[Entrada publicada originalmente el 08.05.2009 en
el Blog de Inteligencia Emocional de EITB, desaparecido el 01.07.2024]
Escribo esta líneas porque he sido testigo mudo de una situación que creo encierra una injusticia y no he hecho nada ante la misma. Situación: sábado por la tarde, 18.00, en la cola del supermercado con mi hijo de 10 años. Delante de nosotros estaban una pareja de rumanos que llevaban un paquete gigante de pipas. Cuando han ido a pagar, 87 céntimos, lo han querido hacer con monedas de 1, 2 y 5 céntimos, sobre todo las dos primeras. La cajera se ha puesto muy dura y no les ha dejado pagar con esas monedas. Ha estado dos o tres minutos repitiéndoles frases como: “Sabéis que no se puede pagar con monedas tan pequeñas”, “Id al banco a que os las cambien”, “Os lo hemos dicho muchas veces”, “Ahora no hay cola, pero yo no puedo ponerme a contarlas”, etc. Además, lo hacía en un tono muy alto. Ellos muy educados y sin alzar la voz ni perder los nervios le decían: “Es dinero, ¿no?”. Al final la mujer ha sacado una moneda de un euro y ha pagado diciendo: “¿Esto sí es dinero y lo otro no? ¿No sabes contar?”, a lo que la cajera ha respondido: “Y tú no sabes ir al banco”. Cuando se han marchado me ha empezado a pedir disculpas, y a decir algunas cosas en alto como si quisiera que las demás cajeras y el resto de la clientela le oyeran. Yo no he dicho nada ni tampoco le he mirado porque, lejos de sentir simpatía hacia ella, lo que estaba era indignada.
Ya en casa hemos comentado la situación en familia. El hijo que había presenciado la situación decía: “Igual es una norma del supermercado...”. Mi marido comentaba que era perfectamente legal, que deben aceptar el dinero que les den aunque sean monedas pequeñas, y recordaba el caso de Ruiz Mateos cuando pagó una multa de forma similar. Al intentar buscar esa noticia me he encontrado con una parecida y más cercana en el tiempo (julio de 2008). Un ciudadano belga decidió pagar su factura de la luz con 215 kilos de monedas de un céntimo para protestar por la subida de los precios de la energía en los países europeos. Noticias como estas despiertan la solidaridad y la simpatía y aparecen en numerosos medios. Sin embargo, nadie hemos hecho ni dicho nada en el supermercado.
A mí me venían pensamientos y sentimientos contradictorios. Por un lado me ponía en el lugar de la cajera, trabajando un sábado por la tarde, encontrándose con numerosas situaciones desagradables y teniendo que, supuestamente, cumplir una norma que su superior le había dado. Por otro lado veía completamente injustificado el tono y la actitud que tenía. Hubiera tardado menos en contar las monedas que lo que ha tardado en cobrarles. Me surgía la duda de si, en parte, la actitud se debería a que eran extranjeros ¿Si mi hijo o yo le hubiéramos dado monedas pequeñas se habría comportado igual? Además era a todas luces ilegal e injusto lo que estaba haciendo, pero sabía que esas personas nunca llamarían a los municipales porque podría ser perjudicial para ellos. ¿No es eso un abuso de poder? He estado dudando si cambiarle yo algunas monedas o decir algo, pero ha podido el argumento de: “¿Para qué meterte en líos? Tienes que volver muchas veces a este supermercado”.
Sin embargo, he decidido que la próxima vez, de forma educada diré que legalmente deben aceptar ese dinero. Lo haré porque no me gusta colaborar, aunque sea con mi silencio, ante una injusticia y porque quiero educar a mis hijos en la responsabilidad y la sensibilidad. Y lo haré también por solidaridad con la parte más débil.
¿Y usted qué haría?
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