[Entrada publicada originalmente el 30.03.2011 en el
Blog de Inteligencia Emocional de EITB, desaparecido el 01.07.2024]
Estimado Doctor,
Hoy, 29 de marzo de 2011, has operado a mi madre y cuando has
hablado con mi hermana y conmigo nos has dicho que esperas no arrepentirte de
haberlo hecho. Yo espero que el dolor que nos han causado tus palabras se quede
en una mera anécdota que comentemos un día mientras paseemos con mi ama.
Mi madre lleva con problemas de espalda desde hace más de
dos años. Su movilidad y su calidad de vida han empeorado notablemente. Lleva
mucho tiempo aguantando unos dolores insoportables, pero no ha perdido la
esperanza y se ha esforzado sobremanera para no abandonarse y no quedarse
relegada a una silla de ruedas. Hace un año y cinco meses estuvimos en tu
consulta y nos dijiste que la única opción era operar y que entraba en lista de
espera. Llevamos más de un año esperando la llamada para la operación. El
preoperatorio que le hicieron caducó hace más de 9 meses. Y este tiempo de
espera no ha estado exento de sufrimiento. En varias ocasiones ha tenido que ir
a urgencias para que le dieran ‘chutes’ contra el dolor. Y eso que las listas
de espera en Osakidetza supuestamente no superan los seis meses…
Esta mañana se han llevado a mi ama a las 8.30 al quirófano
y nos han dicho que fuéramos a la sala de espera. Hasta las 13.30 no nos han
llamado por el altavoz. Han sido 5 horas de nervios e inquietud que se suman a
un par de noches de mal dormir.
La conversación que hemos tenido, bueno monólogo por tu
parte, me ha parecido surrealista. Por más que lo pienso me cuesta comprender
tu actitud. Creo que había razón en tus palabras pero tengo duda de si nos has
visto como personas, más allá de la familia de un ‘número de historia clínica’.
Nada más entrar, según nos hemos sentado nos has dicho: “He estado a punto de
no operarle. No se puede operar a alguien tan gordo. Los médicos podemos correr
riesgos en el quirófano, es nuestro trabajo, pero sólo si va a haber
resultados. En este caso, esta operación no va a servir para nada y va a tener
unos dolores horribles”. Esa ha sido la primera de las lindezas que nos has
soltado. Yo no daba crédito y no podía articular palabra. Y ha habido muchas
más: “La radiografía va a quedar perfecta, porque hemos hecho lo que teníamos
que hacer, pero no va a servir para nada”… “Una persona normal pierde unos 450cc
de sangre, vuestra madre, es vuestra madre, ¿no?, casi dos litros. Y eso
siempre genera complicaciones. A los médicos no nos gusta tener cadáveres… ¿Y
para qué? La experiencia me dice (he operado en condiciones similares a 6
personas, 5 mujeres y un hombre, de los que me acuerdo con nombre y apellido) que
nunca adelgazan y entonces la operación no sirve para nada”… “Si Osakidetza no
fuera el circo que es, si las listas de espera fueran de mes y medio, le
hubiera mandado a casa y le habría dicho que adelgazara y entonces
volviera”… “Hace una semana tuvimos una
intervención de lo mismo pero no se ha parecido en nada. Alguien que hubiera
visto la de hoy le habría parecido, en comparación, una carnicería”… “Si
hubiera sido mi madre no le habría operado. Vosotras veréis el método que
utilizáis para que adelgace… como si le tenéis que coser la boca”… “He
insistido mucho en que adelgazara” (sólo le has visto en una ocasión y desde
entonces ha adelgazado).
Y todo esto lo decías con una sonrisa en la cara tipo Joker
que quiero creer que era de nervios por la tensión de la intervención; y sin
decirnos si había salido de la operación o no.
Y yo te quiero preguntar: ¿Hablas así a todos los pacientes?
¿Y a sus familias? ¿Los ves como personas? ¿O sólo como casos? ¿En algún
momento piensas cómo se sienten? ¿Qué veías al mirarnos? Para ti será un número
de historia clínica, un caso con complicaciones, pero para nosotras es quien
nos ha dado la vida y quien nos ha criado como mejor ha sabido o podido.
Afortunadamente, lo bueno de esta situación es que
probablemente tú seas el mejor ‘carpintero de huesos’ del hospital (ser médico
me parece que implica mucho más) y que mi ama al menos tiene una posibilidad de
mejorar su calidad de vida.
Quiero despedirme diciéndote que sé que tu profesión no es
fácil, que agradezco lo que has hecho (no lo que nos has dicho), pero igual
mirando a los pacientes y a sus familias como personas puedes conectar mejor
con su dolor, que no es sólo físico, y contribuir a paliarlo.
Una familiar doliente
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