jueves, 29 de abril de 2021

La despedida de nuestros mayores

 

En la entrada anterior escribía: “A día de hoy mi ama sigue en la UCI y todavía queda mucha incertidumbre. La montaña rusa emocional parece que va a durar un tiempo” (Echaniz, 2021). Lamentablemente cinco días después, el 17 de abril a las 4.50, recibí la temida llamada del hospital. Mi ama había fallecido. El día anterior tenía programada una traqueotomía que no le pudieron hacer porque su estado había empeorado mucho. El parte de ese día fue: “Han empezado a fallar los órganos… Venid mañana a las 18.00 para despediros por si acaso”. Eso ya nos hacía vislumbrar el posible desenlace. Por desgracia la despedida no tuvo lugar, o al menos no como nos hubiera gustado a mis hermanas y a mí. En las tres semanas que estuvo en la UCI solo pudimos verla en dos ocasiones, una mi hijo mayor y otra yo, día y medio antes de su muerte. Una de mis hermanas, debido a los cierres perimetrales, no había venido a Bilbao desde hacía ocho meses. La pandemia ha cambiado la vida de todas las personas y en mi familia no se nos va a olvidar. 

En este momento siento que he cambiado de etapa en la vida, he pasado a primera fila. Ya no me quedan ninguno de mis mayores, soy huérfana, ya no hay nadie por delante. Me siento una persona muy afortunada porque he contado con dos padres y dos madres, los que me dieron la vida y con quienes me crie y conviví hasta que me casé (ellos eran mis padrinos y por edad podían haber sido mis abuelos). Perdí a mi padrino en 1996, a mi madrina en 1999 y a mi padre en 2007. En cierta medida la experiencia de la muerte es acumulativa, cada pérdida revive las anteriores y deja un vacío con el que hay que aprender a convivir y que te hace “resetear” el camino que te queda por recorrer. Nunca es un buen momento para perder a alguien querido ni estamos preparados para ello, aunque una enfermedad o el paso del tiempo nos lo vaya anunciando. Además, da igual la edad que tengamos. Toda pérdida nos cambia la vida, y algunas lo hacen más que otras.

Me quedo con las palabras de un gran experto en duelo, David Kessler: “Esa profundidad de amor, esa profundidad de cuidado, es eterna. Nunca podemos reemplazar a nuestros padres, pero podemos fortalecer nuestras conexiones familiares a medida que encontramos un significado nuevo y más profundo en nuestras relaciones existentes. Comenzamos a vivir de nuevo, pero no podemos hacerlo hasta que no le hayamos dado tiempo al duelo” (Kessler, s.f.). Afortunadamente, la fe y el trabajo personal de muchos años ayudan en este proceso de duelo que no ha hecho más que comenzar y que cada miembro de la familia vamos a vivir de una forma única y personal.

Con varias personas he comentado dos grandes aprendizajes que he tenido en este tiempo. En primer lugar, nunca sabes cuándo es la última vez que vas a ver o a hablar con una persona. Por eso es tan importante cuidar nuestras palabras y nuestros mensajes, especialmente con las personas que son más relevantes en nuestra vida. A mis hijos siempre les doy un beso antes de salir de casa. Da igual si están dormidos. Quiero que tengan la certeza de que si un día no regreso lo último fue un beso y un “Que tengas un buen día, cariño”. En segundo lugar, tampoco sabemos el efecto que nuestras palabras pueden tener sobre otra persona, igual les cambia el día o incluso la vida. En estas semanas he recibido innumerables muestras de cariño. ¡Qué gran efecto pueden tener las palabras de apoyo y cercanía que se transmiten! 

Facundo Cabral, lo expresa de una forma muy bella en la canción Este es un nuevo día (merece la pena escucharla) cuyo estribillo reproduzco y en la que recita: “La vida es aquí y ahora mismo… Andá ahora [a pedir perdón o solucionar un conflicto]… Nadie sabe cuándo es mañana…”.

Este es un nuevo día
para empezar de nuevo
para buscar al ángel
que me crece los sueños.

Para cantar
para reír
para volver
a ser feliz.

A modo de homenaje quiero terminar con las palabras que mi hijo mayor dedicó a su amama en la misa funeral y que fuimos construyendo entre risas y llanto:

Cuando éramos pequeños, aitite José Miguel y amama iban a buscarnos al colegio, nos llevaban la merienda y estaban con nosotros en la plaza o en casa hasta que venían aita o ama. Cuando íbamos a su casa nos ponían películas de Disney... Son muchas las cosas que puedo decir de amama Maite. Estas son algunas…

Era muy alegre y tenía una sonrisa pícara. Hacía lo que le daba la gana y oía lo que quería. Siempre estaba muy dispuesta a ayudar, aunque los últimos tiempos su salud no era muy buena y las muletas, que se habían convertido en una seña de identidad, no ayudaban.

La recuerdo canturreando las canciones del coro a todas horas. Cuando estaba en nuestra casa monopolizaba la tele y nos hacía ver las noticias, sobre todo el tiempo. A veces de pequeños nos ponía programas de fantasmas y hechos extraños que daban miedo. También tenía un poco de mala leche y era algo cabezota y picona. No le gustaba perder a nada (en eso dicen que se parecía a su ama, Plácida). Cuando le hacíamos rabiar nos amenazaba con la muleta y nos reíamos. 

Le gustaba relatarnos historias de sus hermanos y hermanas, que en total fueron 15. Como cuando sus hermanas le dieron para comer literalmente “gato por liebre”; o cuando casi les detienen por hablar en euskera en el tren. También nos contaba cosas de cuando éramos pequeños. Como cuando yo apenas sabía hablar y exclamé en alto: “Joder, joder… ¡Cómo llueve!”. O cuando en la plaza Indautxu entró con Ander en una cafetería y dijo: “Para mi amama un café con leche y para mí un mostito”. Siempre estaba preocupada por nosotros… Le tomábamos el pelo por sus llamadas para darnos el parte meteorológico, especialmente los avisos de galerna cuando estábamos en Hendaia.  Cariñosamente le llamábamos la Dra.Queen porque tenía ‘opinión médica’ para todo. Desde hace un tiempo solo hablábamos en euskera porque se había apuntado al Euskaltegi para aprender Batua ya que ella solo sabía Bizkaiera. Y a veces le ayudaba con los deberes.

Nos mimaba mucho, igual demasiado. Era detallista, generosa y hospitalaria. Cuando íbamos a su casa era como ir a un restaurante, cada uno tenía lo que más le gustaba (champiñones, callos, caracoles, croquetas, entrecot, etc.). Era muy cariñosa. En pocas palabras era muy buena gente, una gran persona.

Gracias amama por lo que nos has querido y nos has cuidado a cada uno. Nosotros, los primos, ama, las izekos y quienes te han conocido te vamos a echar de menos pero siempre estarás con nosotros.

El Señor la bendiga y la guarde, vuelva a ella su rostro y le conceda la paz. Así será.

Bibliografía


lunes, 12 de abril de 2021

Los colores son más vívidos

 

[He publicado esta entrada el 12.04.2021 en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb-desaparecido el 01.07.2024]

Es domingo de Pascua… por la mañana salgo a dar un paseíto y los colores me parecen más vívidos que nunca. Y tiene una explicación…

Hacía unas horas había recibido el alta de la Covid-19. Todo empezó de la manera más insospechada. A mi ama le operaron de la mano el día 17 de marzo. El 19 empezó con síntomas: fiebre y algo de tos. Pensamos que se había resfriado en la operación. En alguna otra operación le había pasado. Vino a mi casa el día 21 y el 23 dio positivo. Yo di positivo el 24. Mi hijo dio negativo en la primera y positivo en la segunda, el día 1 de abril.  A punto de cumplir 21 años se ha pasado todas las vacaciones en casa. A mi marido, que está en su casa con su hija, le sucedió lo mismo que a mi hijo. Afortunadamente su hija dio negativo en las cuatro pruebas que le hicieron. Mi ama ingresó en el hospital el día 26. Está en la UCI y va poco a poco. Mi hermana, que estuvo con mi ama hasta que vino a mi casa, también dio positivo. Y eso que 18 días antes le habían puesto la vacuna. Mi marido ingresó en el hospital el 7 de abril... ¿Quién nos iba a decir que nos iba a tocar de cerca?

Las emociones se han ido sucediendo y me han ido llevando de un lugar para otro.  Voy a mencionar algunas, aunque no estén en orden y hayan estado yendo y viniendo… Cuando te hacen la prueba a ti y a las personas cercanas sientes cierta expectación y desasosiego. No quieres haber sido origen de contagios. Había algo dentro que me decía que la tos que yo tenía era un síntoma claro. Con la llamada del resultado positivo te ‘golpea’ toda la información que has ido escuchando en todo este tiempo y aparece el desánimo. Cuando mi ama estaba en mi casa y no podía hacer nada, no quería comer y cada vez estaba más apagada sentía una gran frustración e impotencia. Y también algo de culpa: ¿podría haber hecho más? Reconozco que cuando se la llevaron en la ambulancia dos sanitarios vestidos de astronautas sentí cierto alivio porque le iban a atender mejor que yo. Y de nuevo asomaba la culpa por sentir ese alivio. A la vez me invadió un profundo temor y una gran tristeza. No se me borra la expresión de su cara que era de vulnerabilidad absoluta y de cierto desconcierto. En ese momento uno de los escenarios que tu mente te presenta es que igual no vuelve. No me caracterizo por el pesimismo, pero es incontestable que es un escenario posible. Durante los primeros días de mi madre en el hospital sentía permanentemente intranquilidad, agitación y enojo, sin entender muy bien por qué me sentía así. Todo volvió a repetirse cuando la ambulancia se llevó a mi marido. Afortunadamente, solo fueron cuatro días y la mejoría fue clara. Poco a poco fui aprendiendo a controlar la impaciencia que surgía según se iba acercando la hora de la llamada del hospital, que no siempre era a la misma hora (una horquilla de dos horas es mucho esperar). Indudablemente un ratito diario de meditación por la mañana sirvió de gran ayuda. La ilusión aparecía con cada mínimo avance que se daba “dentro de la gravedad”. Los días pasaban sin mucha novedad y con un cansancio permanente y el hastío y la resignación te acompañaban. A mí me dieron el alta y salí a la calle el día de la final de copa entre la Real y el Athletic. Al salir a la calle y ver el ambiente sentí enfado, rabia, pesar y desconfianza… ¿No hemos aprendido nada? Cada vez hay menos personas que pueden decir que no han vivido de cerca la enfermedad y, a pesar de todo, las muestras de falta de solidaridad y de sensibilidad son patentes… A día de hoy mi ama sigue en la UCI y todavía queda mucha incertidumbre. La montaña rusa emocional parece que va a durar un tiempo.

Si tengo que destacar una emoción que me ha acompañado todo este tiempo, es el agradecimiento. Me siento agradecida a la vida, a mis amigas y amigos, a los profesionales de la medicina y a mi familia. Cada llamada, cada mensaje, cada ofrecimiento, cada palabra de ánimo y consuelo, cada parte médico, cada muestra de cariño, cercanía y preocupación me han ayudado a mantener el optimismo dentro de la incertidumbre, aunque no puedo negar que la soledad también ha hecho acto de presencia en algún momento. Me siento muy afortunada por tener un entorno tan bondadoso y afectuoso. No se puede expresar con palabras lo que sientes cuando te traen a la puerta de tu casa comida preparada o cuando te llaman para dar un paseo al recibir el alta. Quizá lo que más se acerque es sobrecogimiento.

Me gustaría terminar con unas palabras de Jorge Bucay sobre el valor de la vida, que son muy pertinentes en el momento que estamos viviendo: “En tiempos como este, donde esta pandemia cruel amenaza la vida de todos y la vida de algunos más que la de otros, bueno sería tener presente que no hay valor más supremo; ni la economía, ni el progreso personal, ni los intereses de posesión de cada uno, ni la codicia de un grupo determinado sobre otro. Nada puede estar por encima del valor de la vida misma; no sólo la de unos pocos, sino la de todos. Sigue siendo cierto que la única manera de preservar la propia vida es preservar la vida de todos porque solamente así podremos superar esta situación”