lunes, 25 de noviembre de 2024

25 de noviembre: banderas rojas y banderas verdes

El titular del comunicado de prensa de ONU Mujeres con ocasión del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres no deja indiferente: “Cada diez minutos, una mujer o niña muere a manos de su pareja u otro miembro de la familia” (ONU Mujeres, 2024a). En su informe Femicidios en 2023 ONU Mujeres (2024b) señala que: “A nivel mundial, 85.000 mujeres y niñas fueron asesinadas intencionalmente en 2023”. Las noticias recientes en el Estado español sobre este tema son muy desalentadoras.

Al salir de clase me he sumado a la concentración convocada en la Universidad de Deusto, que celebra “durante toda la semana distintas actividades que este año, bajo el lema ‘Por las miles de historias calladas, alzamos nuestra voz’, están enfocadas a la violencia machista que sufren las mujeres con discapacidad” (Universidad de Deusto, 2024). Como señala la RUIGEU(2024): “Las universidades son el mejor entorno posible para generar reflexión crítica sobre lo que significa un espacio educativo seguro para las mujeres; para identificar los factores de riesgo y las formas posibles de discriminación por razón de sexo en cada uno de los distintos contextos; para diseñar e implementar campañas de sensibilización frente a la violencia; y para activar acciones comunicativas que ayuden a visibilizar las manifestaciones de violencia machista que aún hoy permanecen normalizadas”. Está claro… A mayor poder… mayor responsabilidad. 

Nada más acabar la concentración he asistido al evento Film interruptus: Tres metros sobre el cielo (Emakumeak, 2024), dinamizado por Leire Serrano y Sokoa Lasa (Espäcio Regäderä), quienes en su página de Facebook se definen como “Feministas y apasionadas de las relaciones saludables, con nosotras mismas y con los/las demás”.  En la presentación del evento Teresa Laespada Martínez, Diputada Foral del Departamento de Empleo, Cohesión Social e Igualdad, aludía a la campaña del 25N de este año de la Diputación Foral de Bizkaia (véase la foto que abre esta entrada), que habla sobre los red flags (líneas rojas) y green flags (lo permitido): “Los últimos estudios señalan el creciente rechazo de algunos hombres al feminismo y a los avances en materia de igualdad, por lo que la campaña también se ha diseñado para tener especial incidencia entre hombres jóvenes. Sin embargo, no se ha buscado únicamente un mensaje en negativo o de remarcar los límites en su comportamiento, sino que también se les anima a convertirse en agentes de cambio por la igualdad” (DFB, 2024).

No había visto Tres metros sobre el cielo. La idea era un clásico: colegiala de clase alta (Babi) se enamora de chico malo (H – Hugo). Me ha parecido muy interesante visualizar fragmentos y comentarlos con las “gafas moradas” para ver cómo se socializa la cultura y los esquemas que tiene asociados; cómo construimos nuestras identidades chicos y chicas. Como han repetido Leire y Sokoa, “Lo que vemos es lo que somos”. Transmitir la cultura ha sido fundamental en la historia para la supervivencia de la especie. Al principio se hacía de forma verbal o gestual. Con la aparición de la escritura el relato se lo apropiaron los hombres, que eran quienes sabían escribir, y tenía una visión sesgada. Al principio la educación formal estuvo reservada a los hombres. En el siglo XX, con la globalización de la cultura, las mujeres accedieron a la misma (pero recordemos que tiene un sesgo importante). En el siglo XXI la transmisión de la cultura viene de la mano de la generalización de internet, el móvil, las redes sociales, etc. Y los algoritmos ayudan a que los roles asignados tradicionalmente se perpetúen.

Además, no podemos olvidar que el deseo es un constructo, se construye sobre todo en la adolescencia. Pensamos que somos libres, que podemos elegir, pero como muestra de que no lo somos tanto, basta la anécdota que ha contado Leire sobre Bernays, el sobrino de Freud, quien con una campaña consiguió que el consumo de tabaco entre las mujeres pasara de 0% a más del 30% en un año (Berrueta, 2019). Hay mucha igualdad, pero queda el reducto de las relaciones afectivo-sexuales. Las relaciones (el ser humano es un ser en relación), que son las que determinan cómo somos de felices, no se dan en igualdad. Erotizamos al malote, se convierte en el modelo a seguir para ganar popularidad. Erotizamos la violencia. Y esto también daña y mina la autoestima a los hombres. No podemos olvidar que el ser humano ha evolucionado por los cuidados. Desde la infancia nos socializan en el arquetipo del super héroe frente al de la princesa. Y a través de películas, canciones, videojuegos, etc. se va produciendo un goteo que perpetúa los roles de género y el privilegio de unos frente a otras. En la película se ve con claridad un esquema muy repetido: el malote te invade tu espacio, te aísla, te deja sola, y luego se convierte en tu salvador, sin tener en cuenta lo que en realidad quieres.

La sesión me ha recordado a una película de mi adolescencia Dirty dancing y a dos canciones que nos inculcaban sutilmente la idea del amor romántico: La quiero a morir (Y yo que, hasta ayer, sólo fui un holgazán / Y, hoy, soy el guardián de sus sueños de amor / La quiero a morir) y Ramito de violetas (Era feliz en su matrimonio / Aunque su marido era el mismo demonio / Tenía el hombre un poco de mal genio / Ella se quejaba de que nunca fue tierno). También he conectado con una película que vi ayer, La directora de orquesta, basada en la historia de Antonia Louisa Brico (la primera mujer que dirigió la Berliner Philarmoniker y la New York Philharmonic Orchestra) y que muestra lo difícil que lo han tenido las mujeres también en el mundo de la música.

Hoy me quedo con otra canción Justito a tiempo (Si me ven bailando sola / Es porque me da la gana, porque me da la gana / Porque hoy solita quiero estar / Que ¿por qué no te enamoras? / Porque me da la gana, porque me da la gana / Porque ahora quiero respirar) y un deseo, el de que entre todos y todas construyamos mejores relaciones, sobre una base de igualdad real.

Referencias