[He
publicado esta entrada el 12.03.2018 en el Blog de Inteligencia Emocional de
Eitb-desaparecido el 01.07.2024]
Esta entrada está inspirada por un vídeo que he visto recientemente del P. José María Rodríguez Olaizola, sj y que reproduzco al final.
Seguramente todas las personas en algún momento de nuestra vida hemos tenido momentos en los que hemos sentido una soledad no deseada, no buscada, con la que es difícil bailar. Hay sucesos, hay acontecimientos, hay pérdidas que te dejan perpleja, sorprendida, desorientada… que te hacen desear que el mundo se pare. Es entonces cuando la soledad te golpea y puede llegar a dejarte fuera de combate, al menos por un tiempo. A medida que acumulamos vida, acumulamos buenos recuerdos, huellas imborrables de personas y hechos… y también cicatrices y heridas que nos acompañan y nos hacen lo que somos. Una de mis heridas, quizá la más grande y la que me sacude recurrentemente, es la del rechazo y el abandono. Cuando era más joven me aterraba estar sola porque se avivaba mi herida. Con el tiempo he aprendido, como dice Robin Williams, que lo peor es estar con personas que te hace sentir sola, que no te acompañan, que no te apoyan porque eso te mina y te hace perder tu esencia.
También he aprendido, como dice el poema Soledades de Mario Benedetti, que después de la alegría, la plenitud, el amor viene la soledad. En realidad pasamos mucho tiempo en soledad o, visto de otra manera, acompañados de la única persona que está todo el tiempo con nosotros… la persona que nos mira en el espejo cada día, y que es nuestra mejor pareja de baile.
Por muy rodeados de gente que estemos, nacemos solos y morimos solos. Esta es una realidad ineludible. Erich Fromm, en El arte de amar, decía que “la necesidad más profunda del hombre es, entonces, la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad”. El problema es que muchas veces hacemos auténticas tonterías y barbaridades para responder a esa necesidad, olvidándonos de la persona más importante en nuestra vida que somos cada uno de nosotros. Yo me he prometido a mí misma que no voy a mendigar cariño, ya que cuando lo he hecho nunca he recibido lo que necesitaba o deseaba.
Para terminar hago mías unas palabras del P. Rodriguez Olaizola. Para bailar con la soledad hay que escuchar la música. Hay que reconocer que no estamos solos, que lo que nos sucede a nosotros también lo viven otras personas. Hay que escuchar la voz de la vida. Todo, hasta lo más doloroso, nos habla de vida. Y hay que mirar al otro que es diferente, hay que escucharle, reconocerle y tenderle una mano. No podemos reclamar atención o ayuda de otros pero sí podemos ofrecer nosotros atención o ayuda, eso sí depende de nosotros. Yo estoy dispuesta a bailar con la soledad ¿y tú?