Hace unos días recibí la invitación a participar en la Novena de San Ignacio de Loyola en la Iglesia del Sagrado Corazón (San Sebastián) haciendo dos días la homilía. Todo un reto... He de reconocer que me gustó la idea pero que me ha costado un poco prepararlo. Comparto aquí la homilía de hoy, 23 de julio.
23 de julio, Santa Brígida. Jn 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el Labrador. A
todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda,
para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he
hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí si no permanece en la vid, así
tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin
mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen
en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi
Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
“La persona que
permanece en mí y yo en ella da fruto abundante” (Jn 15, 5)
Permanecer. Siete veces se repite este verbo en el texto. La
invitación es clara. La respuesta está en cada uno, en cada una. No hay futuro
para el sarmiento sin la vid. Si la rama se aparta del árbol se seca. Estar
separado no da ningún fruto, empobrece. Permanecer es recibir la savia y desarrollar
una nueva mirada de lo que es amor y vida. En Dios todo fructifica.
Dice el refrán, “obras son amores y no buenas razones”. El
amor se ve en los hechos, no en las palabras; pero también nos podemos perder
en el hacer si apartamos la vista de la fuente, si alejamos nuestra mirada de
Dios, si no escuchamos su voz en nuestro corazón. La tradición ignaciana nos
habla de la importancia de ser contemplativos en la acción
;
nos habla del reto de encontrar a Dios en todas las cosas, en el día a día, en
lo cotidiano. Eso significa permanecer, aunar la vida espiritual con la
presencia comprometida en el mundo. Cada persona desde su lugar y su momento,
desde sus opciones, según sus posibilidades. Veamos un ejemplo cercano.
Hace unos días en Bilbao tenía lugar la Asamblea de
fundación de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas
(IAJU) bajo el lema “Transformando nuestro mundo juntos”. En la oración del
acto de apertura se destacó, por sus lecciones de vida, la figura del Beato
Gárate, quien fuera portero de la Universidad de Deusto durante 41 años y que
nació no muy lejos de aquí junto a la Basílica de Loiola. De él se dijo, cito,
“No hay virtud más eminente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer
(…) En todo servía a los hermanos. ‘Voy, Señor’, decía, cuando alguien quería
algo. Iba sonriente y ágil por el edificio de la Universidad. Veía a Dios en
todo, en todos. Sonreía, afable siempre, cuidaba a las personas. Detrás de
tanta entrega latía la certeza de que amar no es otra cosa sino servir” [fin de
la cita]. El Beato Garate servía y en ese servicio se manifestaba la presencia
de Dios. Su amor era concreto y nos puede servir de estímulo. Para mí, como
profesora universitaria, supuso una buena llamada de atención que se destacara
su figura frente a personas muy eminentes que se han dedicado al trabajo
académico a lo largo de los más de 130 años de historia de la universidad. Me
recordó el sentido de mi trabajo y la misión compartida con todas y cada una de
las personas que componemos la comunidad universitaria y que trabajamos codo
con codo para transformar el mundo. Nuestra misión es clara: “Formar hombres y
mujeres para los demás, responsables de sí mismos y del mundo que les rodea y
comprometidos en la tarea de su transformación hacia una sociedad fraterna y
justa”. Formar personas conscientes, competentes, comprometidas y compasivas,
las 4 Cs que decimos. Soy parte de algo más grande que siempre debo tener
presente y que es lo que legitima y da sentido a lo que hago. Y es importante
que lo haga desde la alegría y con alegría, porque así estaré hablando de Dios,
aunque no lo mencione.
Ver a Dios en todo y en todos. Esta actitud cambia nuestra
mirada y nuestras obras. Cambia nuestra forma de relacionarnos con los demás y
con toda la creación. Y además es fuente de verdadera alegría y gratitud. El
Padre Arrupe lo expresaba de una manera muy bella:
Nada puede importar más que encontrar
a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa
tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en
todo.
Será lo que decida qué es
lo que te saca de la cama en la
mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y
gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.
Os animo y me animo a que vivamos enamorados de Dios, a que
permanezcamos en su amor y demos frutos abundantes. Que así sea.