viernes, 19 de julio de 2019

Una práctica para ganar sentido y profundidad: el examen ignaciano

Ilustración de “Exercitia Spiritualia” de Ignacio de Loyola

De 15 al 17 de julio tuvo lugar en la Universidad de Deusto el Encuentro Inter-universitario Unijes (red de los centros universitarios vinculados a la Compañía de Jesús en España) bajo el título: “Claves prácticas de la Pedagogía Ignaciana en la Innovación Educativa Universitaria”. Han sido días intensos pero de mucha luz para nuestra labor docente. Quiero poner el foco en una herramienta/práctica que ayuda a ganar profundidad y sentido, el examen del día, y que puede trasladarse a la práctica docente. Las ideas que aquí presento han sido unas tomadas y otras inspiradas por la ponencia de Francisco José Ruíz Pérez sj, quien fuera Provincial de la Compañía de Jesús y actualmente es Decano de Teología de la Universidad de Deusto.

Día a día vamos tomando decisiones y viviendo experiencias. Muchas de ellas únicamente cobran sentido en la medida que les insuflamos tiempo y las miramos con cierta distancia. Para que nuestra experiencia gane profundidad tenemos que hacer paréntesis contemplativos y de revisión. Debemos hacer ejercicios de perspectiva (mirar hacia atrás para ver de dónde venimos) y prospectiva (mirar hacia delante para ver qué camino tomar) para situarnos en la vida, en todos su ámbitos, con sentido. Este es un camino personal, individual que nadie puede recorrer por nosotros ni nosotras.

Ignacio, a partir de su experiencia personal, propuso un método para ganar en libertad, para ordenar los afectos desordenados, y descubrir a Dios en la vida cotidiana: los Ejercicios Espirituales.  La clave reside en ejercitar, en practicar. Dentro de todas estas prácticas hay una que destaca: el examen del día. La Espiritualidad ignaciana es muy metodológica. Si hay algo en lo que seguro que todos y cada uno de los jesuitas de ayer, hoy y mañana se parecen es en esta práctica, que es un ejercicio minimalista propuesto por Ignacio. ¿Por qué minimalista? Porque es lo mínimo que Ignacio pedía y solo requiere 10 minutos y 5 pasos.

Una vez que somos capaces de encontrar 5-10 minutos en los que hacer una pausa sin prisas ni distracciones estamos en disposición de seguir la siguiente secuencia de pasos que se resumen en la imagen que abre esta entrada:
  1. Me pongo en presencia de Dios y le doy gracias por tanto bien recibido. No es un ejercicio con uno mismo, con una misma. Es colocarse en un espacio interior de relación. No hay exigencia. Es un diálogo, no un monólogo.
  2. Le pido a Dios que se haga presente en mi propia vida. No se trata de buscar a Dios en la vida sino de pedirle que se nos manifieste y que aprendamos a descubrir su acción en nuestro día a día.
  3. Reviso el día como si estuviera viendo una película: DÓNDE  he estado (en las experiencias fundamentales los lugares son clave); QUÉ he hecho, repaso mis acciones; CON QUIÉN he estado, miro a los otros y otras con los que me he encontrado.
  4. Abro el libro de los registros profundos que me ha dejado el día. Me pregunto por las consolaciones y desolaciones que he tenido. “La consolación espiritual consiste en cualquier movimiento del corazón y de la mente que incremente la fe, la esperanza y el amor genuino de sí mismo y hacia otros. […] La desolación espiritual es lo opuesto” (Glosario de términos Ignacianos y Jesuitas).
  5. Pido a Dios fuerza para hacerlo y agradezco lo bueno que he tenido en el día. No estamos ante un ejercicio de perfeccionamiento moral o de autorrealización. No tenemos que ser personas perfectas. No hay culpabilización. Existe una posibilidad de futuro. Podemos empezar a transformar la realidad y tenemos que comprometernos con ello.

En la medida en que nos ejercitemos en esta práctica vamos a ir conociendo nuestros condicionamientos y conquistando grados de libertad. Sería muy interesante que, después de haberlo puesto en práctica personalmente, introdujéramos a nuestro alumnado en este camino de reflexión profunda que contribuye a la madurez. Cómo hacerlo es algo que cada uno debe descubrir y aplicar a su contexto.

¿Puedes reservar 10 minutos diarios para que tu vida gane en profundidad y sentido, para aumentar tu consciencia y conocimiento? ¿Lo puedes trasladar a tu alumnado? ¡Merece la pena!



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