normalmente la corrupción empieza a una escala pequeña y en la medida que no se  conoce o no se sanciona se va ampliando.  

Hace unos años leí un interesante libro en el que su autor, Gelinier (1991), presentaba los que a  su entender eran los “Factores para organizar la ética empresarial”. En primer lugar, señalaba la  importancia  de Desarrollar ética personal y  reconocida de los  dirigentes. La integridad de las  personas en puestos de dirección, por un lado, condiciona la actuación de las personas a su cargo  y,  por  otro,  se  refleja  en  las  decisiones  y  actuaciones.  La  integridad  exige  un  alto  grado  de  desarrollo personal y que se muestre y demuestre en el actuar diario. Un segundo factor sería  Conjugar ética y estrategia. Insiste mucho en la idea de que ética y estrategia no son opuestas,  sino  que  se  complementan.  Al  formular  la  estrategia  se  tienen  que  tener  presentes  dos  vertientes:  Prohibiciones  (hay  que  dejar  claro  qué  acciones  no  están  en  consonancia  con  la  misión,  visión  y  valores  de  la  organización)  y  también  es  muy  importante  señalar  valores  positivos con los que la organización se compromete. En último lugar destaca la necesidad de  Organizar la ética interna de la empresa. El objetivo de esto es prevenir fallos éticos, evitar la  corrupción de la organización. Para ello anima a elaborar una Carta Ética  (o también llamado  3  Código Ético o Código de conducta) que debería incorporar los siguientes elementos clave: 1) El  compromiso firme de la dirección; 2) Reglas éticas, normas y principios a seguir; 3) Mecanismos  para la detección de  fallos y 4) Sanciones ejemplares y disuasorias. De aquí se podrían sacar  algunas interesantes conclusiones para el ámbito de la política. Es fundamental garantizar la  integridad de la clase política, tanto en el momento de la elección, como durante el ejercicio de  los cargos. Debe haber un compromiso institucional para perseguir y sancionar la corrupción.  Una  herramienta  que  puede  ser  útil  son los  códigos éticos. Es  importante  que en la  función  pública existan normas claras,  transparentes y que  se apliquen para evitar la corrupción y el  deterioro de las instituciones. Un ejemplo de código de este tipo sería el Código de Conducta,  Buen  Gobierno  y  compromiso  con  la  Calidad  Institucional  del  Ayuntamiento  de  Bilbao,  que  conozco por mi pertenencia a la Comisión Ética de dicho ayuntamiento.  

Me  gustaría  terminar  con  una  llamada  a  la  ética,  como  vía  para  evitar  la  corrupción.  Y  si  todavía alguien se pregunta para qué sirve  responderé con unas palabras de Adela Cortina  (2013, p.178): “Para aprender a apostar por una vida  feliz, por una vida buena que integra  como  un  sobreentendido las  exigencias  de la justicia y abre  el  camino a la  esperanza”. [En  Echaniz Barrondo (2014) se puede leer una pequeña recensión sobre el mencionado libro].

Referencias