viernes, 23 de noviembre de 2018

¿Por qué tengo miedo?


[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb el 23.11.2018]

Recientemente he asistido a un concierto, más bien una meditación comunitaria cantada, de la Hermana Glenda, a quien descubrí hace unos veinte años. Es una cantautora de música cristiana nacida en Chile y con nacionalidad española que se dedica a la evangelización a través de la música. Una de las canciones, que hacía mucho que no escuchaba, me removió por dentro, Nada es imposible para ti. Sus versos todavía resuenan en mí: “¿Por qué tengo miedo? (…) ¿Por qué tengo dudas?”

Como dice mi amigo Roge hay muchos miedos… “Miedos desadaptativos, paralizantes, agresivos, humillantes, cotidianos, invisibles, amigos, condicionados y condicionantes, viejos y nuevos, aceptados, odiados, del pasado, del presente, del futuro… de los más peligrosos. Miedos fóbicos, terroríficos, pavorosos, pero también sutiles, silenciosos, permanentes, depresivos y deprimentes”. A veces nos cuesta vernos como animales y no somos conscientes de que nuestra razón no puede acallar lo que nuestras emociones ‘gritan’ por cada poro de nuestra piel. Ante el miedo nuestro cerebro tiene grabadas tres respuestas: ataque, huida o inmovilidad. He de reconocer que en mí la más habitual es la inmovilidad, el miedo me paraliza, me bloquea. Y, como dice Roge, eso te hace presa fácil de los depredadores y depredadoras, que huelen el miedo y  les excita porque te conviertes en  una presa. ¿Y cuáles son mis mayores miedos, los fantasmas que me acompañan? En mi caso los tengo bien identificados: el rechazo y el abandono… Y esto me habla del miedo a la soledad.

Hay un vídeo muy sugerente de José María Rodríguez Olaizola sj que se titula “¿Se puede bailar con la soledad?” (tiene también un libro con ese título). Como señala puede parecer una paradoja porque el baile evoca algo alegre mientras que la soledad evoca algo triste. En toda vida hay soledad (creo que la mayor constatación de ello es que todas las personas nacemos y morimos solas aunque estemos rodeadas de gente). Hay soledad buscada con la que es fácil bailar. Lo complicado es bailar con esa soledad no buscada, la que te ataca cuando miras las vidas de los demás y te parece que están llenas de vínculos y encuentros mientras que la tuya no lo está. Rodríguez Olaizola da tres claves para bailar con esa soledad: 1) Escuchar la música, aprender a oír los ruidos y voces que nos hablan de vida y nos demuestran que no estamos solos o solas; 2) Aprender a escuchar a las demás personas, a reconocerlas, con sus luces y sus sombras, más allá de sus máscaras; 3) Ofrecer afecto, no exigirlo… ahí empezamos a bailar.

Y merece la pena bailar porque, como señala el siguiente autor al que vamos a mencionar,  “la buena vida se construye con buenas relaciones”.  Robert Waldinger es el 4º director del Harvard Study of Adult Development, una investigación sobre la vida (trabajo, salud, vida familiar, etc.) de 724 hombres a lo largo de 75 años realizada a través de cuestionarios, entrevistas, historias médicas, etc. La pregunta a la que tratan de dar respuesta en el estudio es: ¿Qué nos hace felices y saludables?  El mencionado estudio comenzó en 1938. En la fecha de la charla, diciembre de 2015, 60 de esos hombres continuaban con vida y seguían participando en el estudio. Había dos grupos iniciales: uno eran alumnos cursando segundo año de carrera en Harvard; el otro eran chicos de los barrios más pobres de Boston. Actualmente están estudiando a los descendientes de los participantes en el estudio, más de 2000, y hace una década se incorporó a las mujeres de los participantes. La conclusión central del estudio no tiene que ver con la fama y el dinero: “Las buenas relaciones nos hacen más felices y más saludables”. Se derivan tres aprendizajes importantes: 1) “Las conexiones sociales nos hacen bien y la soledad mata”; 2)”Lo que importa es la calidad de las relaciones más cercanas”; 3)”Las buenas relaciones no sólo protegen el cuerpo, protegen el cerebro”. No es necesario que las relaciones sean buenas todo el tiempo, en todas hay altibajos, lo importante es saber que se puede contar con la otra persona.

Volviendo a la canción que mencionaba al principio… ¿Por qué tengo miedo sin nada es imposible para ti y, añado, has llenado mi camino de personas que le dan brillo y sentido?


miércoles, 7 de noviembre de 2018

Apostemos por la sororidad


[He publicado esta entrada en el Blog de Doce Miradas el 06.11.2018]

Hace tiempo escribí una entrada en mi blog que llevaba por título “El peligro de la historia única”, que es el de una charla TED que dio la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie en 2009. En dicha entrada llegaba a esta conclusión:
“La charla también me hacía pensar en la lucha feminista, en el patriarcado. Durante muchos, demasiados, años la historia de las mujeres ha sido contada e interpretada por hombres. La voz de la mujer ha sido silenciada o minusvalorada… Todo cambio hacia la real igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres pasa por superar la historia única”.

El patriarcado está inscrito muy fuerte en nuestro ADN social. Una muestra de ello la podemos ver en el vídeo de BBC News Mundo (2018) en el que se propone el siguiente acertijo:
“Un padre y un hijo viajan en coche. Tienen un accidente grave, el padre muere y al hijo se lo llevan al hospital porque necesita una compleja operación de emergencia. Llaman a una eminencia médica pero cuando llega y ve al paciente dice: ‘No puedo operarlo, es mi hijo’”

Como se explica en el vídeo incluso personas con mucha conciencia feminista no se plantean que la respuesta es que la eminencia médica es la madre debido a la “parcialidad implícita”, que tiene un origen cultural pero que se vuelve parte de un proceso automático. Yo misma cuando acabé mi tesis doctoral sobre el tema del liderazgo femenino llegaba a la conclusión de que, en gran medida, estaba alienada. Ir contra los “mandatos sociales” exige estar muy alerta, a sabiendas de que algunas veces no caerás en la cuenta y reproducirás los mecanismos que perpetúan las diferencias.  

Recientemente he leído un nuevo artículo de Adichie (2018), cuyo título es: “El silencio es un lujo que no podemos permitirnos”. En él invita a la valentía, a romper el silencio, a ir en contra de lo establecido y luchar por la justicia. “Es la hora de la valentía, que no es la ausencia de miedo sino la decisión de actuar a pesar de tenerlo (…) Esa experiencia [una relacionada con una visita a la iglesia de su niñez en la que se habían dado pasos hacia atrás] me hizo abandonar mi idea boba y romántica de que ‘hablar claro’ va unido a la certeza de un apoyo generalizado. Pero me aclaró la importancia de hablar de lo que importa: no se debe hablar porque uno esté seguro de que le van a apoyar, sino porque no puede permitirse el silencio (…) Mi responsabilidad como ciudadana es la verdad y la justicia”. Las mujeres tenemos que unirnos y dar a conocer nuestra voz. Y más cuando, como dice Adichie (2018), “sabemos por las investigaciones que las mujeres leen libros escritos por hombres y por mujeres, pero los hombres leen libros escritos por hombres”. Los relatos de las mujeres son para todas las personas porque hablan de la humanidad. Como decía Mao Zedong, “Las mujeres sostienen la mitad del cielo, porque con la otra mano sostienen la mitad del mundo”.

Dar a conocer nuestra voz pasa por reconocer las discriminaciones múltiples y la necesidad de una aproximación interseccional. “Considerar además del género, otras desigualdades exige pasar de un enfoque unitario a un enfoque que ha de integrar desigualdades múltiples que incluyen primero la raza y la clase social, luego en lugar de la clase social lo harán la edad, la religión o creencia, la discapacidad y la orientación sexual” (Expósito, 2012, 207). No se trata de dar a conocer la voz de la mujer sino las voces de las mujeres, que son muchas y muy diversas en función de las mencionadas discriminaciones múltiples.



Y una de las mejores vías para hacerlo es a través del ejercicio de la sororidad, entendida como “una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer” (Lagarde, 2006, 126). En definitiva son pactos entre mujeres a favor de mujeres y para hacer del mundo un lugar mejor para todas las personas.

Apostemos por la sororidad. Como dice Burgos (2018), en lugar de seguir el “mandato” y competir con cada mujer con la que te cruces,  “decide ser su igual, su hermana, su amiga, su aliada. Decide sustituir la envidia por admiración, las críticas por apoyo, la lucha por amor”.




Referencias