lunes, 23 de julio de 2018

Cinco mujeres hablan de Jesús de Nazaret (I)


Hace unos días recibí la invitación a participar en la Novena de San Ignacio de Loyola en la Iglesia del Sagrado Corazón (San Sebastián) haciendo dos días la homilía. Todo un reto... He de reconocer que me gustó la idea pero que me ha costado un poco prepararlo. Comparto aquí la homilía de hoy, 23 de julio.


23 de julio, Santa Brígida. Jn 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el Labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado;   permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras  permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

“La persona que permanece en mí y yo en ella da fruto abundante” (Jn 15, 5)

Permanecer. Siete veces se repite este verbo en el texto. La invitación es clara. La respuesta está en cada uno, en cada una. No hay futuro para el sarmiento sin la vid. Si la rama se aparta del árbol se seca. Estar separado no da ningún fruto, empobrece. Permanecer es recibir la savia y desarrollar una nueva mirada de lo que es amor y vida. En Dios todo fructifica.

Dice el refrán, “obras son amores y no buenas razones”. El amor se ve en los hechos, no en las palabras; pero también nos podemos perder en el hacer si apartamos la vista de la fuente, si alejamos nuestra mirada de Dios, si no escuchamos su voz en nuestro corazón. La tradición ignaciana nos habla de la importancia de ser contemplativos en la acción[1]; nos habla del reto de encontrar a Dios en todas las cosas, en el día a día, en lo cotidiano. Eso significa permanecer, aunar la vida espiritual con la presencia comprometida en el mundo. Cada persona desde su lugar y su momento, desde sus opciones, según sus posibilidades. Veamos un ejemplo cercano.

Hace unos días en Bilbao tenía lugar la Asamblea de fundación de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas[2] (IAJU) bajo el lema “Transformando nuestro mundo juntos”. En la oración del acto de apertura se destacó, por sus lecciones de vida, la figura del Beato Gárate, quien fuera portero de la Universidad de Deusto durante 41 años y que nació no muy lejos de aquí junto a la Basílica de Loiola. De él se dijo, cito, “No hay virtud más eminente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer (…) En todo servía a los hermanos. ‘Voy, Señor’, decía, cuando alguien quería algo. Iba sonriente y ágil por el edificio de la Universidad. Veía a Dios en todo, en todos. Sonreía, afable siempre, cuidaba a las personas. Detrás de tanta entrega latía la certeza de que amar no es otra cosa sino servir” [fin de la cita]. El Beato Garate servía y en ese servicio se manifestaba la presencia de Dios. Su amor era concreto y nos puede servir de estímulo. Para mí, como profesora universitaria, supuso una buena llamada de atención que se destacara su figura frente a personas muy eminentes que se han dedicado al trabajo académico a lo largo de los más de 130 años de historia de la universidad. Me recordó el sentido de mi trabajo y la misión compartida con todas y cada una de las personas que componemos la comunidad universitaria y que trabajamos codo con codo para transformar el mundo. Nuestra misión es clara: “Formar hombres y mujeres para los demás, responsables de sí mismos y del mundo que les rodea y comprometidos en la tarea de su transformación hacia una sociedad fraterna y justa”. Formar personas conscientes, competentes, comprometidas y compasivas, las 4 Cs que decimos. Soy parte de algo más grande que siempre debo tener presente y que es lo que legitima y da sentido a lo que hago. Y es importante que lo haga desde la alegría y con alegría, porque así estaré hablando de Dios, aunque no lo mencione.

Ver a Dios en todo y en todos. Esta actitud cambia nuestra mirada y nuestras obras. Cambia nuestra forma de relacionarnos con los demás y con toda la creación. Y además es fuente de verdadera alegría y gratitud. El Padre Arrupe lo expresaba de una manera muy bella:

Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es
lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.

Os animo y me animo a que vivamos enamorados de Dios, a que permanezcamos en su amor y demos frutos abundantes. Que así sea.



[1] Esta expresión fue acuñada por quien fuera el Secretario de San Ignacio, Jerónimo Nadal.
[2] Es la red oficial de educación superior de la Compañía de Jesús.

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