martes, 24 de julio de 2018

Cinco mujeres hablan de Jesús de Nazaret (II)


Siguiendo con la entrada de ayer, comparto la homilía que he preparado para hoy. 

24 de julio, Mt 12, 46-50
En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente cuando su madre y sus hermanos se  presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo». Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre  y quiénes son mis hermanos?». Y, señalando con la mano a los discípulos dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre».

“Quien cumple la voluntad de mi Padre del cielo es mi hermano, mi hermana y mi madre”

Este texto me interpela mucho. Como madre siento la dureza de la pregunta… ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? En un primer momento puede resultar una pregunta desgarradora. En la tradición judía la familia siempre ha sido considerada la base de la sociedad. Y una pregunta como esa, que podía resonar como desprecio, podía resultar escandalosa. Hoy en día que hay realidades muy diferentes, que no hay un único modelo de familia, que hay muchas personas solas que establecen vínculos muy sólidos con personas a las que no les unen lazos de sangre… quizá sea especialmente pertinente preguntarse qué es la familia, quiénes forman mi familia.

¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Veamos la pregunta desde otra perspectiva. En este texto Jesús nos habla de la familia espiritual. Nos recuerda que todos formamos parte de la gran familia de Dios, que todos recibimos la llamada a ser hijos e hijas suyos. Jesús, lejos de despreciar a su madre y sus hermanos, les reconoce como parte de esa gran familia que trasciende los lazos de sangre. En el evangelio de ayer se nos invitaba a permanecer en el amor de Dios y dar frutos. Quienes responden a la invitación se unen a esa familia espiritual cuya unión es más honda y duradera que la de la sangre, la del origen.

Al comienzo de los Ejercicios Espirituales, que son un camino personal para conocer la voluntad de Dios en mi vida,  San Ignacio propuso el Principio y Fundamento que dice: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima…” [EE 23]. Yo soy hija de Dios. Me ha llamado a la vida porque me ama y espera que, libremente, le corresponda amándole a él y a las demás personas. Toda la creación es fruto del amor de Dios. Soy invitada a desear y elegir aquello que me conduce al fin para el que he sido creada. Cada uno de nosotros estamos llamados a lo mismo. Sin embargo… ¡Cuántas veces nos olvidamos de esto y elegimos mal! ¡Cuántas veces nos dejamos llevar por lo que es más cómodo o fácil! ¡Cuántas veces nos dejamos influir por lo que hacen o piensan los demás! En clase suelo repetir muchas veces que cuando decimos frases como… “¡Total! No hace daño a nadie…” nos solemos olvidar de la persona más importante en nuestra vida… que es la que nos mira en el espejo cada día. Muchas veces tomamos decisiones que nos alejan de la persona que queremos ser, de la persona que estamos llamados a ser. Y lo hacemos en decisiones grandes y también en pequeñas elecciones.

Para mí, uno de los grandes problemas de nuestro modo de vida y de nuestro ritmo de vida es que vivimos anestesiados, que hemos dejado de hacernos preguntas. Que no confrontamos la realidad o los hechos. Que no nos preguntamos por lo que está bien o mal. Que confundimos lo que es con lo que debe de ser. Que no nos cuestionamos cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida. Que vivimos de espaldas a Dios y, muchas veces, también de espaldas a los demás. Preguntar y preguntarnos es lo que permite que desarrollemos nuestro espíritu crítico, es lo que nos permite avanzar, es lo que nos hace desarrollar nuestra creatividad. No toda pregunta tiene respuesta, pero las preguntas abren posibilidades y permiten que se den los cambios. Para mí, el texto de hoy es una invitación a hacernos preguntas, a cuestionar nuestras acciones y las de los demás.  ¿Qué pasaría si hoy me encontrara con Jesús y me preguntara eres tú mi madre, mi hermana?

Al final de los Ejercicios Espirituales, en la “Contemplación para alcanzar amor”, San Ignacio propone esta bella oración, que se parece mucho a la respuesta que dio María, la criatura modelo del cumplimiento de la voluntad de Dios:

Tomad, Señor y recibid
toda mi libertad
mi memoria, mi entendimiento
y toda mi voluntad
Todo mi haber y mi poseer
vos me lo disteis
a vos Señor lo torno
Todo es vuestro
disponed a toda vuestra voluntad
Dadme vuestro amor y gracia
que ésta me basta
San Ignacio de Loyola, EE n.234  [Fuente: https://pastoralsj.org/recursos/oraciones/216 ]

Os animo y me animo a que cumplamos la voluntad de Dios, nuestro Padre-Madre, que no es otra que ser amor como él lo es. Pongámonos confiadamente en sus manos, como María. Que así sea. 

lunes, 23 de julio de 2018

Cinco mujeres hablan de Jesús de Nazaret (I)


Hace unos días recibí la invitación a participar en la Novena de San Ignacio de Loyola en la Iglesia del Sagrado Corazón (San Sebastián) haciendo dos días la homilía. Todo un reto... He de reconocer que me gustó la idea pero que me ha costado un poco prepararlo. Comparto aquí la homilía de hoy, 23 de julio.


23 de julio, Santa Brígida. Jn 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el Labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado;   permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras  permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

“La persona que permanece en mí y yo en ella da fruto abundante” (Jn 15, 5)

Permanecer. Siete veces se repite este verbo en el texto. La invitación es clara. La respuesta está en cada uno, en cada una. No hay futuro para el sarmiento sin la vid. Si la rama se aparta del árbol se seca. Estar separado no da ningún fruto, empobrece. Permanecer es recibir la savia y desarrollar una nueva mirada de lo que es amor y vida. En Dios todo fructifica.

Dice el refrán, “obras son amores y no buenas razones”. El amor se ve en los hechos, no en las palabras; pero también nos podemos perder en el hacer si apartamos la vista de la fuente, si alejamos nuestra mirada de Dios, si no escuchamos su voz en nuestro corazón. La tradición ignaciana nos habla de la importancia de ser contemplativos en la acción[1]; nos habla del reto de encontrar a Dios en todas las cosas, en el día a día, en lo cotidiano. Eso significa permanecer, aunar la vida espiritual con la presencia comprometida en el mundo. Cada persona desde su lugar y su momento, desde sus opciones, según sus posibilidades. Veamos un ejemplo cercano.

Hace unos días en Bilbao tenía lugar la Asamblea de fundación de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas[2] (IAJU) bajo el lema “Transformando nuestro mundo juntos”. En la oración del acto de apertura se destacó, por sus lecciones de vida, la figura del Beato Gárate, quien fuera portero de la Universidad de Deusto durante 41 años y que nació no muy lejos de aquí junto a la Basílica de Loiola. De él se dijo, cito, “No hay virtud más eminente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer (…) En todo servía a los hermanos. ‘Voy, Señor’, decía, cuando alguien quería algo. Iba sonriente y ágil por el edificio de la Universidad. Veía a Dios en todo, en todos. Sonreía, afable siempre, cuidaba a las personas. Detrás de tanta entrega latía la certeza de que amar no es otra cosa sino servir” [fin de la cita]. El Beato Garate servía y en ese servicio se manifestaba la presencia de Dios. Su amor era concreto y nos puede servir de estímulo. Para mí, como profesora universitaria, supuso una buena llamada de atención que se destacara su figura frente a personas muy eminentes que se han dedicado al trabajo académico a lo largo de los más de 130 años de historia de la universidad. Me recordó el sentido de mi trabajo y la misión compartida con todas y cada una de las personas que componemos la comunidad universitaria y que trabajamos codo con codo para transformar el mundo. Nuestra misión es clara: “Formar hombres y mujeres para los demás, responsables de sí mismos y del mundo que les rodea y comprometidos en la tarea de su transformación hacia una sociedad fraterna y justa”. Formar personas conscientes, competentes, comprometidas y compasivas, las 4 Cs que decimos. Soy parte de algo más grande que siempre debo tener presente y que es lo que legitima y da sentido a lo que hago. Y es importante que lo haga desde la alegría y con alegría, porque así estaré hablando de Dios, aunque no lo mencione.

Ver a Dios en todo y en todos. Esta actitud cambia nuestra mirada y nuestras obras. Cambia nuestra forma de relacionarnos con los demás y con toda la creación. Y además es fuente de verdadera alegría y gratitud. El Padre Arrupe lo expresaba de una manera muy bella:

Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es
lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.

Os animo y me animo a que vivamos enamorados de Dios, a que permanezcamos en su amor y demos frutos abundantes. Que así sea.



[1] Esta expresión fue acuñada por quien fuera el Secretario de San Ignacio, Jerónimo Nadal.
[2] Es la red oficial de educación superior de la Compañía de Jesús.

sábado, 7 de julio de 2018

Hoy cumplo medio siglo de vida…


Hoy cumplo medio siglo de vida… Intensa… como yo.

Hace unos meses  percibí de forma clara y distinta, parafraseando a Descartes, que seguramente ya he vivido más de lo que me queda por vivir y me apetece parar y hacer balance. He decidido que quiero vivir en el aquí y el ahora.

He superado varios duelos; ha habido momentos malos y buenos; épocas felices y otras no tanto; sorpresas agradables y desagradables; errores y aciertos; puertas cerradas y ventanas abiertas; muchos aprendizajes, algunos a base de tropezar varias veces…  Incluso tengo algún ‘agujero negro’ en mi memoria, seguramente como medida de auto protección psicológica. Luzco unas cuantas heridas, la mayoría cerradas, y estoy orgullosa de mis cicatrices. No sería quien soy sin ellas... Y suponen un buen recordatorio de caminos que no quiero volver a tomar.

Lo mejor de este recorrido son todas las personas con las que me he encontrado, todos los  nombres que llevo grabados en el corazón. Algunos me acompañan desde el principio, otros se han ido incorporando. Algunos ya no están; otros han ido entrando y saliendo, pero se mantienen. Hay quienes han llegado para no salir nunca y hay quienes fueron muy importantes en una época. Todos estos nombres vienen en este momento a mi memoria.

El siguiente poema de Francisco Luís Bermúdez, que vi por primera vez en el despacho de un gran amigo, refleja muy bien la conclusión a la que llego.



El sentimiento que hoy me embarga es el agradecimiento… Y por eso canto alto y claro… “Gracias a la vida que me ha dado tanto”

lunes, 2 de julio de 2018

Lo que aprendí del perdón y la reconciliación

[He publicado esta entrada el 02.07.2018 en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb-desaparecido el 01.07.2024]

Cuando a principios de año recibí la invitación de Manu Arrue, sj para participar en el proyecto las Escuelas de Perdón y Reconciliación (ESPERE) que la Compañía de Jesús quiere iniciar en el Loiola Zentroa del Santuario de Loiola algo me empujó a decir que sí, a pesar de que éste está siendo un curso especialmente duro con muchas clases, una asignatura nueva, etc. La formación inicial sonaba atractiva. Se nos decía que eligiéramos una herida que no estuviera muy sangrante para iniciarnos en la metodología. Se insistía en que no se trataba de una formación teórica sino de algo experiencial. Una conoce sus cicatrices y siempre queda la ligera duda de si están tan bien cerradas como crees… En cualquier caso, estoy convencida de que profundizar en el perdón es la mejor medicina…

Al acabar la formación inicial a quienes estamos dispuestos a acompañar talleres se nos dio la posibilidad de complementar la experiencia con un curso online de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya . Cada lectura, cada vídeo, cada tarea ha aportado un granito. Me ha mostrado una cara sobre el tema. Me ha hecho plantearme o replantearme alguna cuestión. Voy a destacar aquí algunos de los principales aprendizajes para mí, o los que me resultan más relevantes en este momento vital. Me voy a centrar, sobre todo, en el perdón.  Sobre la reconciliación únicamente diré que no es posible sin el perdón. Son procesos diferentes y no se pueden forzar; el perdón no necesariamente lleva a la reconciliación pero sí es un requisito imprescindible.

El perdón no es un acto, un suceso, es un proceso, sobre todo con uno mismo. Exige tiempo, mucha valentía y sinceridad con uno mismo y con los demás. Al igual que sucede con el duelo no hay un tiempo estándar, no hay tiempos máximos ni mínimos. Depende de la persona, de la ofensa, de quien la ha infligido, del momento, de las circunstancias… de tantos factores… Y no siempre son los mismos ni en la misma medida… Me ha resultado muy enriquecedor escuchar o leer experiencias de personas que han sufrido ofensas muy importantes, han seguido su proceso y han logrado perdonar e incluso se han acercado a la persona ofensora.

Casarjian (s/f, p.56) nos da unas interesantes claves:  Perdonarnos a nosotros mismos es el proceso de: 1) reconocer la verdad; 2) asumir la responsabilidad de lo que hemos hecho; 3) aprender de la experiencia reconociendo los sentimientos más profundos que motivaron ese comportamiento y los pensamientos que hacen que nos sintamos culpables y continuemos juzgándonos; 4) abrirnos el corazón a nosotros mismos y escuchar compasivamente los temores y las peticiones de ayuda y valoración que hay en el interior; 5) cicatrizar las heridas emocionales atendiendo a esas peticiones de maneras sanas, amorosas y responsables, y 6) poniéndonos del lado del Yo y afirmando nuestra inocencia fundamental. Puede que seamos culpables de un  comportamiento determinado, pero nuestro Yo esencial es siempre inocente y digno de amor”. Somos personas dignas de amor, el amor es la clave. Y el amor empieza por el amor a uno mismo. Al decir esto pienso en una escena de la película Angel-AMira en el espejo, ¿qué es lo que ves?

Todas las ofensas son importantes porque han causado una herida. Una herida mal curada puede causar muchos problemas, aun siendo aparentemente muy pequeña. Ofendemos y somos ofendidos. Nos causan dolor y causamos dolor y no siempre es por maldad. Hay ocasiones en las que ni siquiera somos conscientes del mal que hemos hecho o de lo que ha supuesto para la otra persona. Las ofensas dejan cicatriz pero hay belleza en las cicatrices. Al fin y al cabo… qué es la belleza. Las personas más bellas, para mí, son aquellas que lucen sus cicatrices, sin exhibicionismo, sin rabia, sin rencor, con elegancia y serenidad.

Quien perdona es la víctima. Como dice Etxeberria (2001: 14): “Quien perdona, en su sentido más estricto, es, según se acaba de avanzar, la víctima, quien ha sufrido injustamente un daño (corporal, psíquico, simbólico-cultural o material) provocado intencionadamente por otra persona a la que, en genérico, llamaré ‘victimario’. Nadie puede perdonar a éste por delegación no otorgada, sustituyendo a quien ha recibido la ofensa “. Hay ofensas que son imperdonables porque son irreparables: el asesinato, la tortura, el genocidio, etc.

Hannah Arendt acuñó la expresión de la “banalidad del mal” haciendo referencia a que el mal es algo en lo que todos podemos caer; cualquiera puede cometer la brutalidad más tremenda, no es necesario un corazón cruel o unas intenciones perversas, basta con dejar de preguntarse y discernir.  Morgado Bernal (2018) añade una visión interesante, "acostumbrarse a vivir con el mal no necesariamente significa banalizarlo. Si así fuera, quienes vivimos en países desarrollados también lo haríamos al aceptar con cierta normalidad el estado de pobreza y calamidad en otras partes del mundo e incluso en nuestro propio entorno, pues no dejamos de tomar un café caliente con tarta de manzana en una cafetería porque haya un pobre mendigo muriéndose de hambre y frío junto a su puerta. Lo hacemos, no porque creamos que eso no es algo malo, sino porque remediarlo es algo que en general consideramos fuera de nuestro alcance".  

Perdón no es olvido. El perdón lo que nos trae es una nueva visión sobre los hechos y las personas. Para cambiar el relato hay que trabajar, además de con la memoria, con el pensamiento y las emociones. Y una vez más, para esto la clave es el amor. Me gusta mucho la viñeta de Gibi y Doppiaw (Autor: Walter Kostner) que abre este escrito. Para mí representa lo que es el perdón: transitar por el dolor para llegar al amor (a uno mismo y a los demás).

García Higuera (2010) señala unas etapas que hay que recorrer (puede que sea necesario volver hacia atrás y pasar de nuevo por alguna de ellas) para perdonar: 1) análisis y reconocimiento del daño sufrido; 2) elegir la opción de perdonar; 3) aceptación del sufrimiento y de la rabia; 4) establecer estrategias para autoprotegerse; y 5) una expresión explícita de perdón.

Para terminar, me quedo con uno de los primeros vídeos del curso “Perdonar. 7 mil millones de Otros”, en el que se muestran testimonios muy diversos de personas de diferentes países. Cada uno somos un mundo. A unos les cuesta más perdonar a otros menos. Todos tenemos heridas, todos causamos heridas. ¿Qué elijo yo aquí y ahora? ¿Perdono o alimento mi herida? ¿Me aferro a la rabia, la culpa, el miedo, la tristeza, etc. o me doy y doy una nueva oportunidad? ¿Estoy dispuesta a transitar por el dolor para llegar al amor?

Bibliografía