El País 20.06.2013 |
“Así como el mandamiento
de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana,
hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa
economía mata” Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium,
n.53
En una entrada anterior, Inicio de mi personal camino de Ignacio, hablé
sobre el Plan de Formación en Misión e Identidad Ignacianas en
el que participo. El 20 de enero empezamos el siguiente módulo que lleva por
título el que encabeza esta entrada, Una mirada sobre la realidad.
Del primer día me quedo con la intervención de Mateo Aguirre sj, ex-director del Servicio Jesuita a Refugiados (SJR), "El refugio como experiencia de vida". Acompañaban a Mateo, Martin Iriberri sj y Mari Tere Guzmán. Mateo nos contó, desde su experiencia, qué es lo que se vive en los campos de refugiados:
1. Desarraigo y pérdida de identidad. Un refugiado no es nadie. Al campo llegan auténticos zombies con un hatillo en el que guardan todas sus pertenencias. Bajan del camión... saben de dónde vienen pero no saben a dónde llegan. El 80% son mujeres y niños. Se les conduce como a un rebaño. No se les pregunta su nombre. Al atravesar la frontera dejan de ser ciudadanos, ya no son el agricultor, el profesional, etc. Mateo nos contó una anécdota del primer campo en el que estuvo en el Congo. Un compañero le estaba enseñando el campo y se encontraron con una caseta de plástico con mejor aspecto que el resto. De repente se oyó un grito y salió una niña de unos siete años que se le agarró a la cintura. Seguidamente salieron primero la madre y luego el padre (un hombre apuesto, con una barba poblada). Él se presenta: "Soy jesuita". Se le acerca el hombre de la barba y le dice: "Te llamas Mateo Aguirre, eres jesuita, has estudiado en Lovaina... ¿No me conoces? ¡Quítame la barba!"... Era Théophile, un estudiante ruandés que estaba haciendo un doctorado en agronomía, y le había conocido cuando también él estudiaba en Lovaina. Pero allí nadie le reconocía...
2. Rechazo. Los refugiados viven detrás de un alambre de espino. No pueden salir del campo. No son aceptados ni por su país ni por el que los acoge. No pueden circular ni tener contacto. Es muy parecido a un campo de concentración.
3. Traumatismos. Las personas llevan por dentro el trauma del sufrimiento y la violencia de la que han sido víctimas y en la que algunos puede que hayan estado implicados (algunos tienen las manos manchadas de sangre). Las enfermedades más frecuentes dentro del campo son psicosomáticas, como por ejemplo el insomnio. [Véase el libro Horizontes de futuro que es una “recopilación de testimonios y vidas de muchas de las personas que vivieron en el campo de Salala desde el 2003 hasta el 2006”].
2. Rechazo. Los refugiados viven detrás de un alambre de espino. No pueden salir del campo. No son aceptados ni por su país ni por el que los acoge. No pueden circular ni tener contacto. Es muy parecido a un campo de concentración.
3. Traumatismos. Las personas llevan por dentro el trauma del sufrimiento y la violencia de la que han sido víctimas y en la que algunos puede que hayan estado implicados (algunos tienen las manos manchadas de sangre). Las enfermedades más frecuentes dentro del campo son psicosomáticas, como por ejemplo el insomnio. [Véase el libro Horizontes de futuro que es una “recopilación de testimonios y vidas de muchas de las personas que vivieron en el campo de Salala desde el 2003 hasta el 2006”].
4. Deshumanización. En una tienda muy reducida viven varias generaciones de la misma familia. Cuando van a pedir la comida se les pone en fila y se les marca con tinta indeleble. Les van llamando por el número... Se produce una especie de 'animalización'.
5. Falta de condiciones materiales. Existe falta de agua, de higiene, de comida, de intimidad, de pudor... Y esas condiciones no son temporales, duran años.
6. Manipulación. Uno de los grandes problemas que él vio en Ruanda era que los locales que por la mañana eran escuelas por la tarde eran campos de entrenamiento (a partir de las 16.00 el personal abandona el campo por seguridad). Están manipulados por aquellos que les tienen que defender. Se inflan estadísticas, se maquillan datos para conseguir más fondos que no siempre llegan a su destino...
Cabe preguntarse cuáles son las causas que hay detrás de esos movimientos de personas. La visión tradicional cuando se analizan los movimientos en África señala a: las guerras étnicas; los africanos son violentos; son incapaces de gobernarse; son muy corruptos. Una mirada más profunda, que intenta analizar qué hay detrás hablaría de: la caída del muro de Berlín y las nuevas estrategias geopolíticas; la depredación de los recursos materiales; y las multinacionales y actos económico-financieros incontrolables. [Para ahondar en esto véase la campaña de Alboan Lo que tu móvil esconde]
Cuando se habla de este fenómeno no se habla de personas, se habla de refugiados o desplazados; de estadísticas; de números; se habla en términos de: enemigos, extranjeros, parásitos, provocadores de los males... La realidad profunda muestra a víctimas de conflictos de poder o financieros; personas manipuladas y tomadas como escudos humanos en luchas de intereses...
Las reacciones que se producen son de dos tipos. Por un lado se puede dar indiferencia, pasotismo... que sólo se sacude ante los grandes desastres (hace falta miles de muertes para impresionarnos cuando cada persona es un templo). A lo sumo se puede dar lo que Carlos Ballesteros llama solidaridad de sillón. Por otro lado, también te encuentras con personas preocupadas por ver qué se puede hacer, se vive la experiencia de la solidaridad y el compromiso, una apuesta por el valor de la persona.
En definitiva, como resumía Mateo, el trabajo en un campo de refugiados es agridulce. Por un lado ves claramente que detrás hay un pecado de inhumanidad y se siente mucha impotencia. Y, por otro, ese trabajo es un regalo por las personas con las que colaboras que ves que se ofrecen muchas veces hasta el límite. Según él hay dos cosas que impactan en un campo de refugiados: 1) la experiencia de que la vida es más fuerte que la muerte; en cuanto llegan al campo ya están viendo qué pueden hacer, qué pueden intercambiar, etc.; 2) la experiencia humana de la solidaridad, si cuando llega una oleada no está desplegado el personal de naciones Unidas que les ofrece unos mínimos, entre ellos comparten. Haber vivido una experiencia dura, por lo general, les hace empatizar.
Comparto las preguntas que nos lanzó al final... ¿Cómo miro? ¿Cómo me interpela lo que veo? ¿A dónde me lleva mi mirada? ¿Cómo me dejo afectar?
“...Esta mañana
miro a los ojos,
abrazo una espalda,
doy mi palabra,
escojo la vida...”
Canción Escojo la vida
Letra: B.
González Buelta
Música:
Cristóbal Fones