miércoles, 3 de septiembre de 2025

Un destino mejor

 


Una de mis actividades favoritas de las vacaciones es la lectura. Durante el año leo normalmente sobre temas relacionados con mi trabajo. Sin embargo, en verano opto por novelas. Quiero hacer una reflexión sobre dos de las que acabo de leer. La primera es Pobre: Una vida de lucha por un destino mejor de Katriona O’Sullivan. Llegué a ella por una entrevista que hicieron a la autora en la radio [escuchar aquí]. Es una novela biográfica que impacta de principio a fin: la tercera de cinco hermanos, hija de padres toxicómanos, con un historial de abusos, madre a los 15 años, vivió un aborto para el que tuvo que salir de Irlanda… Los primeros años de vida de Katriona O’Sullivan estuvieron marcados por la pobreza, la violencia, el abandono y los prejuicios. Actualmente trabaja en la Universidad de Maynooth; se doctoró en Psicología en el Trinity College. El libro me ha conmovido desde la dedicatoria: “A mí misma cuando tenía siete años / Ven aquí, no te preocupes”. Además, dada la posición que actualmente ocupa, me parece muy valiente contar abiertamente su historia.

Como bien señala: “Como sociedad, nos encantan los relatos del pobre que se hace rico y disfrutamos al ver a alguien triunfar gracias nada más que a la perseverancia y la determinación. Pero la verdad es que las historias no suelen ser tan sencillas. La mía, al menos, no lo es” (p. 287). Avanzar con la ‘mochila’ que tenía no fue fácil. No contaba con un entorno que la sostuviera. Su avance no fue progresivo y en algunos momentos de dificultad le resultó difícil nadar contracorriente. “Si has vivido sometido al estrés y al caos durante toda tu vida, esa es la corriente por la que tiendes a dejarte llevar, aunque termine arrastrándote hasta el fondo (…) Estaba cómoda con el miedo y el fracaso. Cuando estaba en mi peor momento, era lo que buscaba” (p.241).

Soy una absoluta convencida, basta con ver el título de este blog, de que “creer es crear”. Es necesario imaginar, visualizar algo para poder encaminarse hacia ello. A quien vive en entornos de pobreza y privación le puede resultar complicado imaginar otro futuro posible. “Mis sueños estaban limitados: en mi entorno nadie me hablaba de la universidad, nadie la mencionó nunca. En el colegio, los profesores tenían la esperanza de que los alumnos como yo terminasen la secundaria y aprendiesen un oficio. (…) Años después, yo criticaría el acorralamiento de los chavales pobres en los estudios profesionales y en carreras técnicas de bajo nivel, y me impactaría enormemente la creencia generalizada entre los educadores de que quienes han nacido en un entorno pobre no tienen la inteligencia suficiente para participar en la formación universitaria” (p. 216). Como añade un poco más adelante: “Ser pobre afecta a todo lo que haces y todo lo que eres (…) Pobre para mí también era sentir que no tenía valor. Era pobreza de mente, pobreza de estimulación, pobreza de seguridad y pobreza de relaciones. El hecho de ser pobre influye en cómo te ves a ti mismo, cómo confías y hablas, cómo ves el mundo y cómo sueñas” (p.293).

Para escribir el libro, Katriona O’Sullivan elaboró una lista de todas las personas de su vida y reconoce que todas ellas le hicieron lo que es ahora. Tiene claro que no salió sola del pozo en el que estaba, sino que le sacaron de él. “Algunas de las personas de esa lista me ayudaron a avanzar y otras me hicieron retroceder. Algunas se quedaron a mi lado y otras me vieron alejarme. Empecé a ver mi vida como una serie de rocas que permiten cruzar un río de orilla a orilla. Hubo veces en las que no pensaba que pudiera dar el siguiente salto o en las que ni siquiera veía la siguiente roca sobre la que saltar, y siempre alguien apareció para enseñarme cómo hacerlo o indicarme adónde ir. Un par de ellas prácticamente colocaron la roca justo delante de mí y me empujaron para que saltase. Todas ellas vieron más allá de mis circunstancias. Vieron mi yo auténtico” (p.287). Me ha parecido entrañable cuando comenta que cuando escuchó la canción Headlights de Eminem, inspirada en su madre que era adicta… “La letra de la canción me llegó al corazón y llamé a mi madre” (p.281).

Algo que me ha tocado es cuando comenta, siendo ella muy niña, la cara de asco y superioridad con las que en alguna ocasión les miraban personas de los servicios sanitarios y sociales que se personaban en su casa ante una sobredosis de sus padres. “A mi juicio, la adicción es consecuencia de la historia familiar, los traumas, la biología, el peso de las presiones y los juicios de la sociedad. La adicción se pone en marcha a partir de un deseo: no el de consumir una sustancia, sino el de escapar del dolor de los traumas y de las consecuencias de la pobreza. Mi formación me ha enseñado que las áreas de nuestro cerebro responsables del control conductual y del placer se activan de una manera diferente dependiendo del entorno en el que nos hayamos criado” (p. 291). Como señala más adelante, “vivimos en una sociedad profundamente desigual, y a los grupos que sufren no se les puede culpar por completo de los valores de referencia en los que se mantienen para sobrevivir. Contribuiría a romper el círculo negativo que dejásemos de juzgar a las personas y diseñáramos políticas para abordar las causas que están en el origen de la adicción” (p.292). Es fácil caer en el juicio cuando miras desde el privilegio. Algo que en clase me resulta muy complicado hacer ver al alumnado es la injusticia de la meritocracia [recomiendo la lectura del artículo “La ilusión del mérito: percepciones sobre el esfuerzo y talento en el trabajo”].

Katriona O’Sullivan indica que las desigualdades y disparidades van en aumento y que en este momento es más complicado que las personas pobres puedan acceder a programas como el que permitió que ella accediera a un título universitario. Con el tiempo ella trabajó en el equipo del programa de acceso y constató que dicho programa, al igual que otros similares, están concebidos con una mentalidad benéfica. “Esos programas piden a los solicitantes que demuestren su pobreza, su desigualdad, su valía, su motivación y su potencial. Y el sistema selecciona a aquellos que cree dignos del ‘regalo’ de acceder a una educación” (p. 298). Volvemos al tema del privilegio. Se está perdiendo mucho potencial porque no existe una verdadera igualdad de oportunidades. “En el sistema educativo necesitamos equidad, no igualdad. Si alguien no puede orientarse porque se está desmoronando el mundo a su alrededor, debemos elevarlo por encima de las nubes que lo ofuscan (…) No es casualidad que las personas de mi comunidad sean barrenderos, personal de limpieza y trabajadores del sector servicios, mientras que las personas de clase media sean médicos y abogados. Eso no se debe a una diferencia en la inteligencia. Se debe a las oportunidades, el dinero y el apoyo. Las clases medias nacen con esos tres elementos bajo el brazo; los pobres no tienen ni una pizca de ninguno de los tres. Y la verdad es que nos estamos perdiendo mentes brillantes que se quedan atrapadas en el pozo de la pobreza” (p.300).

Encuentro que la historia de Katriona O’Sullivan tiene muchos puntos en común con la narrada en el segundo libro que quiero comentar, Tan poca vida de Hanya Yanagihara. En este último se cuenta la historia de cuatro amigos que se conocen en la universidad a lo largo de varias décadas. Jude, uno de los protagonistas, quien fue abandonado de niño en un convento y tiene una larga historia de abusos y malos tratos, es el centro de la historia. Con el tiempo consigue salir de ese círculo, se hace abogado y tiene una brillante carrera profesional. Pero está roto, se siente indigno por cosas que hizo empujado por las circunstancias en su infancia y juventud. Su sufrimiento es tan grande que sólo consigue aplacarlo autolesionándose. Sólo el dolor físico consigue atenuar, al menos temporalmente, su dolor psíquico y emocional. Hay heridas que es difícil, casi imposible, curar y que desde fuera es complicado entender.

Me llevo un recordatorio importante, que ojalá se me grabe muy hondo: toda persona tiene derecho a luchar por un destino mejor, cada persona es terreno sagrado al que hay que acercarse con cuidado y respeto. “El descalzarse cuando se pisa terreno sagrado es común en muchas religiones. En las que provienen del judaísmo, tiene su origen en el Libro del Éxodo, en el que Dios, desde una zarza ardiente, se dirige a Moisés ordenándole: ‘Descálzate, porque el lugar en que estás es terreno sagrado’ (Éxodo 3:5)” (CVXe, s.f.).

Referencias



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