lunes, 2 de noviembre de 2015

Educar en valores: una cuestión de coherencia


[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb el 02.11.2015]

El otro día escuché por casualidad una conversación en la calle entre una madre y su hijo que me dejó atónita. Menos mal que el niño mostraba buen criterio… No sé si la madre fue consciente de la lección que le dio su hijo…
Hijo – “¿Qué hago si me da la tos en clase?”
Madre – “Pues te tomas la medicina; te la he metido en la mochila”
Hijo – “No puedo hacer eso. No podemos tomar medicinas si no llevamos una nota”
Madre – “Claro que puedes. Te vas al baño y la tomas…”
Hijo – “Eso no se puede hacer”
Madre – “No eres tu hermano que es pequeño. Tú ya tienes 10 años y puedes hacerlo”
Hijo – “Eso no es así…”
Inmediatamente me vino a la mente una conversación que tuve hace mucho con mi amigo Rogelio.
Roge – “Aran, ¿cómo se pueden enseñar valores?
Yo – “Sólo hay una forma; es muy fácil y muy difícil. Se enseñan en la práctica; se transmiten con el ejemplo”
Los valores son una cuestión de coherencia, de práctica. Nuestros verdaderos valores son aquellos que practicamos, aquellos que guían nuestras acciones. “Si quieres entender a una persona, no escuches sus palabras, observa su comportamiento” Albert Einstein. Y lo que vale para las personas también aplica para las organizaciones. De nada sirven las declaraciones de valores si no se traducen en comportamientos, si las políticas y estrategias no son coherentes con ellos. Muchas veces los padres y madres, así como los educadores y también quienes están en posiciones de liderazgo, perdemos la fuerza de nuestro discurso por nuestros actos, que hablan más alto que nuestras palabras.
En clases de ética profesional una de las primeras precisiones que suelo hacer es que Ética viene de la palabra griega Êthos, que significa carácter o modo de ser adquirido. Cada uno de los actos que realizamos puede ser bueno o malo. Nuestros actos, la repetición de los mismos, van conformando nuestras actitudes, que nos predisponen a actuar de una determinada manera. Y el conjunto de nuestras actitudes define cuál es nuestro carácter, que puede ser virtuoso (tiende hacia el bien) o vicioso (tiende hacia el mal). Cada uno forjamos nuestro carácter moral, no es algo que viene determinado genéticamente. Los educadores y educadoras tenemos un poder muy grande, porque contribuimos a modelar el carácter de aquellas personas con las que nos relacionamos; y eso, a su vez, implica una tremenda responsabilidad. A mayor poder, mayor responsabilidad.
Como explicaba en una entrada de mi blog  “la Coherencia individual contribuye a la coherencia social, y ésta a la coherencia global”; cada uno debe ser consciente y responsable de los pensamientos, sentimientos y actitudes que alimenta. Cada uno de nosotros elegimos nuestra forma de estar en el mundo y eso va a condicionar cómo nos relacionamos con los demás y la huella que dejamos…

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