[Entrada
publicada originalmente el 04.12.2009 en el Blog de Inteligencia Emocional de
EITB, desaparecido el 01.07.2024]
Últimamente estoy dando muchas vueltas al tema de las relaciones y del amor. Será por la edad, por el tiempo de matrimonio (son quince años a los que hay que sumarle más de nueve de noviazgo), porque mis hijos se van haciendo mayores, o porque estoy en un buen momento para pensar...
Acabo de leer un libro de Sergio Sinay titulado El buen amor: un camino hacia los encuentros posibles (Barcelona, RBA, 2006) que me ha resultado muy sugerente. En él presenta las que en su opinión son las condiciones del buen amor y que yo me voy a permitir leer de forma libre. Creo, además, que se pueden extender a cualquier relación personal (amorosa, de amistad, paterno o materno-filial, etc.).
Primera condición: La primera persona. Cada uno de nosotros tiene que vivir consigo mismo durante toda su vida y debe ser el protagonista de la misma si no quiere que sean otros quienes llevan las riendas. Y para esto es fundamental conocerse y quererse. Si yo no me quiero nunca podré querer a otro o como me gusta decir “nadie da lo que no tiene”. “El problema con el egoísmo comienza cuando se transforma en egolatría, en una adoración excluyente de mí mismo por encima, a pesar y en contra de los demás” (p.22).
Segunda condición: El otro. Somos únicos e irremplazables tanto en nuestros orígenes como en nuestros destinos, nacemos y morimos solos con nosotros mismos, pero en el camino se produce el encuentro con el otro. El verbo amar hay que conjugarlo primero en primera persona del singular pero adquiere su plenitud cuando se conjuga en primera persona del plural; cuando dos Yo se reconocen y se encuentran y se convierten en un nosotros.
Tercera condición: Las diferencias. Hay un mito bastante pernicioso que es el del alma gemela. ¿Realmente quiero compartir mi vida con alguien que es como yo (si es que eso fuera posible)? Este mito destruye lo mejor que hay en mí, mi singularidad. El buen amor pasa por el reconocimiento, respeto e integración de aquello que nos hace únicos.
Cuarta condición: El misterio. Un misterio no es ni un secreto, algo que se oculta, ni un problema, algo que dificulta la relación. Todos tenemos aspectos inaccesibles e incomprensibles que se van a manifestar en las relaciones.
Quinta condición: La aceptación. Hay que diferenciar la aceptación de la tolerancia (que suele tener aire de superioridad, y que tarde o temprano suele ser exigente) y de la resignación (que suele incluir frustración y desencanto). La aceptación parte de la buena fe, de la creencia de que el otro no quiere dañarnos. “Sólo puede haber aceptación allí donde las diferencias son reconocidas, celebradas y tomadas como la semilla fundacional del encuentro” (p.50).
Sexta condición: El tiempo. Existen otros dos mitos perniciosos: el amor eterno y amor a primera vista. Ambos violentan la existencia del tiempo y presentan el amor como algo mágico que surge de forma atemporal. “Saber si el fuego de la pasión puede convertirse en brasas del amor es un proceso que necesita tiempo” (p.61). Pero el tiempo es un arma de doble filo. “El tiempo en el amor tóxico, en el amor que equivoca su nombre y su destino, es una jaula que aprisiona, una mortaja. Cuando los que se aman comparten una relación de buen amor, el tiempo es libertad” (p.64).
Séptima condición: El encuentro. El encuentro es mucho más que la coincidencia en el tiempo y el espacio y no significa la simbiosis con el otro que hace desaparecer lo único de cada uno. Hay búsquedas sin encuentro, que acaban convirtiéndose en búsquedas en serie y que terminan abandonando al otro o siendo abandonado; y hay encuentros sin búsqueda en los que dos, que son lo que son y no lo que deberían, se eligen y son elegidos. En nuestra cultura está muy arraigado el mito del final feliz ("Fueron felices y comieron perdices") y se nos ha hecho creer que es mejor estar mal acompañado que solo. "El encuentro en el que se plasma un amor sanador no nace de una obsesión, no es hijo de la ansiedad, no proviene de la impaciencia, no es un disfraz del miedo a caminar solo" (p.73).
Octava condición: La responsabilidad. No puedo hacerme responsable de la satisfacción de la otra persona o de que ésta se sienta completa, lo que no significa desentenderme del otro, dañarle a sabiendas, utilizarle o manipularle. "La responsabilidad es la capacidad de hacerse cargo de la propia vida y, por lo tanto, de la propia participación y permanencia en el vínculo de amor" (p.82).
Novena condición: La compañía. "La compañía es el inicio, la consolidación, la transformación y la condición de desarrollo de una experiencia amorosa plena y profunda" (p.85). Se trata de encontrar más que buscar, de permanecer más que persistir, de ir con alguien y no hacia alguien. Y para que esto ocurra es condición necesaria que, antes de encontrar quien me acompañe, tenga claro dónde voy, porque de no ser así mi acompañante puede acabar siendo mi carcelero.
Creo que estas condiciones sientan la base del buen amor. Dos Yo que se encuentran, aceptan y celebran tanto sus diferencias como sus misterios y se eligen para, a lo largo del tiempo y de forma responsable, acompañarse en un camino.
¿Y usted qué opina?
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