lunes, 30 de noviembre de 2020

Educar es…

 

[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb el 30.11.20]


En lo últimos días han confluido dos hechos que me inspiran esta reflexión. Por un lado, he asistido al seminario “Diálogos sobre pedagogía ignaciana” impartido por el Rector de la Universidad de Deusto, José María Guibert, e inspirado en su último libro. Por otro, una conversación con una amiga que me contaba la situación que había vivido su hijo adolescente en el colegio y el desasosiego e indignación que le producía. 

Empiezo por esto último. Clase de gimnasia, 2º ESO, 13 años, hormonas revolucionadas, espacio algo más relajado que el aula cotidiana… Niños y niñas están corriendo siguiendo las indicaciones del profesor. El hijo de mi amiga va a la par que su amigo del alma. Seguramente no están concentrados al 100%... ¿Quién no se acuerda de las tonterías que se hacían con esa edad en cualquier contexto? El profesor detiene la clase, les increpa que no se están tomando en serio la actividad y les ordena lo siguiente: Tienen que correr persiguiéndose el uno al otro; quien alcance al otro se libra del castigo; y quien ‘pierda’ tendrá que quedarse el viernes por la tarde haciendo una tarea… Empiezan a correr. El resto de la clase jalea a los corredores. Al final, el hijo de mi amiga alcanza a su mejor amigo. ¿Se puede decir que ha ganado? ¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente su amigo? ¿Qué es lo que ha aprendido? ¿Qué es lo que ha aprendido el resto de la clase?

No es difícil ponerse en la piel del hijo de mi amiga… Sentía desconcierto (¿qué es lo que me está diciendo? ¿por qué tengo que hacer esto?); vergüenza y humillación (la situación recuerda a una escena del Circo romano); rabia y frustración por tener que hacer algo que puede dañar a su amigo y a la relación; impotencia por verse obligado a cumplir unas órdenes difíciles de comprender, pero que de no cumplirlas podrían interpretarse como insubordinación; pena por saber que su amigo es menos rápido y va a ser él quien le atrape… Y todo esto ¿para qué? ¿Cuál es la intención educativa de esto?

Esto me lleva al libro de Guibert (2020, p.9) que comienza así: “Con este libro quiero presentar una reflexión sobre una de las actividades más nobles que existen en la humanidad: la educación. Preocuparse por el que no sabe, ayudarle a aprender y a crecer en su entorno, generar caminos de emancipación y de construcción compartida de la personalidad, acompañar senderos de discernimiento y maduración, etc. o cualquier rasgo que elijamos para describir la actividad educativa, son hitos preciosos que tocan lo más hondo de la fibra humana”. La labor de un docente es contribuir a la formación integral de las personas que tiene a su cargo, y va mucho más allá de transmitir unos conocimientos (en eso internet supera a cualquiera). Es preparar para la vida en todas sus dimensiones. “El deseo de hacer bien al educando y el amor a esa persona deben marcar o iluminar la acción educativa” (Guibert, 2020, p 11). Esta es una clave fundamental, la labor educativa debe estar inspirada en el amor. Puede resultar chocante hablar de amor en este contexto, pero es básico. En mi despacho tengo una lámina con la imagen que abre esta entrada y que me recuerda cada día que las huellas que debo dejar son huellas de amor; y las dejo con lo que digo y lo que hago.

Me gustaría terminar con la cita con la que abre su libro Guibert (2020) y que pertenece al Padre General de la Compañía de Jesús:

“La educación es un factor de desarrollo humano a través del cual se persiguen la justicia social, la reconciliación entre los seres humanos y con el medio ambiente, se promueve la paz y se detiene la violencia; se abren horizontes universales y trascendentes. Un ser humano educado sabe situar sus metas personales dentro de la búsqueda del bien común” Arturo Sosa, SJ

Cada educador, cada educadora tenemos una gran responsabilidad… Somos “guardianes de la llama”…

Bibliografía

Guibert, José María, SJ (2020). Para comprender la pedagogía Ignaciana. Bilbao: Mensajero



lunes, 2 de noviembre de 2020

Aprender, desaprender y reaprender

 


[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb el 02.11.2020]

Hay una frase de Herbert Gerjuoy, que Alvin Toffler popularizó al citarla en El shock del futuro, que da qué pensar: “Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”.

Recientemente, preparando una conferencia, me he reencontrado con un libro que leí hace muchos años, cuyo editor era Carlos Alemany y tenía un título muy prometedor, 14 aprendizajes vitales. Estos 14 aprendizajes comenzaban con “Aprender a desaprender” y terminaban con “Aprender a despedirse”. El reencuentro ha sido feliz y me ha hecho pararme y revisar qué aprendizajes de los señalados me han costado, me están costando, más. Voy a comentar dos de ellos.

Sin duda, el más difícil ha sido Aprender a decir ‘no’. Desde niña, por educación y también por carácter, he vivido muy pendiente de los deseos y necesidades de las demás personas. Me he desvivido por ayudar, cuidar y agradar. Muchas veces lo he hecho a costa de mis deseos y necesidades, a regañadientes y refunfuñando. Con el tiempo he ido aprendiendo que no se puede agradar a todo el mundo, que hay peticiones que son injustas, que hay personas que piden y nunca dan, que mis deseos y necesidades son importantes, que nadie da lo que no tiene (el amor y el cuidado empiezan por una misma). Afortunadamente, he avanzado en asertividad, un estilo de comunicación que se halla entre dos extremos: la pasividad y la agresividad. He aprendido a reclamar mis derechos, pensamientos y necesidades sin agredir (o al menos en ese camino estoy).

Destacaría también el Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar. Cada vez que, con intención o no, causamos un mal a otra persona también nosotros salimos dañados. “Ese sujeto, que se percata de su falta y la vive como culpa, tiene el peligro de quedar encerrado en el círculo de la culpabilidad de un modo patológico” (Masiá-Clavel, 2000:169). El perdón es liberador. No significa tolerar, disculpar u olvidar; ni dispensa de la responsabilidad y la obligación de reparar. Hay una cita que suelo mencionar en clase: “Cualquiera puede asumir una determinada responsabilidad sin sentirse culpable y, a la inversa, siempre hay quien prefiere regodearse con su sentimiento de culpabilidad sin sentirse responsable por la causa del mismo, pero lo suyo es que ambas nociones vayan de consuno y la culpa sea un síntoma de responsabilidad o que atender a las propias responsabilidades ahuyente cualquier asomo de culpabilidad por nuestra parte” (Aramayo, 2003: 15).

Para aprender y reaprender es fundamental desaprender que, como señala García-Monge (2000: 15), no es fácil por las siguientes razones: por la relevancia en nuestra vida de las personas que nos legaron algunos conocimientos y experiencias; por los beneficios, ya sean conscientes o no, experimentados por esas conductas aprendidas; por las emociones que quedaron grabadas de forma indeleble con cada uno de los aprendizajes; por los refuerzos que posibilitaron su consistencia y constancia; y también porque esos aprendizajes nos posibilitaron identidad y pertenencia. Hace falta mucha voluntad y humildad para dejar atrás lo que ya no sirve y adquirir conocimientos y hábitos nuevos.

Mariano Sigman, neurocientífico, nos recuerda el ‘umbral OK’ o el ‘umbral correcto’. Hay un punto en el que creemos haber llegado al máximo de nuestra capacidad de aprendizaje y nos estancamos. Es muy importante no dejar de esforzarnos y aspirar a mejorar. Siempre es un buen momento para aprender, desaprender y reaprender. Como dice el proverbio zen: “cuando el alumno está preparado, aparece el maestro”. No tenemos que autolimitar nuestro potencial, no hay límite para el crecimiento personal.

Bibliografía

  • Alemany, Carlos (Ed.). 14 aprendizajes vitales. 6º ed. Bilbao: Desclée de Brouwer.
  • AprendemosJuntos (2019, 17 de junio). Si te han dicho que no puedes aprender algo es mentira. Mariano Sigman, neurocientífico. [Archivo de vídeo]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=nR3cOPMY2aA
  • Aramayo, Roberto R. (2003). Culpa y responsabilidad como vertientes de la conciencia moral.  Isegoria, 29: 15-34
  • García-Monge, José A. (2000). Aprender a desaprender. En Carlos Alemany (Ed.). 14 aprendizajes vitales. 6º ed. Bilbao: Desclée de Brouwer, 13-22.
  • Masiá-Clavel, Juan (2000). Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar. En Carlos Alemany (Ed.). 14 aprendizajes vitales. 6º ed. Bilbao: Desclée de Brouwer, 167-182.