Recientemente he escuchado una interesante charla del neurocientífico y neurólogo argentino Facundo Manes, quien ha dedicado una parte importante de su trayectoria profesional al estudio del cerebro. En ella contaba cómo construimos nuestra memoria: “Cuando uno evoca una memoria, la memoria se hace inestable y se puede agregar nueva información. En cierta manera, la memoria humana es un acto creativo. Cada vez que evocamos una memoria, la podemos reconstruir, la podemos modificar. Y luego la guardamos, y lo que recordamos al otro día no es el hecho que vivimos, sino el último recuerdo”. Así mismo, citaba una frase del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez: “La vida no es la que vivimos, sino cómo la recordamos para contarla”. Quiero compartir hoy un episodio muy grato de mi memoria reciente. Un relato que quiero que permanezca muy vivo y aliente mis pasos en adelante.
Hace un tiempo terminaba una de las entradas con más visitas que he escrito, Sobrevivir al Amor Zero, confesando que: “Doy fe también de que se puede encontrar a alguien con quien tener una relación de amistad, reciprocidad, cariño e intimidad; un auténtico compañero de camino; un compañero de alma”. El pasado 23 de marzo mi compañero de alma y yo reafirmábamos, libre y conscientemente, delante de Dios y de la comunidad el camino juntos que iniciamos hace algo más de seis años. Ese día nuestros hijos e hijas fueron nuestros padrinos y madrinas. Ellos son el testimonio de nuestro camino previo y son asumidos como elementos clave de la nueva familia creada. No tengo palabras para expresar lo que se siente al entrar en la iglesia flanqueada por esos dos muchachotes a los que has dedicado muchos de tus desvelos mientras al fondo te espera quien quiere ponerle un bonito final a la sencilla historia de dos jóvenes que no se conocieron… Quizá lo que más se acerque a lo que sentía es una sensación de plenitud… un gozo sereno…
Elegimos un lema para el día de la boda, y como inspiración para nuestro matrimonio, “Juntos volaremos expandiendo nuestras alas” y lo representamos a través de dos mariposas, símbolo universal de transformación y evolución en la vida. Cada uno tenemos desplegadas nuestras alas, después de nuestro proceso personal de metamorfosis derivado de los avatares de la vida. Juntos aspiramos a llegar más lejos, a volar más alto, a acompañarnos mientras construimos la mejor versión de cada uno… Todo un reto que afrontamos con gran ilusión.
Atesoro en el corazón todo lo vivido ese día y en torno al mismo. Cada mensaje, cada felicitación, cada gesto, cada obsequio, cada detalle, cada sorpresa, cada muestra de cariño… las risas y sonrisas cómplices… la presencia de tantas personas queridas que son las teselas del mosaico de nuestras vidas… la alegría compartida… Hay palabras que se me han quedado grabadas a fuego: “si con algo me quedo de este día es con tu cara de felicidad”; “habéis hecho que vuelva a creer en el amor”…
He tardado varios días en asimilar y acoger todo lo vivido, en integrar tanto amor recibido. Mi corazón rebosa de agradecimiento. Me siento muy afortunada de tener una segunda oportunidad y tanta gente a mi alrededor que me acompaña y me sostiene.
Termino con la canción que le canté a mi marido en la ceremonia y que espero que sea la banda sonora de nuestra vida en común…
“Que estoy enamoradaY tu amor me hace grandeQue estoy enamoradaY qué bien, qué bien me hace amarte”
Como siempre, gracias por compartir, Arantza. Habéis dado testimonio como pocas personas lo han hecho, de manera abierta, natural y sentida. Cuando me contasteis que os casabais, aparte de una alegría inmensa, me invadió la sorpresa. ¿Casarse? ¿Otra vez? ¿Por la Iglesia? ¿Por qué? Buf, ¡qué ganas! El 23 de marzo lo entendí y me emocioné con vosotros. Hoy yo también volvería a casarme. Un beso.
ResponderEliminar¡Gracias Pili! Fue una suerte compartirlo con vosotros...
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