[Entrada publicada originalmente el 10.06.2009 en
el Blog de Inteligencia Emocional de EITB, desaparecido el 01.07.2024]
Acabo de leer el libro El filósofo y el lobo (Barcelona, Seix Barral, 2009) de Mark Rowlands. Este libro lleva como subtítulo Lecciones sobre el amor y la felicidad y narra los aprendizajes del autor, Doctor en Filosofía y profesor en distintas universidades, tras diez años de convivencia con Brenin, un lobo, a los que más tarde se sumaron Nina (cruce de malamute y pastor alemán) y Tess (hija de Brenin y una pastor alemán).
El libro cuenta, de una forma experiencial a la vez que introduce cuestiones filosóficas, las similitudes y diferencias entre el simio y el lobo. Aquí quiero compartir dos de las cuestiones que más me han gustado: por un lado la idea del mal; y, por otro, la diferencia entre las criaturas del tiempo y las criaturas del momento.
Rowlands no está de acuerdo con la moderna noción del mal cuyos dos argumentos principales son que el mal sólo existe en lo marginal (en los desfavorecidos psicológica o socialmente) y que no es culpa de nadie (si quien realiza el mal es un enfermo mental o sus circunstancias sociales le han negado toda oportunidad, no podemos considerarle responsable de sus actos, no es moralmente malo). En su opinión “el mal es cotidiano, normal, banal” (p.121). El mal que resulta de una intención de causar dolor y sufrimiento, y su disfrute, es la excepción y no la norma. Acciones realmente malas son fallos en el cumplimiento del deber moral (que consiste en proteger a los indefensos de aquellos que los consideran inferiores, y por tanto prescindibles) o del deber epistémico (deber de someter las propias creencias a un examen crítico). Y lo ilustra con un ejemplo en el que se ven dos actos de maldad, partiendo de que dichos actos no tienen nada que ver con el regodearse en el sufrimiento ajeno: 1) los repetidas violaciones de un padre a una hija, si éste no comprendiese que lo que hacía está mal y lo considerase natural estaría cometiendo un fallo contra el deber epistémico; y 2) la complicidad activa de la madre, que está fallando en el cumplimiento del deber moral de proteger a la hija (y es irrelevante el terror que pueda sentir hacia el padre).
“Los seres
humanos no somos capaces de ver el mal en el mundo porque nos distraen de tal
modo los motivos brillantes y lustrosos que no reparamos en la fealdad que
encubren” (p.120)
Esta visión del mal me ha resultado enriquecedora ya que siempre tiendo a creer que debe haber razones para un actuación mala. Me cuesta creer que existe un mal que se pueda cometer bien por ignorancia o empecinamiento, bien por irresponsabilidad o insensibilidad ante quien está en una situación de inferioridad o debilidad.
Relacionado con temas como el sentido de la vida, la muerte y la felicidad Rowlands introduce una distinción que me parece muy sugerente. Según él, los seres humanos y los lobos tenemos una relación distinta con el tiempo. Los lobos son, sobre todo, criaturas del momento, aceptan cada momento por separado. Los seres humanos somos más criaturas del tiempo. Concebimos el tiempo como una línea que se extiende del presente al pasado. Y esto nos puede hacer neuróticos de una forma que las criaturas del momento no lo son, pasamos una cantidad exagerada de tiempo anclados en un pasado que no volverá o proyectados en un futuro que está por venir. Miramos a través de los momentos más que mirar los momentos en sí. Los momentos para nosotros son los fantasmas del pasado y del futuro.
Hace muchos años vi la película El club de los poetas muertos en la cual el lema que les inculcaba el profesor, Robin Williams, era la famosa frase del poeta romano Horacio, Carpe Diem [Carpe diem quam minimum credula postero - 'Aprovecha el día, no confíes en mañana']. Hay quien hace una versión simple de este lema y lo interpreta como el vivir el momento al límite sin preocuparse por nada más. Tampoco es eso, se trata de “arrancarle pedacitos al tiempo”, de conseguir vencerle la batalla al tiempo, de lograr que el tiempo no nos quite vida (ni por quedarnos en el pasado ni por esperar siempre a un mañana). Esto es especialmente importante a medida que nos vamos haciendo mayores o cuando nos diagnostican una enfermedad terminal y vemos más de cerca la muerte.
Acabo con unas citas del libro para que cada quien saque sus conclusiones.
“Somos
seres mortales, seres que siguen el rastro de la muerte de un modo que,
pensamos, ningún otro animal es capaz de hacer. Tanto el sentido de nuestra
vida como el final de nuestra vida se encuentran más adelante en la línea,
razón por la cual dicha línea nos fascina y nos horroriza. Ése es, en esencia,
el dilema existencial de los seres humanos” (pp.238-9)
“La muerte no es el límite de mi vida. Siempre he llevado la muerte conmigo” (p. 247)
“El sentido de la vida reside precisamente en aquellas cosas que las criaturas temporales no podemos poseer: momentos” (p.267)
¿Qué has aprendido hoy de los lobos?
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