jueves, 27 de abril de 2017

Aprendizajes en el camino


Hace dos años y medio, como ya he comentado en alguna ocasión, comencé mi personal camino de Ignacio. En enero tuvimos el segundo módulo del tercer año.  Luzio Aguirre sj, nuestro asistente, nos explicó en una comida a los que compartíamos mesa cuatro grandes aprendizajes para la vida que había realizado de los grupos de matrimonios que ha acompañado a lo largo de los años. He dado vueltas a cada una de estas claves y la verdad es que son básicas para tener una buena vida y unas buenas relaciones en todos los ámbitos y todas las etapas de la  vida.
1)      Pedir con claridad. Lo primero que debemos tener muy claro es que cada persona somos un mundo...  con necesidades, deseos, principios, valores, etc. muy diferentes. Igual que yo no puedo leer la mente de nadie, a lo sumo podré interpretar desde mis propias claves palabras y hechos, los demás  tampoco pueden hacerlo conmigo. En más de una ocasión me he quejado de que mis hijos, mi pareja, alguna amiga… no han hecho lo que quería o no han respondido como esperaba y la verdad es que la mayoría de las veces se  ha debido a que yo no había verbalizado ese deseo o expectativa o no lo había hecho claramente. Hay creencias que son muy poco razonables… “si me quisiera sabría qué o cómo hacer”, “si le importara no haría tal cosa”, “si fuera como es debido haría o dejaría de hacer…”. Y podríamos poner muchas más… Para poder recibir hay que saber pedir, asumiendo también que igual el otro no puede o no quiere dar. 
2)      Rechazar con humildad. Creo que uno de lo aprendizajes que más me han costado en la vida es el decir que no. (Ahora hay quien me dice que afloje un poco, que parece que le he cogido gusto al no). Cuántas veces he hecho más de lo que quería, o algo que me resultaba incómodo, o que iba en contra de lo que pensaba porque me lo pedía  alguien cercano, querido, importante… Estoy convencida de que tenía mucho que ver con la necesidad de ser querida, de ser valorada y tenida en cuenta. Parecía que decir que no era una especie de traición o falta de respeto o de amor… ¿y el respeto y el amor a mí  misma? ¿acaso no me traiciono en lo más profundo al decir si cuando siento que es no? Quizá  lo que más puede chocar es “con humildad”. He caído en la cuenta de que en mi caso muchas veces he dicho que sí para sentirme imprescindible o para demostrar no sé  muy bien qué. Y eso tiene mucho que ver con el ego…
3)      Ser generosos. Pocas cosas nos acercan más  a la Humanidad, a la grandeza que todos tenemos y somos, que dar sin esperar a cambio, dar de corazón sin importar que no nos correspondan. Los seres humanos tenemos comportamientos egoístas pero también somos capaces del altas cotas de altruismo, llegando incluso a poner en peligro nuestra propia vida. Actuar con generosidad, anteponer los deseos y necesidades de otros a los nuestros es un gran acto de amor, que no es renuncia sino entrega, acercamiento, donación al otro.  
4)      Ser agradecidos. El agradecimiento es la otra cara de la generosidad. Porque recibimos muchos dones, incluso sin pedirlos, debemos ser agradecidos. Estoy convencida de que no es posible ser feliz sin tener un corazón agradecido. No todo lo recibimos por merito nuestro. Mucho nos es dado por la generosidad de otros, empezando por nuestra propia vida. Y tengo la intuición de que este corazón agradecido es el que nos lleva tanto a ser generosos, como a pedir con claridad y rechazar con humildad.
Tengo el firme propósito de vivir desde estas cuatro claves para mejorar mis relaciones y ser más feliz.

miércoles, 26 de abril de 2017

Aprender a cuidarse: autocompasión


“Desde el mismo momento en que nacemos, estamos bajo el cuidado y bondad de nuestros padres. Luego, al final de la vida, cuando estamos enfermos y viejos, también dependemos de la bondad de otros. ¿Por qué, entonces, en el medio descuidamos la bondad hacia los demás?”
“El Dalai Lama responde” en Los Maestros del Sendero: De Buda y Jesús a nuestros días. Wolpi, Samuel (1995). Buenos Aires: Kier, p. 187.

Tengo una buena amiga que suele repetir que “nada es casual, todo es causal”... Estoy realizando un curso de formación interna en la Universidad de Deusto impartido por Leticia Linares y que lleva por título: “Taller de entrenamiento en Atención Plena”. Ayer fue la séptima y penúltima sesión, bajo el lema “Aprender a cuidarse”.

Hace una semana me dio un fortísimo ataque de lumbago que me tiene bastante limitada, así como sensible e irritable. La sesión de ayer me vino como anillo al dedo. Me ha quedado muy muy clara la lección.

Aprendemos a cuidarnos dejándonos cuidar. Una lección que no siempre tenemos bien aprendida es la de la autocompasión, como nos ha dicho Leticia: auto-con-pasión. Dedicarnos tiempo y cuidados con pasión, como lo hacemos con otras personas. Hace un tiempo escribí una entrada sobre este elevado sentimiento, Compasión: empatía en acción, que va más allá de acercarnos al dolor del otro, supone movimiento y compromiso.

Hicimos una meditación larga muy sugerente que a mí me movió mucho y me hizo conectar conmigo  y con otras personas. Voy a reproducir aquí los pasos que fuimos dado.

Fue una meditación que iba centrándose en distintos personajes, a los que cada uno pusimos nombres concretos antes de empezar:
  • Uno mismo. Lo primero que hicimos fue vernos a nosotros mismos, sentados, de frente y tomando cierta distancia.
  • Un benefactor: una persona, ser, lugar… que despierta un especial afecto y acompañamiento, que te hace sonreír y sentirte bien. 
  • Un amigo, alguien que te inspira confianza y sentimientos positivos.
  • Una persona difícil, alguien que te genera sentimientos negativos. Ante esta persona difícil, que quizá es  a la que más nos puede costar mirar de frente, es bueno pensar lo siguiente: esta  persona está, igual que tú, buscando su lugar en la vida y en esos movimientos te causa dolor.
  • Una persona neutra.
  • Un grupo (o conjunto) de personas.

La consigna para toda la meditación fue que era como sentarnos con un amigo. Igual no podemos curarle ni quitarle su dolor, pero le podemos acompañar. Con cada personaje empezábamos sentándonos frente a él/ella, observándole y observando qué sentimientos nos producía. A cada uno le decíamos: “Igual que yo quiero ser feliz y estar en paz, tú también buscas la paz interior”.  Después, durante un rato, repetíamos (sintiendo lo que decíamos) las siguientes frases:
  • “Que no te pase nada malo”.
  • “Que tú seas feliz”.
  • “Que tú tengas salud”.
  • “Que te vaya bien en la vida”.

Si en algún momento nos despistábamos o nos ‘alejábamos’ de la persona poníamos la mano en nuestro corazón para reconectar con la bondad en nosotros o nos repetíamos a nosotros mismos las frases. Antes de pasar al siguiente personaje, en las transiciones repetíamos:     
  • “Que yo y todos los seres nos libremos del mal”.
  • “Que yo y todos los seres seamos felices”.
  • “Que yo y todos los seres tengamos salud”.
  • “Que a mí y todos los seres nos vaya bien en la vida”.
Lo que más me movió fue sentarme frente a mi benefactor, que murió hace más de veinte años pero que sentí muy presente; y ante el grupo, que ha ido creciendo con caras y nombres. Viví una profunda paz y un desbordante agradecimiento.  Me he sentí muy querida y muy acompañada.

“Compasión. Es la verdadera comunicación. Dar es la mejor forma de comunicarse”.

domingo, 16 de abril de 2017

Una lección de empatía

[He publicado esta entrada el 16.04.2017 en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb-desaparecido el 01.07.2024]


Acabo de terminar un libro que me ha recomendado, y prestado, mi amiga Laura. Ella se lo compró a su hijo Diego (10 años) y lo acabó leyendo. Yo voy a regalarles La lección de August (Palacio, R. J. ,Barcelona: Nube de tinta, 2016) a mis sobrinos. ¡Ojalá lo leyeran también mis hijos!
August Pullman es un niño de 10 años, fan de La Guerra de las Galaxias, que acude por primera vez al colegio. Sus padres le han educado en casa porque nació con un trastorno genético, que se caracteriza por malformaciones craneofaciales, que ha hecho que sea sometido a múltiples operaciones. Estas malformaciones le dan un aspecto que produce cierto rechazo en muchas personas. El libro es toda una lección de empatía porque va narrando el quinto curso desde distintos protagonistas:
  • August (Auggie): un niño que quiere ser normal pero no es ajeno a las reacciones que otros tienen ante él.
  • Via (Olivia): la hermana de Auggie (es mayor que él).
  • Summer: una niña que se hace su amiga, la única que come con él desde el primer día.
  • Jack: un amigo; uno de los tres niños a los que el Director les invitó a enseñar el colegio a August antes de empezar el curso.
  • Justin: el novio de Olivia.
  • Miranda: es amiga de Olivia desde pequeña, desde su anterior colegio. En el nuevo instituto se distancian un poco pero se reencuentran.
August es muy consciente de que la mayoría de las personas se sorprenden al verle y murmuran. A veces es sólo un simple gesto, como bajar un segundo la mirada. Durante mucho tiempo llevó un casco de astronauta que le regaló Miranda; la vida para él es más fácil detrás de una máscara… Tiene que ser duro que la gente te mire, te evite, hable de ti, te insulte… y más si eres un niño…
“No estoy diciendo que los niños  hiciesen nada de todo esto con maldad: ni una sola vez vi a nadie reírse ni hacer ruidos  raros como burla. Solo hacían  las tonterías  que hacen todos los niños del mundo. Ya lo sé. Me hubiese gustado decirles algo en plan: ‘Vale, no pasa nada. Ya sé  que soy raro. Podéis mirar, no muerdo’. La verdad es que si de repente un wookie empezase a ir al colegio, yo sentiría curiosidad y seguramente lo miraría a escondidas” (August, p.88).
“Ojalá pudiese ser Halloween todos los días. Todos podríamos llevar máscara siempre. Podríamos pasearnos por ahí y conocernos antes de ver qué aspecto tenemos debajo de las máscaras” (August, p.104).
Los niños (pero no sólo ellos) pueden ser muy crueles. Incluso a través del juego se puede dañar mucho a otras personas. August se da cuenta de que al principio, y durante bastante tiempo, nadie le toca.
“Fue jugando a los cuatro cuadrados con August cuando me enteré de lo de la Peste. Al parecer están jugando desde comienzos de curso. Cualquiera que toque a August sin querer tiene treinta segundos para lavarse las manos  o para encontrar desinfectante de manos si no quiere pillar la Peste. No estoy segura de qué te pasa si pillas la Peste, porque, de momento, nadie ha tocado a August… al menos, no directamente” (Summer, p.168).
Via se debate entre el amor a un hermano más pequeño, frágil y delicado y la rabia por no recibir tantas atenciones como él y por ser conocida por su hermano. El nuevo instituto es una oportunidad de pasar desapercibida, de no ser “la hermana de”. Sufre por Auggie y se siente mal cuando se pone en el centro, cuando piensa sólo en ella.
“Mamá  y papá siempre decían que era la niña más comprensiva del mundo. No lo sé. Lo que sí sé es que no servía de nada quejarse. He visto a August después de sus operaciones, con su carita vendada e hinchada y su cuerpecito conectado a goteros y tubos para mantenerlo con vida. Después de haber visto a alguien pasar por todo eso, parece una locura quejarse por no haber tenido el juguete que habías pedido, o porque tu madre se ha perdido la obra del colegio. Todo eso ya lo sabía con seis años. No fue necesario que nadie me lo contase. Lo sabía,  y punto” (Via, p.116).
“Yo no veía  a August como lo veía el resto de la gente. Sabía que no era exactamente normal, pero no entendía por qué los desconocidos se impresionaban tanto al verlo. Horrorizados. Asqueados. Asustados. Podría usar muchas palabras para describir la reacción en las caras de la gente. Durante mucho tiempo no lo entendía y me enfadaba” (Via p.120).
“¿August se da cuenta de cómo le ven los demás, o se le da tan bien fingir que ya ni le molesta? ¿O sí le molesta? Cuando se mira en el espejo ¿ve al August que ven mamá y papá, o ve al Auggie que ven todos los demás? ¿O verá a otro August, alguien ideal más allá de su cabeza y de su cara deformes? […] Yo creo que hemos pasado tanto tiempo intentando hacer que August piense que es normal que ahora piensa que es normal. El problema es que no es normal” (Via, p.126).
Summer es capaz de superar los comentarios de los demás niños y de ir en contra de la corriente acercándose a él desde el primer día a pesar de no ser siquiera de su clase. Se muestra amable, cercana abierta y se mantiene fiel durante todo el curso.
“El primer día me senté con él porque me dio pena, nada más. Allí estaba, aquel niño con esa pinta en un colegio nuevo, sin nadie que hablase con él y con todo el mundo mirándolo. Todas las niñas de mi mesa estaban cuchicheando sobre él. No era el único alumno nuevo en Beecher, pero era el único del que hablaban todos. […] No era más que un niño. El niño con la pinta más rara que he visto en mi vida, sí. Pero un niño” (Summer, p.165).
Jack conocía de vista a August antes de que entrara en el colegio. Cuando el director le pidió que junto con otros dos niños enseñara el colegio a August al principio pensó decir que no, pero cambió de opinión al tener en cuenta una reacción de su hermano pequeño. Al principio se sienta con August y se relaciona con él. Por un percance, un comentario que August escucha sin que Jack se dé cuenta, se distancian. Cuando él se da cuenta de lo sucedido pide disculpas y vuelven a ser amigos.
“Todos los niños del barrio sabían que era él. Todo el mundo ha visto a August en algún momento. Todos sabemos cómo se llama, aunque él no separa cómo nos llamamos nosotros. Y siempre que le veo intento acordarme de lo que dijo Verónica [su niñera], pero me cuesta. Me cuesta mucho no mirarlo una segunda vez. Cuesta mucho hacer como si nada cuando lo ves” (Jack, p.192).
“Cuando oí a Jamie contar que había salido corriendo y gritando al ver a August, de pronto me sentí fatal. Siempre existirán niños como Julian que se comporten como imbéciles. Pero si un niño pequeño como Jamie [su hermano], que normalmente es bastante simpático, puede llegar a ser así de cruel, un chaval como August no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir en un colegio de secundaria” (Jack, p.195).
Cuando Justin conoce a August se sorprende, pero la familia de Olivia le conquista rápidamente.
“Reconozco que la primera vez que he visto al hermano pequeño de Olivia me he quedado muy sorprendido. […] Me gusta pensar que soy capaz de ocultar mi sorpresa. Eso espero. La sorpresa es uno de esos sentimientos que pueden resultar muy difíciles de ocultar, tanto si intentas parecer sorprendido cuando no lo estás como si intentas no parecer sorprendido cuando sí lo estás” (Justin, p.251).
“[Hablando de la perra de Auggie] Es como si supiese que el día que conoció a esta familia le tocó la lotería. Sé cómo se siente. Me gusta mucho la familia de Olivia. Se ríen mucho. Mi familia no es así. Mi madre y mi padre se divorciaron cuando yo tenía cuatro años y podía decirse que se odian entre sí. Me crié pasando la mitad de la semana en el piso de mi padre en Chelsea y la otra mitad en casa de mi madre en Brooklyn Heights. Tengo un hermanastro cinco años mayor que yo que apenas sabe de mi existencia. Que yo recuerde, mis padres estaban deseando que fuese lo bastante mayor para cuidar de mí mismo” (Justin, p.257).
“¿Qué hizo el pobre chaval para merecer esa condena?¿Qué hicieron sus padres? ¿Qué hizo Olivia? Una vez me dijo que un médico les había dicho a sus padres que la probabilidad de que alguien tuviese la misma enfermedad era de una entre cuatro millones ¿Acaso eso no convierte al universo en una lotería gigante? Compras un billete cuando naces y sólo depende del azar que el billete sea bueno o que sea malo. Todo es cuestión de suerte” (Justin, p.273).
Miranda también se siente muy cercana a la familia de Olivia. Ella siempre se ha llevado bien con August.
“Una de las cosas que más echo de menos de ser amiga de Via es su familia. Quería mucho a sus padres. Siempre fueron muy acogedores conmigo. Sabía que querían a sus hijos más que a nada en el mundo. Siempre me sentí segura con ellos: más segura que en ninguna otra parte de mi mundo. Qué patético, sentirme más segura en casa de otra persona que en el mía propia, ¿eh?. Y claro está, quería a Auggie. A mí nunca me dio miedo, ni siquiera cuando era pequeña” (Miranda, p.319).
En el libro no se muestra la visión de los padres. Como madre me la puedo imaginar. La preocupación y el dolor por cada nuevo reto que afronta August. La necesidad de protegerle permanentemente, más que a cualquier otro niño. El miedo ante la reacción y los comentarios que otros pueden hacerle… un amor infinito y el constante  deseo de achucharle…
Un percance que sucede en el campamento de quinto hace que las cosas cambien para bien para August, y también para todo el colegio.
“Era como si ahora fuese uno de los suyos. Todos empezaron a llamarme ‘pequeñín’, hasta los más deportistas. Aquellos grandullones a los que apenas conocía ahora me saludaban entrechocando sus nudillos con los míos” (p.374).
El Sr. Traseronian, Director del colegio, en el discurso de graduación pone el broche a la lección de empatía:
“pero lo que quiero que vosotros, mis alumnos, saquéis de vuestra experiencia en secundaria –prosiguió- es la certeza de que en el futuro que ahora os estáis labrando todo es posible. Si cada uno de los presentes convirtiese en norma que dondequiera que estéis, siempre que podáis, intentaréis ser un poco más amables de lo necesario… el mundo sería un lugar mejor. Y si lo hacéis, si os comportáis con un poco más de amabilidad de lo necesario, alguien, en alguna parte, algún día, quizá reconozca en vosotros, en cada uno de vosotros, la cara de Dios. […] O cualquier otra representación de la bondad universal” (Sr. Traseronian, p.394).
Uno de los profesores, el Sr. Browne, el primer día les explica qué es un precepto. Cada mes les da uno y les indica que en verano pueden mandarle una postal con el que ellos elijan.  El libro acaba con el precepto de August: “Todo el mundo debería recibir una ovación del público puesto en pie al menos una vez en su vida, porque todos vencemos al mundo” (p.410).