En la entrada anterior escribía: “A día de hoy mi ama sigue en la UCI y todavía queda
mucha incertidumbre. La montaña rusa emocional parece que va a durar un tiempo”
(Echaniz, 2021). Lamentablemente cinco días después, el 17 de abril a las 4.50,
recibí la temida llamada del hospital. Mi ama había fallecido. El día anterior
tenía programada una traqueotomía que no le pudieron hacer porque su estado había
empeorado mucho. El parte de ese día fue: “Han empezado a fallar los órganos…
Venid mañana a las 18.00 para despediros por si acaso”. Eso ya nos hacía
vislumbrar el posible desenlace. Por
desgracia la despedida no tuvo lugar, o al menos no como nos hubiera gustado a
mis hermanas y a mí. En las tres semanas que estuvo en la UCI solo pudimos
verla en dos ocasiones, una mi hijo mayor y otra yo, día y medio antes de su
muerte. Una de mis hermanas, debido a los cierres perimetrales, no había venido
a Bilbao desde hacía ocho meses. La pandemia ha cambiado la vida de todas las
personas y en mi familia no se nos va a olvidar.
En este momento siento que
he cambiado de etapa en la vida, he
pasado a primera fila. Ya no me quedan ninguno de mis mayores, soy huérfana,
ya no hay nadie por delante. Me siento una persona muy afortunada porque he
contado con dos padres y dos madres, los que me dieron la vida y con quienes me
crie y conviví hasta que me casé (ellos eran mis padrinos y por edad podían
haber sido mis abuelos). Perdí a mi padrino en 1996, a mi madrina en 1999 y a
mi padre en 2007. En cierta medida la
experiencia de la muerte es acumulativa, cada pérdida revive las anteriores
y deja un vacío con el que hay que aprender a convivir y que te hace “resetear”
el camino que te queda por recorrer. Nunca es un buen momento para perder a
alguien querido ni estamos preparados para ello, aunque una enfermedad o el
paso del tiempo nos lo vaya anunciando. Además, da igual la edad que tengamos. Toda pérdida nos cambia la vida, y algunas
lo hacen más que otras.
Me quedo con las
palabras de un gran experto en duelo, David Kessler: “Esa profundidad
de amor, esa profundidad de cuidado, es eterna. Nunca podemos reemplazar a nuestros padres, pero podemos fortalecer
nuestras conexiones familiares a medida que encontramos un significado nuevo y
más profundo en nuestras relaciones existentes. Comenzamos a vivir de
nuevo, pero no podemos hacerlo hasta que no le hayamos dado tiempo al duelo” (Kessler,
s.f.). Afortunadamente, la fe y el trabajo personal de muchos años ayudan en
este proceso de duelo que no ha hecho más que comenzar y que cada miembro de la
familia vamos a vivir de una forma única y personal.
Con varias personas he comentado dos grandes aprendizajes que he tenido en este tiempo. En primer lugar, nunca sabes cuándo es la última vez que vas a ver o a hablar con una persona. Por eso es tan importante cuidar nuestras palabras y nuestros mensajes, especialmente con las personas que son más relevantes en nuestra vida. A mis hijos siempre les doy un beso antes de salir de casa. Da igual si están dormidos. Quiero que tengan la certeza de que si un día no regreso lo último fue un beso y un “Que tengas un buen día, cariño”. En segundo lugar, tampoco sabemos el efecto que nuestras palabras pueden tener sobre otra persona, igual les cambia el día o incluso la vida. En estas semanas he recibido innumerables muestras de cariño. ¡Qué gran efecto pueden tener las palabras de apoyo y cercanía que se transmiten!
Facundo Cabral, lo expresa de una forma muy bella en la canción Este es un nuevo día (merece la pena escucharla) cuyo estribillo reproduzco y en la que recita: “La vida es aquí y ahora mismo… Andá ahora [a pedir perdón o solucionar un conflicto]… Nadie sabe cuándo es mañana…”.
Este es un nuevo día
para empezar de nuevo
para buscar al ángel
que me crece los sueños.
Para cantar
para reír
para volver
a ser feliz.
A modo de homenaje quiero terminar con las palabras que mi hijo mayor dedicó a su amama en la misa funeral y que fuimos construyendo entre risas y llanto:
Cuando éramos pequeños, aitite José Miguel y amama iban a buscarnos al colegio, nos llevaban la merienda y estaban con nosotros en la plaza o en casa hasta que venían aita o ama. Cuando íbamos a su casa nos ponían películas de Disney... Son muchas las cosas que puedo decir de amama Maite. Estas son algunas…
Era muy alegre y tenía una sonrisa pícara. Hacía lo que le daba la gana y oía lo que quería. Siempre estaba muy dispuesta a ayudar, aunque los últimos tiempos su salud no era muy buena y las muletas, que se habían convertido en una seña de identidad, no ayudaban.
La recuerdo canturreando las canciones del coro a todas horas. Cuando estaba en nuestra casa monopolizaba la tele y nos hacía ver las noticias, sobre todo el tiempo. A veces de pequeños nos ponía programas de fantasmas y hechos extraños que daban miedo. También tenía un poco de mala leche y era algo cabezota y picona. No le gustaba perder a nada (en eso dicen que se parecía a su ama, Plácida). Cuando le hacíamos rabiar nos amenazaba con la muleta y nos reíamos.
Le gustaba relatarnos historias de sus hermanos y hermanas, que en total fueron 15. Como cuando sus hermanas le dieron para comer literalmente “gato por liebre”; o cuando casi les detienen por hablar en euskera en el tren. También nos contaba cosas de cuando éramos pequeños. Como cuando yo apenas sabía hablar y exclamé en alto: “Joder, joder… ¡Cómo llueve!”. O cuando en la plaza Indautxu entró con Ander en una cafetería y dijo: “Para mi amama un café con leche y para mí un mostito”. Siempre estaba preocupada por nosotros… Le tomábamos el pelo por sus llamadas para darnos el parte meteorológico, especialmente los avisos de galerna cuando estábamos en Hendaia. Cariñosamente le llamábamos la Dra.Queen porque tenía ‘opinión médica’ para todo. Desde hace un tiempo solo hablábamos en euskera porque se había apuntado al Euskaltegi para aprender Batua ya que ella solo sabía Bizkaiera. Y a veces le ayudaba con los deberes.
Nos mimaba mucho, igual demasiado. Era detallista, generosa y hospitalaria. Cuando íbamos a su casa era como ir a un restaurante, cada uno tenía lo que más le gustaba (champiñones, callos, caracoles, croquetas, entrecot, etc.). Era muy cariñosa. En pocas palabras era muy buena gente, una gran persona.
Gracias amama por lo que nos has querido y nos has cuidado a cada uno. Nosotros, los primos, ama, las izekos y quienes te han conocido te vamos a echar de menos pero siempre estarás con nosotros.
El Señor la bendiga y la guarde, vuelva a ella su rostro y le conceda la paz. Así será.
Bibliografía
- Echaniz, Arantza (2021, 12 de abril). Los colores son más vívidos. Recuperado de: http://echanizbarrondo.blogspot.com/2021/04/los-colores-son-mas-vividos.html
- Kessler, David (s.f.). Cuando un Progenitor Muere: Lidiando con la Pérdida de su Madre o Padre. Recuperado de: https://www.dignitymemorial.com/es-es/support-friends-and-family/grief-library/when-a-parent-dies-dealing-with-the-loss-of-your-mother-or-father