[He publicado esta entrada el 19.03.2017 en el Blog de Inteligencia
Emocional de Eitb-desaparecido el 01.07.2024]
Resuenan en mí los versos de una canción de El último de la fila… “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir”. Llevo mucho tiempo reflexionando sobre la importancia de las palabras. En un post antiguo escribí: “Las palabras son armas de doble filo; a veces, incluso, armas arrojadizas…".
Los estudios del Centro para la Investigación Psicológica de Shenyang (China) con jóvenes que habían cometido crímenes mostraron que dichos crímenes tenían relación con el abuso emocional infantil que habían sufrido. Las palabras violentas pronunciadas por padres y maestros pueden tener consecuencias muy graves. En este vídeo se muestra, a través de las historias de 6 jóvenes, cómo las palabras pueden ser armas.
Como firme convencida que soy del Efecto Pigmalión creo en el poder de las expectativas que vertemos sobre otras personas. Éstas funcionan tanto en positivo como en negativo. Por eso es muy importante que cuidemos los mensajes que transmitimos, y más a aquellas personas que nos reconocen autoridad, que nos valoran y sobre las que más influencia tenemos. Los niños son especialmente sensibles, y por tanto vulnerables, a las palabras de sus padres y educadores.
Álvaro Pascual-Leone, investigador y profesor de Harvard señala: “Tu cerebro cambia con cada cosa que piensas, incluso aunque no la digas. (…) Estar vivo es una condena a que tu cerebro vaya cambiando hasta que te mueres. El reto es darse cuenta de que ese cambio del cerebro no necesariamente es bueno o malo para ti, simplemente forma parte de cómo funciona nuestro sistema. Todo es cuestión de saber cómo guiar esos cambios, cómo esculpir el propio cerebro, de rodearse de influencias que lleven a lo mejor para el individuo”. Si nuestro cerebro cambia con cada cosa que pensamos, qué importantes son los pensamientos y las palabras con las que lo alimentamos. Igual que cuidamos la comida que ingerimos debemos cuidar las ideas y pensamientos que elaboramos, así como las palabras que salen de nuestra boca. Para esto nos viene muy bien conocer y gestionar nuestras emociones, en especial la ira. La ira es una emoción muy intensa, que aumenta muy rápidamente y que nos puede hacer y decir cosas de las que luego nos podemos arrepentir. Como dice mi amigo Rogelio Fernández cuando subimos la espiral de la ira vamos dejando ‘muertos’ por el camino… y luego en el camino de bajada nos vamos encontrando ‘cadáveres’…
Y no sólo dañan las palabras que son ciertas, o tienen algo de verdad, también son muy dañinos y destructivos los chismes y rumores. Un artículo que he leído recientemente señalaba: “La lengua no tiene huesos y, sin embargo, es lo bastante fuerte para hacer daño y envenenar a través de chismes y rumores. Un virus letal que solo se aplaca cuando llega a oídos de la persona inteligente”. La próxima vez que te llegue un chisme, un rumor, una información no contrastada o que no sea oportuna… piénsalo dos veces antes de difundirla… Pasa el triple filtro de Sócrates… ¿Es verdad? ¿Es algo bueno? ¿Es útil? Si no pasa el triple filtro… ¿para qué contarlo?
Y no sólo dañamos a otros, también podemos dañarnos a nosotros mismos con palabras e ideas. A veces nos decimos cosas a nosotros mismos que no permitiríamos que otros dijeran. Como reflexión final dejo esta magnífica escena…