lunes, 28 de diciembre de 2020

Empatía y moralidad


[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb el 28.12.20]

Estoy leyendo un libro de Itziar Etxebarria Bilbao, Catedrática de Psicología Básica de la UPV-EHU, que me cautivó por el título: Las emociones y el mundo moral. Más allá de la empatía. Voy a resumir y comentar el capítulo dedicado a “La empatía y emociones derivadas”.

Hay dos concepciones de la empatía: 1) respuesta cognitiva, comprensión de los pensamientos, sentimientos, etc. de la otra persona (se fija en el proceso); 2) respuesta emocional ante la situación de la otra persona (se fija en el resultado del proceso). Los autores que se han fijado en la relación entre empatía y moralidad se decantan por la segunda concepción, y la mayor parte de los análisis se centran en el papel de la empatía ante el sufrimiento ajeno (aunque la empatía con el bienestar de las otras personas también tiene un gran valor moral). En este sentido se suele hablar de preocupación empática (empathic concern).

Como señala Etxebarria Bilbao (2020) la empatía tiene efectos positivos en el ámbito moral:

  • La empatía centrada en la víctima (preocupación empática) favorece conductas de ayuda, más allá de la búsqueda de un interés personal, la respuesta a un malestar personal (empatía centrada en uno mismo).
  • La empatía, que no es propiamente una emoción, es la fuente de diversas emociones morales, que pueden darse de forma combinada: compasión (que favorece la ayuda y consuelo de las víctimas); la indignación (que lleva frenar el daño a las víctimas); culpa (que conduce a reparar el daño, o si es anticipada, a inhibirse de hacer daño); cólera (que mueve a luchar contra las injusticias). Hay cierta base innata de moralidad, que incluso compartimos con muchos animales (véase el vídeo), y que puede estar presente incluso en situaciones muy desfavorables de socialización.
  • La empatía inhibe la agresión, aunque a veces el impulso agresivo es tan fuerte que no puede frenarlo (con la correspondiente culpa a posteriori). En las guerras se intenta anular los sentimientos de empatía hacia los enemigos mientras que en los procesos de resolución de conflictos se tratan de potenciar.
  • La empatía favorece el perdón. Aunque, paradójicamente, en ocasiones la empatía con la víctima impone el imperativo moral de no perdonar.
  • La empatía juega un papel importante en la distinción entre moralidad y convención. En la primera el bien o mal es independiente de la existencia de una norma social al respecto.
  • La empatía influye en los principios y los juicios morales: activa la idea de evitar dañar a otros y procurarles el bienestar; contribuye a la preferencia por los principios de necesidad e igualdad frente al de equidad (especialmente la basada en el producto); juega un papel fundamental en el juicio moral y la toma de decisiones.

A pesar de estas valiosas contribuciones la empatía tiene riesgos y limitaciones, reconocidas por la mayoría de los autores:

  • La sobre-activación o sobre-excitación empática, que hace que la preocupación empática se convierta en malestar personal y active defensas que hagan desaparecer todo lo que la empatía aporta.
  • La habituación. Ante un estímulo repetido la intensidad de la respuesta disminuye.
  • Los sesgos empáticos, entre los que destacan el de aquí y ahora (se empatiza con más facilidad con lo cercano frente a lo lejano; con lo que ocurre en el momento presente frente a lo que ocurra en el futuro); y el de familiaridad-semejanza (se siente mayor empatía hacia los familiares/cercanos o aquellas personas que se nos asemejan).
  • La fragilidad de la empatía. Los prejuicios raciales, culturales, etc., así como las ideologías pueden debilitar, e incluso anular la empatía. La psicopatía parcial o circunscrita es un fenómeno más común de lo que se piensa.

Por lo anteriormente señalado es muy importante educar la empatía, “transformar una simple respuesta natural, con todos sus riesgos y limitaciones, en una virtud. Se trata de pasar de lo que es a lo que debe ser: sentirse concernido no solo por los próximos, sino por cualquier ser humano (e incluso otros animales)” (Etxebarria Bilbao, 2020: 70), lo que exige subrayar la común humanidad y educar otras emociones que anulan la empatía (asco, miedo al diferente, odio al oponente, etc.).

Hace algún tiempo escribía en una entrada de blog que “La compasión es empatía en acción, va más allá de comprender el dolor del otro desde su situación, me mueve y me compromete. Es un sentimiento humano muy elevado que deberíamos cultivar desde la cuna. El mundo sería un lugar mucho más amable si hubiera más compasión” (ver entrada Compasión: empatía en acción). La imagen que abre esta entrada representa a la perfección lo que es la compasión, que la empatía no es solo una respuesta cognitiva, sino también emocional. Los niños y niñas son grandes maestros de lo que es la empatía, universal y libre de prejuicios. Tal vez deberíamos volvernos como niños y recuperar esa mirada limpia y compasiva.



Bibliografía





martes, 15 de diciembre de 2020

Desvelos de madre y educadora

 



Para que lo leas con calma...

Cariño, no sé muy bien por dónde empezar a escribir estas líneas. Desde ayer bullen muchas ideas en mi cabeza y mis emociones están un poco alteradas. Espero poder transmitirte unas y otras de la mejor manera. Verás que se entremezcla mi voz como madre, como ciudadana y como profesora de ética (que es algo que tengo muy arraigado). Cuando vengas en vacaciones tendremos tiempo para hablarlo con calma y en persona.

Empiezo por las emociones, que se me han ido solapando unas con otras: sorpresa, estupor, preocupación, indignación, enfado, tristeza, mucha tristeza, sobre todo tristeza… Cada día desde que nacisteis hago una petición al cielo… a Dios… a la vida… “Que mis hijos sean buenas personas” … Creo que no hay cosa más importante para mí. Entiendo el éxito en la vida como ser una buena persona, hacer lo que hay que hacer, aunque el contexto no favorezca. Contribuir a dejar el mundo un poco mejor de lo que lo has encontrado… Recuerdo una vez que estabas en el colegio, en una época en la que andabas muy revuelto y tu comportamiento no era demasiado bueno, que antes de una reunión de padres le dijiste a tu tutor: “Diles que somos buena gente”. No nos lo dijo, pero yo sabía que el comentario era tuyo…

Hace mucho hice mía una máxima que escuché al que entonces era Rector del Tec: “El bien es bien, aunque nadie lo haga; el mal es mal, aunque todos lo practiquen”. Intento que esa máxima y la regla de oro (en positivo: “Haz a los demás lo que quieras que te hagan”, o en negativo: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan”) orienten mis acciones. Y eso que quiero para mí es en lo que he intentado educaros a vosotros, no solo con palabras sino con acciones. Llevo mucho tiempo trabajando mis valores e intentando llevarlos a la práctica. No siempre lo consigo, no soy ni mucho menos perfecta, pero pongo un gran esfuerzo consciente en vivir lo que creo. Y si fracaso en el intento, vuelvo a intentarlo… las veces que haga falta…

Como tú bien sabes actos, actitudes y carácter están íntimamente relacionados. Cada acto, cada acción, puede ser catalogada como buena o mala. La repetición de actos va conformando actitudes, predisposiciones para actuar. Y el conjunto de nuestras acciones conforman nuestro carácter, o “modo de ser adquirido”, que puede ser, en términos aristotélicos, vicioso (tiende hacia el mal) o virtuoso (tiende hacia el bien). Cada uno vamos fijando nuestro carácter acción a acción, decisión a decisión. Ayer me preguntabas: “¿Y eso me hace peor persona?”. Claro que una mala acción no te convierte en una mala persona, pero seguro que te aleja algo de la persona que quieres ser. Y no creo que nadie quiera ser una mala persona. Siempre digo a mis alumnos y a mis alumnas que espero que se les encienda una ‘alarma’ cada vez que digan la frase “Total… eso no hace mal a nadie”. Muchas veces cuando pronunciamos esa frase nos olvidamos de la persona más importante, cada uno de nosotros y de nosotras. Puede que una acción no tenga consecuencias, o que no te pillen, o que nadie se entere… Pero cada uno sabe cuando no ha actuado bien y eso afecta a la persona que cada uno construimos, a ese carácter que vamos conformando acción a acción, decisión a decisión.

Sé que algunas de mis ideas y mis valores te pueden parecer anticuados, que no compartes (ni siquiera sé si entiendes) la fe que profeso… Sé también que no estás de acuerdo con la sociedad, el sistema, el capital, las injusticias… pero no cualquier medio vale para transformar el mundo. Importan los fines, pero no te puedes desentender de los medios. ¿Te imaginas que todas las personas actuaran de la misma manera? ¿Sería el mundo un lugar mejor? Acuérdate del imperativo categórico de Kant: “Actúa de tal manera que tu conducta pueda ser considerada una ley universal” (y la segunda formulación: “trata al ser humano como un fin en sí mismo, nunca como un puro medio”).

Las normas y las leyes están para cumplirlas porque favorecen el buen funcionamiento de la sociedad. Está claro que no todas las normas y leyes son justas, pero que una norma o ley no sea justa no legitima que uno se salte todas o que cumpla solo las que le interesan. ¿Sería mejor un mundo sin leyes y normas? ¿Cómo se protegería a las personas más vulnerables? ¿Habría mayor igualdad y justicia? Sinceramente, creo que no. Se puede luchar por cambiar las normas y leyes, pero, vuelvo a lo de antes, no de cualquier manera. Relacionado con esto, hay algo que me preocupa y es el tema de la escala y la oportunidad. Quienes cometen delitos, quienes tienen comportamientos corruptos, quienes atentan contra el bien común, normalmente no empiezan por grandes cosas.  Se empieza cometiendo pequeñas transgresiones, pero a medida que se sale indemne y se tiene oportunidad y acceso a otros niveles, sube la escala de la transgresión. Y luego no vale el “yo no quería”… Acuérdate de algo que os he repetido muchas veces… “acción, reacción, repercusión”, responsabilidad en acción.

Eres dueño de tu vida y de tus decisiones. Yo quiero, siempre he querido, lo mejor para ti. No puedo obligarte a actuar como yo creo que se debe actuar, pero tampoco puedo renunciar a decirte lo que pienso y cómo me siento… No puedo dejar de preocuparme por ti porque me importa la persona que eres. Y siempre con una premisa previa: “Te quiero por encima de todo y a pesar de todo”.

Ama