Cartel en la entrada
del jardín situado detrás de la Basílica de Loyola
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Hace ya más de tres años comencé mi personal camino de Ignacio, y ya está llegando al final. La anteúltima etapa han sido cinco
días de Ejercicios Espirituales en Loyola. No han podido llegar en mejor
momento, el final de un semestre muy duro y la preparación para Navidad. Cómo
llegaba: nerviosa, quizá más bien ilusionada;
preocupada, dejaba a mi ama en mi
casa con mis hijos después de doce días ingresada en el hospital; expectante porque 2018 va a ser un año
de cambios y nuevos proyectos. El acompañante que he tenido… un lujo, Richard
Gassis, sj.
Día 1: Desaceleración
(el tren de alta velocidad llegando a una estación)
Reescribo el salmo 141, Tengo sed de Dios, desde mi
situación
“Como busca la
cierva corrientes de agua,
así mi alma te
busca a Ti, Dios mío,
Tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a
ver el rostro de Dios?”
Vengo a ti con el
alma cansada y agradecida
CANSADA por el
trabajo duro
Por el estudio in
extremis
Por la inseguridad
de no dominar
Por el día a día
con mis hijos
Por las
obligaciones atendidas
Por el cuidado en
solitario
Por la falta de
sueño
Por el dolor del
cuerpo que se queja
Por la
concentración de trabajo
Por las quejas
ahogadas o reprimidas
AGRADECIDA por
saberme privilegiada
Por saberme amada
Por sentirme
reconocida
Por los dones
recibidos
Por la seguridad
de mi hogar
Por la bendición
de mis hijos
Por el trabajo que
no falta
Por la comida en
mi mesa
Por las amistades
que me flanquean
Por el amado que
me hace los días más bellos
TENGO SED DE TI, muéstrame
tu rostro,
Déjame curar tus
heridas
Ayúdame a sentir
tu presencia.
Me impresiona el silencio de las comidas, casi 20 personas reunidas y
no se oye nada. Un silencio acogedor, contagioso, elocuente... (A partir de la
cena del segundo día solo quedaremos cuatro personas, que se reducirán a tres
el miércoles).
Día 2: Desierto,
silencio
El tema del día: “Dios me ama”… Y yo vivo el silencio... Me
quedo con las últimas palabras que pronunció el P. Arrupe: “Para el presente,
Amen; para el futuro, Aleluya”. La llamada… CONFIAR… La mirada amorosa del Padre… “Lo reconoció, se le
enterneció el corazón, salió corriendo, se echó al cuello y lo cubrió de besos” (Lc 15, 1-32).
Día 3: Sonrisa, paz,
armonía
El tema del día: “Mi(s) pecado(s) y mis heridas”; siempre a
partir de la realidad ultima, “Dios me ama”. Si no, sería insoportable. Se
trata de “orar mis miserias”, teniendo en cuenta que “la bicha” va a intentar
que me sienta culpable de todo lo negativo
que sale de mí. La culpa debe estar si: 1) tenía conocimiento del mal y
de las consecuencias derivadas de él; 2) tenía voluntad de hacerlo y 3) si tenía
libertad de hacerlo. “No hago el bien que quiero, sino que practico el mal que
no quiero” (Rom 7, 19). Se trata de
descubrir lo desordenado que hay en mí y
de tomar la fuerza para ir ordenándolo. Al repasar mi vida con el Señor a
mi lado siento la tentación, en algún momento, al mirar algunos episodios y personas, de juzgar. Sin embargo, la
llamada es fuerte a escuchar y mirar a los demás, y a mí
misma, amorosamente. “Tampoco yo te condeno. Ve y en adelante no peques
más” (Jn 8, 11).
Día 4: Nueva mirada
Me quedo, como resumen, con algunas de las palabras de la
misa de la mañana. El mejor modo de preparar la Navidad es contemplar la
actitud profunda de María, que le lleva a una nueva mirada, a ver en todo y en
todos a Jesús. Se dice de Santo Tomás: “Ver para creer”. Habría que decir más
bien: “Creer para ver”. Creer
cambia la mirada.
En la cena, mis dos compañeros han acabado la experiencia,
también acompañados por Richard, y conversamos. Miguel, religioso Camilo argentino que está en formación
en Tres Cantos nos cuenta su proceso de fe, como sintió la llamada y las
experiencias que le llevaron a los Camilos. Dorita, madrileña, madre de dos hijos
residente en EE.UU. que ha llegado a aquí porque allí está haciendo una
formación de “Dirección espiritual” y que gracias a ello hizo el año pasado el
mes de ejercicios en Javier también con Richard. Tres desconocidos compartiendo
vida y experiencias con un nivel de profundidad que no es común… Una delicia,
un encuentro transformador.
Día 5: Corazón
esponjado y agradecido
La tarea para hoy, “recoger la
experiencia”. Y el día no ha podido empezar mejor. He llegado a la Capilla de
la Conversión (mi lugar favorito de Loyola). Las luces apagadas, salvo una luz bajo
el altar y la vela del sagrario. Una sombra en la oscuridad sentada en un
banco, un jesuita rezando. El ambiente sobrecogedor…
Cómo me voy… con un corazón esponjado
y agradecido.
ESPONJADO porque soy consciente de que tengo un corazón de carne y
hueso que siente, duele, falla y también ama. “Nosotros amamos porque el nos
amó primero” (1 Jn 4, 19).
AGRADECIDO por la experiencia de estos días y de todo el recorrido
de la formación. Agradecido a la Compañía, a la Universidad, a mis compañeros y
compañeras de camino, a quienes nos han compartido su conocimiento y
experiencia, a Richard que me ha acompañado en esta etapa, a quienes he
conocido, a quienes nos han acogido y cuidado en la Casa de ejercicios…
Agradecido porque soy más
consciente que nunca de los privilegios y dones que hay en mi vida, así como de
todas las personas y circunstancias que han hecho posible que esté Aquí y
Ahora.
Agradecido porque vislumbro la
tarea que tengo encomendada y me siento responsable.
Agradecido porque no me siento
sola.
No se me
ocurre mejor modo de acabar esta entrada que con el Magníficat (Lc 1, 46-55), “Proclama mi
alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque
ha mirado la humillación de su esclava”, en una preciosa interpretación del Gen
Verde. Esa es la actitud, ese es el camino.