lunes, 23 de enero de 2023

Llegar bien a la meta: el proceso de morir

 


El pasado 18 de enero de 2023 asistí a la Master Class: “El proceso de morir, escuela de vida”, organizada por la Academia Ciencias Médicas de Bilbao y la Fundación Pía Aguirreche, que estuvo a cargo de Enric Benito Oliver, oncólogo especialista en cuidados paliativos. [Para ver la conferencia completa pinchar aquí]. Voy a compartir algunos de los aprendizajes que me llevo de la misma. Aunque pueda sonar un poco extraño, me apasiona el tema de la muerte y el acompañamiento a las personas en el proceso del final de la vida. Creo que es una “asignatura” que debería ser obligatoria y a la que nos deberíamos acercar desde la tierna infancia ya que la única certeza que tenemos es que algún día nos visitará la muerte, ya sea en primera o en tercera persona.

El Dr. Benito tiene una amplia experiencia clínica de acompañamiento a cientos de pacientes que le ha llevado a ver la muerte como un “proceso de transformación espiritual, fuente de inspiración y sabiduría vital”, de ahí el título de la Master Class.

Desde el punto de vista médico hay un momento en el que no se puede hacer nada por la enfermedad, pero en el que queda mucho que hacer con la persona. Se trata de acompañar un proceso natural que está bien organizado. La muerte no es un fracaso, si lo vemos así es fruto del miedo o la ignorancia. Nos falta entrenamiento. El Dr. Benito hizo símil con la formación para convertirse en piloto de avión. Te montas en el avión con un instructor que te va dando indicaciones, te enseña a despegar, te aconseja, te muestra para qué sirven los mandos y los indicadores… Pero imaginémonos que hay un supuesto de partida y es que ese viaje no tiene fin. Llega la hora de aterrizar y te dicen que eso no entra en la formación, y el instructor (o instructora) salta con un paracaídas y te deja solo (sola) en el avión. Aterrizar da mucho miedo si no hay nadie que acompañe.

En opinión del Dr. Benito, cuando hay una enfermedad terminal no hay nadie que no sepa que está en el final de la vida. El problema es que se puede morir muy solo. Además, si tienes la mala suerte de morir en un hospital en el que no hay cuidados paliativos, te van a hacer cosas muy caras, que no sirven, que no tienen sentido… y vives en una mentira. A partir de ahí el Dr. Benito nos regaló siete lecciones aprendidas en su trayectoria profesional y vital.

Lección 1: “Morir es normal y además es seguro. (…) La muerte no existe. Existe el nacimiento y el ‘morimiento’, hay un proceso de nacer y un proceso de morir, la vida emerge y se sumerge… Y los dos [procesos] están bellamente organizados”. Es importante dar información honesta para que la persona y quienes le acompañan puedan adaptarse a lo que está ocurriendo. Es una evidencia que hay que ahogarse para morirse, pero cuando llega el momento de morirse uno está desconectado de su propia percepción de la ausencia de aire, no tiene disnea. Y es importante saber esto.  Existe un umbral a partir del cual se entra en un nivel de conciencia en el que lo que hay es paz, serenidad, bondad, belleza. Y poder acompañar y vivirlo de forma vicaria es un regalo. Para acompañar bien hay que aprender a domesticar el propio miedo, la angustia y la tristeza. Lo único que hay que hacer es no interferir, no frenar, no luchar. Quien está en el momento final de su vida necesita silencio, intimidad, información honesta, ternura, compañía, paz. No hay que tratar la muerte como una enfermedad porque no lo es. Es un proceso natural y bien organizado. El Dr. Benito comentó que suele decir: “Si quieren saber cómo se trata en este hospital el proceso de morir hay una prueba del algodón que es la siguiente: cuánta gente muere con el suero puesto y la mascarilla de oxígeno. Porque esto, directamente, es mala praxis”. Es necesario fomentar una cultura de cuidados paliativos para acompañar a la persona en su máxima vulnerabilidad, para no vivir en la mentira, la ignorancia y no aumentar el sufrimiento de forma innecesaria.

Lección 2: “Morir nos abre a la verdad”. La verdad nos hace libres. La verdad nos hace propietarios del proceso, del tiempo que nos queda. Muchas veces cuando la gente siente que se muere dice cosas que ha guardado o no ha dicho suficientemente, hay experiencias muy profundas, se dan erupciones de ternura… Poder decir nos queremos, gracias y adiós es algo muy grande.

Lección 3: “Morir no duele”. Con los fármacos que tenemos el dolor físico se puede controlar bastante bien. El sufrimiento es opcional, proviene de la resistencia que oponemos a la realidad. “El rechazo de la realidad no cambia la realidad; es querer parar el tsunami con las manos y el tsunami te lleva por delante”. El secreto es la aceptación de lo que no puedo cambiar. Y cuando esto ocurre entras en un nivel de conciencia que trasciende lo que antes no podías asumir.

Lección 4: “¿Qué necesitamos saber? (…) En realidad lo importante es ser y no tener”. Quienes acumulan mucho en vida (cosas, cargos, experiencias, dinero, etc.) tienen una gran carga que les dificulta el momento de la partida, les cuesta soltar.

Lección 5: “El sentido nos abre el camino”. Normalmente todos llegamos al final de nuestra vida con experiencias de pérdida, sufrimiento, momentos difíciles y según cómo los hayamos ido adaptando, aprendiendo de esas pérdidas parciales estaremos mejor o peor preparados para asumir que la muerte es algo más que nos tiene que suceder.

Lección 6: “Podemos morir sanos”, entendiendo sano como íntegro, coherente, sereno, en paz.  Los cuerpos se deterioran, pero se puede tener esa mirada de la realidad. Quienes la tienen son verdaderos maestros (maestras).  Cuando aprendemos que somos algo más que cuerpo y que estamos conectados con lo que nos sostiene, “y eso no está nunca amenazado”, podemos ‘soltar’ con mayor facilidad el cuerpo. [Mientras escribo estas líneas he visto una película, Gente que viene y bah, en la que se refleja muy bien esta lección].

Lección 7: “Acompañar y estar ahí tiene premio”, es una forma de aprender sobre la vida sin intermediarios. Si consigues acercarte sin miedo puedes ver como el proceso de morir no es un proceso biológico, sino biográfico y relacional. ¿Cómo acompañar? No hay que hacer ni decir nada en ese momento, hay que estar. Tenemos que gestionar el propio miedo, la ira y la tristeza, porque de no hacerlo vibrará en el ambiente y el entorno condiciona la experiencia. Acompañar es dar una mirada de gratitud, de ternura y desearle un buen viaje. Y para que los y las profesionales puedan acompañar bien son necesarias: Competencia (conocimiento del proceso); conexión (relación íntima, de ser a ser); coraje (moverte en la incertidumbre).

“Como en todas las historias de acompañamiento siempre hay tres actores. Un protagonista: el que se va; y unos coprotagonistas, los familiares que intentan aceptar, apoyar y dejar partir y, en tercer lugar, unos profesionales que además de cuidar y acompañar deben saber cuidarse, tratar de no sobreimplicarse y, si lo hacen, saber elaborar -si es posible juntos- el reconocimiento de la realidad y aceptar que somos vulnerables, frágiles y recordar que el trabajo bien hecho no es resolver ni curar, sino acompañar desde la presencia y la compasión” (Benito y otros, 2016, p.370).

 Referencias

 





lunes, 9 de enero de 2023

La buena decisión

[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb el 09.01.2023]

Recientemente un amigo me envió un vídeo de un programa de radio en el que, Gabriel Rolón, psicoanalista, músico y escritor argentino, dialoga con sus contertulios sobre la película Los puentes de Madison. Tengo un gran recuerdo tanto de la película como del libro, que en mi opinión está fielmente adaptado en la película.

Francesca Johnson (Meryl Streep), es un ama de casa que vive en una granja del condado de Madison con su familia. Su tranquila, pero anodina y gris, vida se ve trastocada cuando aparece Robert Kincaid (Clint Eastwood), un veterano fotógrafo de la revista National Geographic que está de visita en el condado para fotografiar sus puentes cubiertos. Mientras su marido y sus hijos están unos días fuera para participar en un concurso de terneros, Francesca vive un apasionado romance con Robert que le abre a realidades para ella ignotas. Nos encontramos en la década de los 60 del siglo XX.

La noche anterior al regreso del marido, Robert le dice que se vaya con él, que lo que están viviendo es algo que no se suele dar en la vida. Ella le dice que sí, empieza a empacar sus cosas, pero Robert le pide que se siente y le dice que no es cierto que se vaya a ir con él. Ella, con gran pesar, le contesta que no puede. Qué pensarían sus hijos, no podrían superar el dolor y confiar en nadie. Además, también arruinaría la vida de su marido que es un buen hombre y le da todo lo que puede. Se despiden. El marido y los hijos regresan triunfantes porque su ternero ha ganado. Francesca regresa su vida cotidiana. Robert se queda unos días por el pueblo con la esperanza de que ella cambie de opinión. La escena final, que se puede ver más abajo, refleja el amor, la renuncia y el sacrificio. Es la última vez que se ven. Los hijos de Francesca se van enterando de la historia de su madre por el diario que les deja a su muerte, y eso les va transformando.

Y surge la pregunta: ¿Hizo mal Francesca al sacrificar el amor (la pasión) por quedarse con su familia, por cuidar a sus hijos, por no herir a su marido, un hombre bueno que le ha dado todo de lo que era capaz? ¿Hubiera hecho mal dejándolo todo por seguir esa pasión hasta entonces desconocida? Podríamos añadir muchas preguntas a estas: ¿Existe una buena decisión en esta situación? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la felicidad? Y un largo etcétera.

Vayamos a la imagen elegida para abrir esta entrada, una serie de puertas cerradas. Cuando nos enfrentamos a una decisión nos planteamos una serie de alternativas, cada una abre la puerta de un camino que normalmente no sabemos dónde nos va a llevar. Y es ahí donde nos entra la duda, el miedo, la ansiedad, los quebraderos de cabeza. Nos encantaría poder abrir un poquito cada una de las puertas para saber a dónde nos lleva. Pero la vida no funciona así. Nunca podemos elegir con certeza absoluta y todas las decisiones implican pérdidas, caminos no elegidos, coste de oportunidad que se dice en economía. No se puede tener todo.

Entonces ¿cómo elegir bien? Cuando doy clases o charlas con mi gran amigo Rogelio Fernández solemos decir que la inteligencia emocional consiste en la unión de razón y emoción en todos los procesos mentales. En este sentido, las mejores decisiones son aquellas en las que acompasamos razón y emoción. No se trata ni de seguir locamente lo que el corazón nos dice, ni de acallarlo con el peso de buenos argumentos. Algo similar a esto ya lo decía San Ignacio que,  en sus reglas de discernimiento, indica que pensemos en cómo nos sentiríamos al tomar uno u otro camino, o que nos imaginemos en el lecho de muerte rodeados de nuestro seres queridos y percibamos qué decisión quisiéramos haber tomado. Y todo ellos teniendo en cuenta que en momentos de una gran emocionalidad es mejor no decidir, que sería la traducción de: “En tiempo de desolación no hacer mudanza”.

En el mencionado programa de radio a Gabriel Rolón le preguntan qué le diría a una persona que en su consulta le preguntara qué debería hacer. Su respuesta es magistral: "Tomá la decisión con la que puedas vivir". Cada persona debe asumir las consecuencias de sus decisiones. Y nadie mejor que uno mismo, que una misma, sabe con qué puede vivir. La conciencia es algo personal e intransferible que nos acompaña y nos conforma. Y, en mi opinión, no hay nada mejor que una conciencia tranquila.


Referencias