Los días 4 y 5 de febrero de 2011 asistí en San Sebastián a
un Taller que llevaba por título “Horizontes
de vida”, impartido por el jesuita Darío
Mollá. Era un taller centrado en las claves de la espiritualidad ignaciana,
el legado de S. Ignacio de Loyola. Quiero compartir aquí algunas de las ideas y
conclusiones que saqué del mismo porque tienen validez independientemente de
que uno profese o no la fe cristiana. Son válidas para todo aquél que quiera
una vida con sentido.
El ayudar se presenta como un horizonte de integración, como la clave en torno a la cual se
articulan todos los elementos de una vida, según la espiritualidad ignaciana.
Integrar no es sumar; supone trabar,
entrelazar. En muchas ocasiones vivimos con mucha dispersión, realizamos
múltiples actividades que tienen fines y objetivos muy distintos. Ayudar supone
ponerse al servicio de la necesidad del otro. Ayudar no es lo mismo que hacer, a veces es necesario dejar de
hacer, mantenerse al margen, estar, permanecer, no hacer nada. Ayudar no significa hacer más, sumar
nuevas actividades a nuestra vida. El desafío es hacer lo que tengo que hacer
ayudando. Ayudar tampoco requiere hacer
algo distinto, el reto está en transformar el vivir en ayudar. Lo importante es cómo y desde dónde hacemos lo
que nos toca hacer. Ayudar conlleva una
tensión entre el deseo (disposición, ganas de comprometerse) y la humildad (debo concretar mi deseo
en la ayuda que el otro necesita). El deseo sin humildad es prepotencia y la
humildad sin deseo, conformismo. La humildad es tener un corazón tan grande que
está dispuesto a hacer lo más pequeño como si fuera lo más grande (con
generosidad, entrega, entusiasmo, etc). Ayudar es proponer, no imponer.
¿Qué elementos posibilitan un ayudar como el que hemos
comentado? 1) Un vivir contemplativo,
con la sensibilidad abierta, capaz de captar la necesidad del otro, con mirada
atenta, con escucha. 2) El discernimiento.
El movimiento siguiente a la contemplación es preguntarse qué puedo y qué debo
hacer. 3) La gratuidad, una
generosidad radical, que no pone condiciones, que es capaz de mirar por encima
de los beneficios. 4) La abnegación,
el salir del ensimismamiento, del autocentramiento, que no significa dejarnos o
no cuidarnos a nosotros mismos. “Nadie da lo que no tiene”. Para que haya una
ayuda auténtica y de calidad debemos dar lo mejor de nosotros mismos.
La fuente de alimentación del ayudar es el AGRADECIMIENTO. La experiencia de agradecimiento nos pone en marcha y dinamiza
para ayudar generosa y gratuitamente. El agradecimiento es una actitud de fondo, de base, que se
manifiesta en momentos puntuales. Tenemos
muchísimos motivos para el agradecimiento. Una buena práctica es tomarse 5
minutos antes de levantarse para hacerse consciente de lo recibido cada mañana.
Igualmente bueno es tomarse 5 minutos al final del día para repasar todos los
motivos para agradecer el día vivido (‘darse cuenta’). Sin embargo, nos cuesta vivir en el agradecimiento,
nos resulta más fácil vivir en la queja y el lamento . Esto se debe a dos tipos
de causas. Existen causas
socio-culturales: a) vivimos en la cultura
de la insatisfacción que nos recuerda permanentemente lo que no tenemos; b)
la imagen social del agradecido no es buena, se le ve como tonto o
ingenuo; c) el agradecimiento no es un valor social, no se educa para
ello. Y también hay causas personales.
Todos tenemos motivos para quejarnos, heridas que nos ha dado la vida, hemos
sufrido injusticias, minusvaloraciones, desprecios, etc. Lo que debemos hacer
es apoyarnos en los motivos para
agradecimiento para seguir adelante porque apoyarnos en los motivos para el
lamento es estéril (la vida no
devuelve las facturas), peligroso
(nos mete en una dinámica destructiva, podemos acabar cayendo en el
resentimiento que es un camino de difícil vuelta) e injusto (acabas pidiendo que los demás te compensen y te paguen).
Con el motor del agradecimiento y el horizonte de ayudar nos
queda ver cuáles son mis posibilidades en mis circunstancias concretas y
cambiantes. Y esto es el DICERNIMIENTO,
el proceso por el cual intento que mis decisiones cotidianas sean coherentes
con mis convicciones. Implica hablar de: a) un proceso de toma de decisiones ; b) un talante personal; c) técnicas,
métodos, reglas. Centrémonos en el talante
personal, que podría verse como un conjunto, suma e interrelación de 6
actitudes. 1) Deseo. Es lo que lleva
a la pregunta, la inquietud, la búsqueda del modo de ayudar. 2) Pregunta y búsqueda. Cómo y en qué
concreto mi deseo, dentro de mis posibilidades concretas. El deseo lleva a
concretar, lo que nos enfrenta a los límites y exige dejar cosas, renunciar. Es
discernir para ayudar, que no siempre está claro, no es elegir entre algo bueno
y algo malo. 3) Capacidad de análisis de
la realidad, de captar la complejidad y asumirla. 4) Escucha interior. Las decisiones importantes producen movimientos interiores.
5) Capacidad de autocrítica o libertad
interior. ¿Qué nos quita la libertad interior? Todo aquello que tiene que
ver con mi imagen y mi prestigio; los afectos desordenados, cuando cosas, personas, lugares, situaciones,
etc. se nos convierten en intocables, se salen de su sitio; los miedos, cuando nos dejamos arrastrar y
decidimos desde ahí. 6) Humildad. Para dejarse acompañar, el discernimiento es siempre personal (es uno el
que decide) pero no solitario. Para aceptar que el discernimiento tiene un marco, un campo de juego. Para aceptar que me puedo equivocar. El ayudar
no tiene por qué acabar en éxito,
puede que no hayamos hecho lo suficiente o lo que era necesario. Puedo hacer un
discernimiento perfecto pero tomar una decisión equivocada. El discernimiento
pretende hacernos honestos y limpios al decidir.
¿Te sientes llamado a hacer del ayudar tu horizonte de vida?
Bibliografía:
- Mollá Llácer, Darío (2009): “Horizontes de vida (Vivir a la ignaciana)”. Cuaderno nº 54. Barcelona: Cristianisme i Justícia. Disponible en: http://www.fespinal.com/espinal/llib/eies54.pdf
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