lunes, 9 de enero de 2023

La buena decisión

[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb el 09.01.2023]

Recientemente un amigo me envió un vídeo de un programa de radio en el que, Gabriel Rolón, psicoanalista, músico y escritor argentino, dialoga con sus contertulios sobre la película Los puentes de Madison. Tengo un gran recuerdo tanto de la película como del libro, que en mi opinión está fielmente adaptado en la película.

Francesca Johnson (Meryl Streep), es un ama de casa que vive en una granja del condado de Madison con su familia. Su tranquila, pero anodina y gris, vida se ve trastocada cuando aparece Robert Kincaid (Clint Eastwood), un veterano fotógrafo de la revista National Geographic que está de visita en el condado para fotografiar sus puentes cubiertos. Mientras su marido y sus hijos están unos días fuera para participar en un concurso de terneros, Francesca vive un apasionado romance con Robert que le abre a realidades para ella ignotas. Nos encontramos en la década de los 60 del siglo XX.

La noche anterior al regreso del marido, Robert le dice que se vaya con él, que lo que están viviendo es algo que no se suele dar en la vida. Ella le dice que sí, empieza a empacar sus cosas, pero Robert le pide que se siente y le dice que no es cierto que se vaya a ir con él. Ella, con gran pesar, le contesta que no puede. Qué pensarían sus hijos, no podrían superar el dolor y confiar en nadie. Además, también arruinaría la vida de su marido que es un buen hombre y le da todo lo que puede. Se despiden. El marido y los hijos regresan triunfantes porque su ternero ha ganado. Francesca regresa su vida cotidiana. Robert se queda unos días por el pueblo con la esperanza de que ella cambie de opinión. La escena final, que se puede ver más abajo, refleja el amor, la renuncia y el sacrificio. Es la última vez que se ven. Los hijos de Francesca se van enterando de la historia de su madre por el diario que les deja a su muerte, y eso les va transformando.

Y surge la pregunta: ¿Hizo mal Francesca al sacrificar el amor (la pasión) por quedarse con su familia, por cuidar a sus hijos, por no herir a su marido, un hombre bueno que le ha dado todo de lo que era capaz? ¿Hubiera hecho mal dejándolo todo por seguir esa pasión hasta entonces desconocida? Podríamos añadir muchas preguntas a estas: ¿Existe una buena decisión en esta situación? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la felicidad? Y un largo etcétera.

Vayamos a la imagen elegida para abrir esta entrada, una serie de puertas cerradas. Cuando nos enfrentamos a una decisión nos planteamos una serie de alternativas, cada una abre la puerta de un camino que normalmente no sabemos dónde nos va a llevar. Y es ahí donde nos entra la duda, el miedo, la ansiedad, los quebraderos de cabeza. Nos encantaría poder abrir un poquito cada una de las puertas para saber a dónde nos lleva. Pero la vida no funciona así. Nunca podemos elegir con certeza absoluta y todas las decisiones implican pérdidas, caminos no elegidos, coste de oportunidad que se dice en economía. No se puede tener todo.

Entonces ¿cómo elegir bien? Cuando doy clases o charlas con mi gran amigo Rogelio Fernández solemos decir que la inteligencia emocional consiste en la unión de razón y emoción en todos los procesos mentales. En este sentido, las mejores decisiones son aquellas en las que acompasamos razón y emoción. No se trata ni de seguir locamente lo que el corazón nos dice, ni de acallarlo con el peso de buenos argumentos. Algo similar a esto ya lo decía San Ignacio que,  en sus reglas de discernimiento, indica que pensemos en cómo nos sentiríamos al tomar uno u otro camino, o que nos imaginemos en el lecho de muerte rodeados de nuestro seres queridos y percibamos qué decisión quisiéramos haber tomado. Y todo ellos teniendo en cuenta que en momentos de una gran emocionalidad es mejor no decidir, que sería la traducción de: “En tiempo de desolación no hacer mudanza”.

En el mencionado programa de radio a Gabriel Rolón le preguntan qué le diría a una persona que en su consulta le preguntara qué debería hacer. Su respuesta es magistral: "Tomá la decisión con la que puedas vivir". Cada persona debe asumir las consecuencias de sus decisiones. Y nadie mejor que uno mismo, que una misma, sabe con qué puede vivir. La conciencia es algo personal e intransferible que nos acompaña y nos conforma. Y, en mi opinión, no hay nada mejor que una conciencia tranquila.


Referencias

 

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