martes, 13 de agosto de 2024

El ayudar como horizonte de vida


[Entrada publicada originalmente el 22.02.2011 en el Blog de Inteligencia Emocional de EITB, desaparecido el 01.07.2024]

Los días 4 y 5 de febrero de 2011 asistí en San Sebastián a un Taller que llevaba por título “Horizontes de vida”, impartido por el jesuita Darío Mollá. Era un taller centrado en las claves de la espiritualidad ignaciana, el legado de S. Ignacio de Loyola. Quiero compartir aquí algunas de las ideas y conclusiones que saqué del mismo porque tienen validez independientemente de que uno profese o no la fe cristiana. Son válidas para todo aquél que quiera una vida con sentido. 

El ayudar se presenta como un horizonte de integración, como la clave en torno a la cual se articulan todos los elementos de una vida, según la espiritualidad ignaciana. Integrar no es sumar; supone trabar, entrelazar. En muchas ocasiones vivimos con mucha dispersión, realizamos múltiples actividades que tienen fines y objetivos muy distintos. Ayudar supone ponerse al servicio de la necesidad del otro. Ayudar no es lo mismo que hacer, a veces es necesario dejar de hacer, mantenerse al margen, estar, permanecer, no hacer nada. Ayudar no significa hacer más, sumar nuevas actividades a nuestra vida. El desafío es hacer lo que tengo que hacer ayudando. Ayudar tampoco requiere hacer algo distinto, el reto está en transformar el vivir en ayudar.  Lo importante es cómo y desde dónde hacemos lo que nos toca hacer. Ayudar conlleva una tensión entre el deseo (disposición, ganas de comprometerse) y la humildad (debo concretar mi deseo en la ayuda que el otro necesita). El deseo sin humildad es prepotencia y la humildad sin deseo, conformismo. La humildad es tener un corazón tan grande que está dispuesto a hacer lo más pequeño como si fuera lo más grande (con generosidad, entrega, entusiasmo, etc). Ayudar es proponer, no imponer.

¿Qué elementos posibilitan un ayudar como el que hemos comentado? 1) Un vivir contemplativo, con la sensibilidad abierta, capaz de captar la necesidad del otro, con mirada atenta, con escucha. 2) El discernimiento. El movimiento siguiente a la contemplación es preguntarse qué puedo y qué debo hacer. 3) La gratuidad, una generosidad radical, que no pone condiciones, que es capaz de mirar por encima de los beneficios. 4) La abnegación, el salir del ensimismamiento, del autocentramiento, que no significa dejarnos o no cuidarnos a nosotros mismos. “Nadie da lo que no tiene”. Para que haya una ayuda auténtica y de calidad debemos dar lo mejor de nosotros mismos.

La fuente de alimentación del ayudar es el AGRADECIMIENTO. La experiencia de  agradecimiento nos pone en marcha y dinamiza para ayudar generosa y gratuitamente. El agradecimiento es una actitud de fondo, de base, que se manifiesta en momentos puntuales. Tenemos muchísimos motivos para el agradecimiento. Una buena práctica es tomarse 5 minutos antes de levantarse para hacerse consciente de lo recibido cada mañana. Igualmente bueno es tomarse 5 minutos al final del día para repasar todos los motivos para agradecer el día vivido (‘darse cuenta’). Sin embargo, nos cuesta vivir en el agradecimiento, nos resulta más fácil vivir en la queja y el lamento . Esto se debe a dos tipos de causas. Existen causas socio-culturales: a) vivimos en la cultura de la insatisfacción que nos recuerda permanentemente lo que no tenemos; b) la imagen social del agradecido no es buena, se le ve como tonto o ingenuo;  c) el agradecimiento no es un valor social, no se educa para ello. Y también hay causas personales. Todos tenemos motivos para quejarnos, heridas que nos ha dado la vida, hemos sufrido injusticias, minusvaloraciones, desprecios, etc. Lo que debemos hacer es apoyarnos en los motivos para agradecimiento para seguir adelante porque apoyarnos en los motivos para el lamento es estéril (la vida no devuelve las facturas), peligroso (nos mete en una dinámica destructiva, podemos acabar cayendo en el resentimiento que es un camino de difícil vuelta) e injusto (acabas pidiendo que los demás te compensen y te paguen).    

Con el motor del agradecimiento y el horizonte de ayudar nos queda ver cuáles son mis posibilidades en mis circunstancias concretas y cambiantes. Y esto es el DICERNIMIENTO, el proceso por el cual intento que mis decisiones cotidianas sean coherentes con mis convicciones. Implica hablar de: a) un proceso de toma de decisiones ; b) un talante personal; c) técnicas, métodos, reglas. Centrémonos en el talante personal, que podría verse como un conjunto, suma e interrelación de 6 actitudes. 1) Deseo. Es lo que lleva a la pregunta, la inquietud, la búsqueda del modo de ayudar. 2) Pregunta y búsqueda. Cómo y en qué concreto mi deseo, dentro de mis posibilidades concretas. El deseo lleva a concretar, lo que nos enfrenta a los límites y exige dejar cosas, renunciar. Es discernir para ayudar, que no siempre está claro, no es elegir entre algo bueno y algo malo. 3) Capacidad de análisis de la realidad, de captar la complejidad y asumirla. 4) Escucha interior. Las decisiones importantes producen movimientos interiores. 5) Capacidad de autocrítica o libertad interior. ¿Qué nos quita la libertad interior? Todo aquello que tiene que ver con mi imagen y mi prestigio; los afectos desordenados, cuando cosas, personas, lugares, situaciones, etc. se nos convierten en intocables, se salen de su sitio; los miedos, cuando nos dejamos arrastrar y decidimos desde ahí.  6) Humildad. Para dejarse acompañar, el discernimiento es siempre personal (es uno el que decide) pero no solitario. Para aceptar que el discernimiento tiene un marco, un campo de juego.  Para aceptar que me puedo equivocar.  El ayudar no tiene por qué acabar en éxito, puede que no hayamos hecho lo suficiente o lo que era necesario. Puedo hacer un discernimiento perfecto pero tomar una decisión equivocada. El discernimiento pretende hacernos honestos y limpios al decidir.

¿Te sientes llamado a hacer del ayudar tu horizonte de vida?

Bibliografía:


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