martes, 2 de diciembre de 2025

Experiencias cercanas a la muerte

 

El pasado 27 de noviembre, Lori Thompson, Doctora en Psicología y especialista en cuidados paliativos —ver aquí su perfil—, impartió la Clase magistral “Experiencias cercanas a la muerte”, organizada por la Fundación Pía Aguirreche en la Universidad de Deusto.

He de reconocer que el tema de la charla me resultaba especialmente interesante. Siendo adolescente cayó en mis manos el libro Vida después de la vida, de Raymond A. Moody, Jr. Creo que ahí comenzó mi interés por la tanatología, el duelo, los cuidados paliativos y otros temas afines. Lo que podría parecer un gusto macabro, no ha hecho más que conectarme con la vida y animarme a vivir con consciencia todas sus etapas. Esta charla me aportó nuevos argumentos.

En la presentación de la ponente el Dr. Jacinto Bátiz —reconocido paliativista— señaló que el tema de la conferencia conecta con la necesidad de una continuidad, el deseo de que la vida no termine.

Lori Thompson inició su conferencia aludiendo a que no podemos hacer afirmaciones categóricas bajo la ilusión de que la ciencia tiene todas las respuestas —más bien está permanente descubriendo—. Suscribo que al tema de la charla hay que acercarse con apertura de mente.

Como indicó Lori, una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), según Moody, es: “cualquier experiencia perceptual consciente que tenga lugar en una situación cercana a la muerte”. Actualmente hay quienes prefieren hablar de Experiencia recordada de la muerte —Recalled Experience of Death (RED) — entendida como: “Una experiencia cognitiva y emocional específica que ocurre durante un periodo de pérdida de conocimiento en relación con un evento que amenaza la vida, incluido el paro cardíaco”.  

Las ECM ocurren en situaciones muy diversas: parada cardíaca, electrocución, cirugía cardíaca, coma, fiebre, accidentes de tráfico, trabajo de parto, asfixia, ahogamiento, hipoglucemia, etc.

Moody hace una lista con algunos de los factores comunes de las ECM: inefabilidad —dificultad para expresar lo vivido con palabras—, escuchar frases como: “ha muerto”, una sensación de paz como nunca antes se había sentido, determinados ruidos o sonidos, encontrarse en un túnel o espacio oscuro, visión del propio cuerpo desde fuera, encuentros con seres no físicos ­—personas conocidas ya fallecidas, seres religiosos, personas desconocidas, etc. —, revisión de la vida —atemporalidad, toda la vida puede pasar en muy poco tiempo—, revisitar experiencias desde la posición de otra persona —sin juicio, como aprendizaje—, llegar a una frontera —una especie de punto de no retorno cuya simbología puede cambiar según las culturas—, decidir volver o que otra persona les anime a hacerlo, pérdida del miedo a la muerte, contar con detalle cosas que sucedieron mientras no se era consciente, recibir comentarios negativos al contar la experiencia, sentir la experiencia como “más real que la realidad”, etc.

Ninguna ECM es completa, en el sentido de que no cuenta con todos los elementos mencionados. Hay un porcentaje pequeño de personas, en tono a un 4-5%, que hablan de la experiencia como negativa. Lori se preguntaba si las expectativas o el miedo interferirían en la experiencia, o incluso si no sería una señal de una necesidad de aprendizaje. Tampoco parece que las experiencias en los niños y niñas difieran mucho, salvando su capacidad de expresarlas —suele suceder que los niños y niñas que las han vivido maduran mucho tras la experiencia—. No se han encontrado correlaciones con la clase social, el sexo, el nivel de estudios, la profesión, el lugar de nacimiento, las convicciones religiosas, la salud mental, o el estado civil.

Lori contó cómo en los años 80s tuvo la suerte de conocer la experiencia, mientras era soldado en la Segunda Guerra Mundial, de Gordon Gatch, quien durante muchos años no se lo contó a nadie aparte de a su mujer [en el vídeo a partir de 49:15].  Gordon en un primer momento pensó: “¿Me habré muerto? ¿Qué tengo que hacer ahora?”. Después de relatar varios de los mencionados elementos dice que pensó en su mujer —estaba recién casado— y se dijo: “Tengo que vivir. ¿Qué tengo que hacer? Tendré que respirar…”. Gordon expresaba que después de la experiencia seguía siendo agnóstico, pero que se le había quitado el miedo.

Cabría preguntarse si las ECM se dan sólo en Occidente y si son un fenómeno nuevo. En La República de Platón se narra el mito de Er, un guerrero que muere en batalla pero regresa a la vida para contar su experiencia en el más allá. En la cultura tibetana existen los “delogs”, a quienes se les considera personas sabias y portadoras de mensajes para otras personas.

Las ECM se quedan muy grabadas en quienes las han experimentado. De hecho, el relato de las mismas apenas varía con el tiempo. La mayoría de las personas expresan haber sufrido un cambio radical en sus vidas, afirman haberse vuelto más espirituales (que no religiosos o religiosas), señalan que han crecido en empatía y han conectado con su propósito en la vida. Algo que llamó mucho la atención fue que Lori explicó que las investigaciones señalan que quienes han tenido estas experiencias asociadas a un intento de suicidio, normalmente no vuelven a intentarlo —a pesar de ser una experiencia gratificante—.

En el turno de preguntas hubo una, a mi modo de ver, especialmente relevante formulada por Enric Benito que tenía que ver con la recepción por parte de los profesionales de la salud de estas experiencias. Lori respondió que era muy importante acoger bien estos relatos, algo en lo que todavía hay mucho que mejorar. Relacionado con esto contó una anécdota de un foro en el que un médico que estaba en el público replicó de forma contundente que a él nunca le habían narrado algo así. Otra persona respondió: “Yo he sido paciente suyo y nunca se lo contaría”. ¡Qué importante… mantener la mente abierta, escuchar sin prejuicios y acoger incluso lo que nos supera! ¡Cuánto nos queda por entender qué es la consciencia!

Referencias