[Entrada
publicada originalmente el 25.05.2009 en el Blog de Inteligencia Emocional de
EITB, desaparecido el 01.07.2024]
Hoy quiero, con estas letras, mandar un gran abrazo y un mensaje de ánimo a un amigo que lo está pasando mal.
Yo hace no mucho tiempo viví una situación parecida a la que está viviendo él. No sé si el origen, porque no creo que haya factores únicos, pero la gran fuente del problema fue el trabajo. El trabajo, para mí, es una gran fuente de satisfacciones que contribuye a la autorrealización, pero reconozco que es un arma de ‘doble filo’. Asumí, sin demasiado convencimiento, una tarea de gestión y responsabilidad que suponía un esfuerzo y dedicación desmedida. No soy persona a la que le asuste trabajar, es más, a veces asumo muchas cosas aunque no tengan recompensa alguna. Tampoco me asustan las responsabilidades. Sin embargo, aquella tarea me minó física y psicológicamente. Lo que me resultó más duro fue la soledad y la falta de apoyo (hay quien lo llama la ‘soledad del cargo’). Lo que nunca me hubiera imaginado es que la organización no iba a apoyar mis decisiones y que me iban a dejar sola. No entiendo el que se den responsabilidades pero no se den recursos, que se pidan resultados pero se pongan cortapisas. Nunca pensé que con quien más iba a tener que pelear fuera los de dentro. Además, se sumó un problema en el que se mezclaba lo personal y lo profesional. Una compañera, y amiga, no se sentía valorada y lanzó un ‘órdago’ diciendo que se iba si no se le mejoraban las condiciones, que ciertamente no respondían a su contribución a la organización. Al final se fue y descargó en mí, su jefa, toda su furia, frustración o qué se yo. Decía que no le había dado el respaldo suficiente y que no había sabido distinguir lo personal y lo profesional. Para mí aquello fue el detonante. En aquel instante decidí que iba a dejar aquella responsabilidad, que no estaba dispuesta a sufrir más por el trabajo, que no iba a dejar que afectara a mi vida. Y para entonces ya afectaba, y mucho. Tenía problemas para dormir, el carácter se me había agriado, estaba irritable... Recuerdo un día que mi hijo mayor me dijo: “Ama, ¿por qué siempre estás enfadada?”.
A día de hoy me he recuperado, pero me ha costado. Tardé bastante más de un año en superar el insomnio. Todavía hoy me pasa que a la menor preocupación se me altera el patrón de sueño. Vengo a trabajar sin que me den taquicardias al acercarme a la puerta. Y lo hago con una sonrisa. He recuperado la ilusión y siento más vocación que nunca por mi trabajo. Pero ha sido un proceso. Cuando estaba en el peor momento tuve la tentación de dejarlo todo y aceptar cualquier trabajo, de lo que fuera. En todo el tiempo que llevo en la organización, más de 15 años, nunca he mirado ofertas de trabajo como entonces. Pero, por fortuna, hice mío el lema ignaciano de ‘en tiempo de desolación, no hacer mudanza’. Creo firmemente que nunca hay que tomar decisiones del tipo ‘quemar los barcos’ cuando uno está en el fondo del hoyo. Es muy tentador, pero siempre hay alguien que te quiere bien que te lo recuerda. Mi entorno me entendió y me apoyo en la decisión, primero de dejar el puesto, y segundo de rebajar mi dedicación al trabajo pero seguir con aquello que me gusta y que me llena.
Hoy te quiero lanzar ese mensaje. Recuerda el lema ignaciano. Decidas lo que decidas estaré ahí, te apoyaré, pero decide con cierta paz, con serenidad. Toma la mejor decisión para ti no sólo a corto plazo. Y recibe, sobre todo, un abrazo muy fuerte. Un abrazo es algo que nos desmonta, que nos que nos une a la realidad, que nos conecta con nuestro entorno incluso en los peores momentos.
Me encanta decirles a mis hijos y mis sobrinos: “Ven aquí que yo doy los mejores abrazos del mundo”. La respuesta es siempre la misma, un niño que se abalanza y se deja ‘achuchar’ transmitiéndote una infinita ternura. Os animo a que veáis el siguiente vídeo sobre la ‘abrazoterapia’ y a que abracéis a toda aquella persona que lo necesita (aunque... ¿Quién no necesita un abrazo?).
¿A quién has abrazado hoy?
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